La laguna

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Nota: esta historia es el resultado de un reto entre una amiga de wattpad @carinavolans y yo, para escribir un relato fantástico sobre el tema "laguna".


Andrew Lomas tenía un sueño: encontrar la laguna de la juventud de Ponce de León, las aguas que concedían la inmortalidad. Había amasado una pequeña fortuna con el contrabando en la frontera entre Venezuela y Colombia y marchó solo a Florida, a los pantanales donde se la situaba.

Con una parte del dinero ganado se compró un hidrodeslizador donde acomodó todos los pertrechos que consideró necesarios: alimentos, agua, ropa, un buen rifle para defenderse de los cocodrilos, cuerdas, una lámpara de gas, así como varios machetes y cuchillos, amén de algunos otros artículos de supervivencia.

Con todo preparado, se vistió su atuendo de camuflaje, se ajustó su gorra y sus lentes para el sol, y se lanzó a la aventura de aquel inmenso laberinto de canales que se extendía ante su vista. Únicamente disponía de unas escuetas indicaciones en la obra de Antonio de Herrera, sobre la zona más probable donde podría encontrarse esa legendaria laguna, aquella a la que los antiguos caciques nativos visitaban regularmente, la que permitía restaurar "todos los ejercicios del hombre...tomar una nueva esposa y engendrar más hijos"

Durante muchos días vagó por aquellos inhóspitos parajes, cribado a picotazos por enormes mosquitos, en riesgo de ser triturado por serpientes gigantes como la pitón birmana o arrastrado al fondo de las aguas por alguno de los grandes caimanes que infestaban la zona.

Sin embargo no encontró nada. Siempre las mismas extensiones de agua y los manglares de las orillas estrechándolas amenazadoramente. A veces, encontraba un repecho seco y montaba la tienda de campaña, manteniendo el ojo avizor por si se acercaba algún animal peligroso. Encendía el fuego, tomaba café y dormía con el rifle en la mano y un machete al lado.

Un día llegó a unos terrenos que se acercaban bastante a las descripciones antiguas que traía consigo. Era una zona donde se alternaban los espacios secos y otros con estanques más o menos variados. Había algunos que eran verdaderos lagos mientras que otros no pasaban de humildes charcas. Pudo dejar el hidrodeslizador cerca y comenzó a explorar los alrededores. ¿Cómo saber si alguna de aquellas lagunas era la que concedía el don de la inmortalidad? ¿Qué método de comprobación usar? Andrew se devanaba los sesos, pensando si sería mejor hacerse una herida para verificar si se cerraba o quizás beber aquellas aguas pútridas y esperar la llegada de la diarrea.

Esa noche, mientras reposaba en la tienda, llovió abundantemente y la hoguera se apagó. Hacia el amanecer, se levantaron unas rachas de viento que hacían temblar la lona y Andrew temió que saliese volando. Tuvo que salir a reforzar los tirantes, pero el suelo se había convertido en un barrizal y los clavos se deslizaban como si estuviesen hundidos en mantequilla. Miró al cielo que debía estar ya esclarecido. Entonces, el terror se dibujó en su semblante al ver la infinita espiral de nubes que se había formado, avanzando hacia donde él se encontraba. Había tenido la mala fortuna de topar con un huracán.

Maldiciendo su suerte recogió la tienda y las cosas que mantenía fuera. Lo apretujó todo en el hueco de un gran árbol y se dirigió hacia el hidrodeslizador, porque el huracán se aproximaba a marchas forzadas y temía por su único medio de transporte. El aparato acuático se cimbreaba de forma alarmante con las furiosas ráfagas y Andrew se dedicó durante unos minutos a reforzar sus agarres. La tarea resultó titánica, con el agua azotándole el rostro y el vendaval impidiéndole incluso sostenerse en vertical. Terminó a tiempo de ver llegar a la vorágine, arrancando ramas y troncos y haciéndolos girar a decenas de metros de altura. Andrew se encomendó al Destino y se acurrucó dentro del deslizador, esperando la tragedia.

Esta no tardó en llegar. Los anclajes de aquella máquina eran completamente impotentes ante la fuerza avasalladora del terrible ciclón. Levantó el hidrodeslizador como si fuera un juguete, con el hombre dentro y lo hizo volar centenares de metros. Luego el aparato salió despedido por una de las tangentes a la macabra espiral. Andrew se sintió caer, vio acercarse entre los destellos de la tormenta un círculo plateado y experimentó un violento choque con unas aguas profundas, que se cerraron sobre él, mientras bajaba entre burbujas hacia el lejano y legamoso fondo de la laguna. Después sintió un dolor intensísimo en la espalda y perdió el conocimiento.



                                                                    ***



Cuando recobró el sentido el dolor volvió con agudeza. Poco a poco se fue calmando hasta no ser más que un pulso débil y casi imperceptible. Trató de abrir los ojos pero no pudo. Sentía toda su cara aprisionada por algo húmedo y pegajoso. De pronto sintió ahogo, intentó respirar pero su nariz estaba obturada. De todas maneras, la sensación desapareció con rapidez. Quiso moverse y el dolor le penetró como un cuchillo en el cerebro. Todo su cuerpo estaba inmovilizado. ¿Se habría roto la columna? A excepción de dos dedos de su mano derecha todo lo demás estaba en parálisis. Hurgó con ellos y le pareció sentir la sensación del cieno. También experimentaba cómo el légamo movía sus cabellos flotantes. Muy cerca de uno de sus dedos hábiles tocó lo que parecía una barra acerada: el hidrodeslizador. Dios, tenía el aparato sobre su espalda, sus ochocientos kilos de peso, aplastándolo, sumergiéndolo cada vez más en el fondo cenagoso de la laguna. Sintió llegar la muerte, quería aspirar aire a bocanadas, pero su boca estaba llena de sustancias pútridas. Y abandonó, se rindió, se dejó morir...

Pasó el tiempo y todo estaba en calma ¿Qué sucedía? Esto no era posible...¿Porqué la muerte no llegaba? Debía haberse ahogado hacía minutos pero ya no sentía agobios por no poder respirar ni por no poder abrir los ojos. Y entonces, una pequeña luz se encendió en su mente y comenzó a agrandarse como un terrible presagio. Un escalofrío recorrió su destrozada espina dorsal, cuando lo vio claro. Quiso gritar aterrado, quiso levantarse en un impulso desesperado pero no logró moverse ni un centímetro, sino martirizarse con el dolor, quiso llorar de angustia y de impotencia porque, a cincuenta metros de profundidad, de golpe comprendió que había encontrado la laguna de la inmortalidad.

Crónicas del delirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora