Prólogo

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Dolor. Mucho dolor. Estaba instalado en su pecho y su cuerpo no podía resistirlo. Lloraba muy fuerte. Debía ser una experiencia espantosa pues no solía llorar así. De hecho, casi nunca lloraba lo cual era peor, mucho peor. No importaba si lo escuchaban. Es más, ya no le importaba nada. Todas esas sensaciones, los sonidos, los objetos empezaban a desdibujarse, se difuminaban. Se volvía negro y era aterrador, sabía que ese dolor era sólo el principio, el génesis de lo que más adelante sería su ruina.

— Oye—. Escuchó una voz familiar.

La ignoró, no veía nada más que oscuridad.

— Tienes que tranquilizarte—. Pidió la voz.

¡Vaya consejo! Sintió la calidez de unos brazos rodeándolo y lo odió, por un momento no quiso su capacidad
de sentir y se aferró a ello.

— No se ha ido, sigue aquí—. Murmuró la voz.

Claro, seguía ahí pero se iría y le dejó sin saber nada más que eso. Era tanta impotencia la que sentía y un irremediable dolor. Mucho dolor. Era injusto y ridículo. ¿Se suponía que debía aceptarlo? No. No quería así que salió decidido a encontrarla.


(***)

La Ausencia del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora