Polvo dorado

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Nota: relato presentado a concurso en FantasiaES para el noveno desafío, "Esta imagen me inspira", que tiene una limitación de 1000 palabras. La imagen escogida es la del libro fantástico.

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Una salutación, amables gentes del continente Fantasía

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Una salutación, amables gentes del continente Fantasía. Me llamo Érgonil y soy un elfo de las Montañas Azules. Quiero relatarles la historia de un libro, un libro mágico, maravilloso, perdido entre los anaqueles de la Biblioteca Real, allá en el Palacio de Cristal, donde ocupamos horas y horas entretenidos con preciosos volúmenes de artísticas tapas doradas, libros que describen nuestras regiones y las aventuras de gnomos, hadas, duendes, elfos y todas las demás razas que pueblan nuestro mundo.

Sin embargo, este libro era distinto y Rápelmor, el ancianísimo bibliotecario, me lo ofreció con sagrada reverencia. Sus portales, según él, llevaban a un mundo fantástico, no exento de males para los que había que ir preparado con alguna provisión de polvillo dorado. Rápelmor pensaba que había sido escrito por una maga llamada Harriet y cuando me lo dio lo hizo rogando encarecidamente que tuviese un cuidado exquisito con él.

Me retiré a un rincón apartado para leer con tranquilidad, revisando primero mi bolsita de polvillo de oro. Rápelmor me había comentado ciertas cosas sobre la raza que iba a encontrar en su interior: la raza humana, seres fantásticos de vida breve y a veces depositarios de una oscura tendencia al mal. Entonces, fijé mi atención sobre el título del libro: "La cabaña del tío Tom".

Impaciente, abrí su tapa labrada y una sensación familiar me envolvió cuando la vorágine del primer portal mágico me rodeó y me hizo atravesar la barrera de los signos escritos.

Aterricé en medio de una noche algo oscura. Densos nubarrones cubrían por momentos la luna llena y se escuchaba muy cercano el rumor impetuoso de un rio. Me acerqué a la orilla al tiempo de escuchar lo que me pareció el trote de unicornios, pero no eran tales, sino seres parecidos desprovistos de cuernos. Más tarde averigüé que los llaman caballos. Sobre ellos iban criaturas oscuras dando grandes voces.

-¡Impedid que cruce el rio! -gritaban señalando a una débil figura que saltaba temerariamente sobre los témpanos que arrastraba la corriente.

Deseando saber más, brinqué sobre los bloques de hielo, cosa fácil para un elfo entrenado, hasta llegar junto al ser que intentaba escapar. Un desgarrón en las nubes dejó pasar la luz de la luna y vi que era también una humana, pero de piel mucho más oscura que sus perseguidores. Huía aterrorizada llevando en brazos a su hijo pequeño.

De repente, resbaló y perdió pie. Ya iba a sumergirse en las aguas bravas cuando le tendí mi mano a la que se aferró con ansia. La ayudé a cruzar a la otra orilla, donde la esperaba alguien, y desaparecieron en un bosque cercano, mientras los cazadores estallaban en maldiciones.

Habréis notado mi rápida toma de partido por aquellos que luego, tras volver a zambullirme por segunda vez en páginas más adelantadas, pude acompañar en su trágica vida como esclavos, condición desconocida en nuestro mundo de Fantasía.

Así conocí, a través del portal siguiente, a los Shelby y supe la triste historia del querido y generoso Tom, otro esclavo negro separado de sus seres amados y vendido por aquella noble familia debido a sus dificultades financieras.

Intranquilo por él, avancé páginas y un nuevo portal me dejó sobre la cubierta de un barco, donde lo localicé jugando con una hermosa niña llamada Eva. Él no se apercibió del peligro que corría la pequeña con sus juegos hasta que esta terminó cayendo a las aguas del rio.

Yo supe que el esclavo, en cuanto escuchase el chapuzón, se lanzaría a salvarla, por eso corrí y aún tuve tiempo de rociarlo con un poco de mi polvillo dorado. Eso le daría fuerzas para traerla sana y salva, como así sucedió. El premio a su buena acción fue terminar comprado por el agradecido padre de la niña, un bondadoso plantador llamado Agustín Santaclara.

Tom vivía feliz en aquel lugar, aunque siempre añorando a su familia, pero Evita enfermó y mi polvo mágico no surtía efecto. Yo estaba tan desolado como Tom y por eso adelanté páginas temiendo por la vida de la dulce pequeña, pero lo que presentíamos acabó por suceder. Tras volver al libro en hojas posteriores, encontré que la niña había muerto, seguida más tarde por su atribulado padre.

Tom fue vendido a un amo desalmado que lo trató muy cruelmente. Los Shelby, especialmente el joven Jorge, del que me había hecho amigo, estaban decididos a rescatarlo y tuvimos la suerte de encontrar un abogado con la conciencia limpia y buenos sentimientos.

Este hombre había colaborado en unas gestiones para facilitar la llegada a una región libre llamada Canadá, de Elisa, la mujer a la que ayudé sobre los témpanos del rio. Toda la familia, incluido su esposo Jorge Harris, vivían allí libres y felices.

Esto nos alegró y nos ayudó a sobrellevar la pena por la muerte del pobre Tom, porque cuando llegamos a la plantación, Jorge Shelby, el noble abogado que había renunciado a sus honorarios y yo, no pudimos hacer nada. Tom agonizó en nuestros brazos debido a los malos tratos sufridos.

El libro estaba terminando y yo debía volver por el portal de la última página. Cierta rabia consumía mi corazón de elfo por no haber podido remediar las consecuencias del odio y el desprecio de una raza hacia otra considerada inferior.

Ya no podía hacer nada, así que me despedí de Jorge Shelby y acompañé al abogado a su despacho. Quería compensarlo con una esmeralda del Valle Sonoro, pero no quiso aceptar ningún pago. Me pareció tan sinceramente entristecido, con un semblante tan firme y noble, remarcado por aquella barba tan original que pensé que todavía se podía hacer algo para erradicar tanto mal.

Así que sonreí algo traviesamente, a la manera elfa y, sin que lo advirtiese, regué sobre él lo que me quedaba de polvillo dorado. Luego lo dejé, salí de su despacho y me volví solo una vez para leer el rótulo con su nombre en la puerta: Abraham Lincoln.

Era posible que él pudiese hacer algo.

Era posible que él pudiese hacer algo

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Crónicas del delirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora