Capítulo 8

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Joaquín, Luciano y yo estamos sentados en la oficina del director. Jamás imaginé que estaría en una situación así. Miro el reloj que está colgado encima del marco de la puerta, el cual marca que son las 8:30 a.m. Recién están comenzando a dar clases en el salón. Mis manos tiemblan y de vez en cuando una lágrima se desliza por mis mejillas, la seco rápidamente.

—Escuche, señor director. Nosotros nunca mentimos, ocultamos que Lucas era mujer. Es decir, usted no la hubiese aceptado y ella necesitaba terminar sus estudios. Usted mismo vio lo inteligente que es. Por favor, déjela quedarse. Aparte quedan sólo unos meses para terminar las clases, no va a hacer que pierda todo el año por eso —dice mi primo.

—Es que es muy grave lo que hicieron. Tendría que suspenderlos. La verdad no sé qué hacer, es algo que jamás pensé que pasaría. Engañarnos de esa manera... como si fuese una intrusa metida en el instituto. Es increíble, parece una película... pero tienen razón. Sería completamente tonto si los echo de la escuela a unos meses de terminar, teniendo en cuenta que son muy buenos alumnos, pero van a quedar suspendidos una semana. Hasta el martes que viene no podrán venir. Y, Lucas o Milagros, como quieras que te digamos, voy a llamar a tus padres; necesito hablar con ellos sí o sí —replica el mayor.

Los dos asentimos. Joaquín resopla.

—¿Y yo qué hago? —cuestiona.

—A vos te voy a suspender tres días, lo que hiciste no es tan grave, pero causó revuelo y necesitás un castigo. ¿Están todos de acuerdo?

—Sí —decimos los tres a la vez en un murmullo.

—Entonces vayan a clases. A partir de mañana están suspendidos. —Nos levantamos—. Ah, Milagros... ya no hace falta que te ocultes, podés venir vestida como una señorita. ¿Sí?

—Está bien, director. Gracias.

Salimos de la oficina.

Llego a mi casa cansada, con los ojos ardiendo y mi corazón hecho pedazos. Bruno, mi mejor amigo, ni siquiera quiere escuchar mi versión de la historia. Necesito que comprenda, no puedo perderlo. Lo peor es que cada vez que lo veo me gusta más que antes y me pongo triste de tan solo pensar que nunca más me va a perdonar...

Enciendo la computadora y entro a mi Facebook falso. Voy al perfil de Bruno y no lo encuentro, me bloqueó. Cierro la pantalla con un golpe y me tiro en la cama. En la cama donde tantas veces nos divertimos y hablamos... todavía tengo su número de teléfono. ¿Lo llamo o le doy un poco de espacio? No, necesito llamarlo.

Marco su número y, luego de unos tonos, sale el contestador.

—Bruno, soy Lu... Milagros. Por favor, necesito que hablemos. Llamame, por favor. Quiero hablar con vos, sos mi mejor...

Se acaba el tiempo para dejar el mensaje. Maldito poco tiempo, ¿por qué ponen un minuto solamente?

Estuve toda la semana llamándolo y nada. Ni Oscar respondía. Luciano viene a mi casa la noche antes de regresar a la escuela.

—Logré hablar con Bruno —me dice.

—¿Qué hablaron? ¿Qué le dijiste? ¿Te comentó algo sobre mí? —interrogo, desesperada por información.

—Quiere... quiere hablar con nosotros.

—¿Cuándo?

—Mañana, después de clases. Va a ir Oscar también, vamos a tomar algo en el bar del otro día. ¿Te parece?

—¡Excelente! ¡Ojalá nos perdonen! Me siento tan mal... sobre todo por vos, arruiné tu amistad.

—No arruinaste nada, vas a ver que todo va a quedar bien... —Me abraza.

Para ir a la escuela, me pongo unos jeans ajustados y una camiseta rosa. Como dijo el director, ya no tengo que ocultarme. Me peino de una manera más femenina y me maquillo un poco. No estaré bien por dentro, pero no puedo hacerlo notar en mi exterior. Mi primo me pasa a buscar, como todos los días. Me pone más nerviosa estar así que en versión masculina.

—Guau... es raro verte tan producida después de todo —dice.

—Espero que eso sea algo bueno.

Se ríe. Llegamos al colegio y me siento como si fuese la nueva otra vez. Todo el mundo mirándome, susurrándose entre ellos, con caras embobadas. Hasta cuando subimos los escalones nos miran.

Al entrar a nuestro salón, todos clavan sus miradas en mí y me sonrojo. Bruno y Oscar tienen los ojos abiertos como platos. No sé si eso es una buena señal. El día pasa, los profesores me tratan normalmente y, sorpresivamente, los chicos empiezan a hablarme. Me siento un poco más cómoda. Mi mirada se cruza con la de Bruno... ahora que sabe que soy mujer, ¿podrá tenerme en cuenta como algo más que una amiga?

Termina el día escolar y los cuatro, Luciano, Oscar, Bruno y yo, nos dirigimos al bar donde pasamos momentos increíbles. Ninguno habla y se siente la tensión en el aire. Pedimos una coca-cola y, finalmente, rompo el silencio. Se me hace súper raro no tener que falsificar la voz, pero intento sonar lo mejor posible.

—Nosotros... lo sentimos mucho. No queríamos engañarlos, ni mentirles, ni ocultarles nada. No sabíamos qué hacer, teníamos claro que podíamos confiar en ustedes, pero no se dio la oportunidad de contarles y yo fui haciéndome mejor amiga de ustedes hasta tal punto que... que no podíamos decirle la verdad.

—Milagros, no estamos enojados, estamos dolidos —contesta Oscar con tono suave. Bruno está callado y me mira fijamente.

—Quiero saber algo —dice él, finalmente—. Quiero saber si la personalidad de Lucas, es la de Milagros. Si convertida en hombre, es la misma de mujer. Porque sí, admito que eras mi mejor amigo, pero todo cambió cuando me enteré que ese amigo, era en realidad una amiga y... mi mente se confundió y me di cuenta que, muy dentro de mí, sabía que eras una chica.

—Soy igual. Lucas tenía la mejor parte de mí y si lo conociste a él, entonces conociste profundamente a la verdadera Milagros.

Nos quedamos mirando. Es demasiado lindo, tengo ganas de saltar la mesa y robarle un beso. Sonríe. Oscar aplaude y ríe.

—Queridos amigos, no está nada mal que haya una chica en nuestro grupo —dice.

—La verdad es que estaba extrañando estos momentos... —agrega Luciano.

Siento que me emociono. Los tres se levantan de sus asientos y me abrazan muy fuerte. Los labios de Bruno se encuentran a unos centímetros de los míos, pero se aleja rápidamente.

—¿Volvemos a ser el grupo de siempre? —cuestiono—. Ya casi estoy convertida en hombre. —Ríen.

—Claro que somos los mismos de siempre —contesta Oscar.

Volvemos a reír y chocamos las copas, derramando unas gotas de gaseosa por todos lados.

Al fin, volvemos a ser amigos de nuevo. 

Una intrusa en el institutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora