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Tiempo después de que el retumbar fue detenido con incontables bajas en todo el mundo y la tierra destruida, los pocos sobrevivientes soldados erdianos volvieron a su lugar de origen, viendo como lo que estaba a su paso fue arrasado por esas gigantescas masas de carne caliente y vaporosa. No había nada que celebrar cuando volvieron, pues se dieron cuenta que también los veteranos restantes habían sido aniquilados por la facción Jaegerista.

Todos a excepción de uno... Levi. ¿Acaso eso era una pesadilla? Debía despertar cuanto antes, no soportaba la idea de saberse sobreviviente de entre sus camaradas de generación.
La vida, desde sus inicios, no había sido justa con él. Sin un padre y con una madre enferma viviendo en la miseria y muriendo tiempo después. Un extraño enseñándole a defenderse y abandonándolo, confesándole al final que era su tío. Sus amigos, sus camaradas, su superior... incluso ella también lo abandonó en la última batalla; dando todo para ponerlos a salvo.

Las noches si de por sí ya eran terribles, ahora más. Evitaba a toda costa dormir, porque en cuanto cerraba los ojos le venían a la mente las últimas imágenes de Hange, despidiéndose con esa sonrisa típica de ella. Ya no quería dormir más.

Algunos meses después de la tragedia, Levi fue tratando de reacomodar su vida, no era nada fácil hacerlo sin nadie que lo apoyara o se burlara de él. Pero algo había cambiado ligeramente dentro de él desde hace un par de noches atrás, los sueños que tenía eran tan lúcidos que sentía que podía tocar al protagonista de tan bellas escenas efímeras: Hange.

Por las noches, despertaba empapado en sudor con el corazón palpitando desbocado y con lágrimas en los ojos, las manos temblorosas e intentando mantener la compostura. Era ella en sus sueños, ¡era ella! la miraba tan tranquila y despreocupada con una gran sonrisa en el rostro. Le costaba tranquilizarse y cuando el sueño volvía a reclamarlo, se acostaba con desgano.

¿Por qué le pasaba eso? Mierda, si la cuatro ojos estuviera con él, ella ya le habría explicado el por qué tenía esa clase de sueños. Pero ella ya no estaba, nunca más la vería frente a él. Pero lo que él no sabía, es que Hange vivía en sus sueños, acompañándolo y manteniéndolo firme para poder soportar la desdicha de haber perdido todo.

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Una noche, las hojas de madera que estaban sujetas al marco de la ventana se abrieron debido a una pequeña corriente de aire, chirriaron un poco debido a la falta de lubricación en sus componentes. Se escuchó una pequeña risa y acto seguido, el peso del colchón cedió, aunque no había nadie ahí, solo Levi, que acostado, cubría sus ojos con su antebrazo derecho. La luz de la luna iluminaba tenuemente la habitación.

—Hola, Levi. Recién se me permitió venir a visitarte, no sabes lo que moría por venir a verte, bueno, morir es una expresión porque ya estoy muerta, ja, ja —estaba igual como el día que se había ido, hermosa y con esa sonrisa en el rostro, tan característica de ella. Era Hange.

Hange miró a Levi con un amor como nunca antes lo había sentido, reprimió las ganas de llorar y la voz se le quebró, fallando en su promesa de no llorar al estar frente a ese hombre al que ella aprendió a amar pese a su agrio carácter.

—Me siento tan contenta de estar aquí, estar muerto no es tan malo después de todo, puedes ver lo que acontece pero sin involucrarte... es como si fueras un ser omnipresente.

Sabiendo que no podía sentirlo, acarició los cabellos negros de su ex compañero. Él, aún dormido, quitó el antebrazo que yacía sobre su rostro, permitiéndole a Hange verlo una vez más. La joven sonrió, pues ansiaba mirar a su camarada aunque el gesto de él era de pesar, incluso dormido seguía con esa tristeza que era incapaz de borrar. De pronto frunció el ceño, hecho que hizo reír a Hange.

En tu sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora