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A mediados de la década de 1990, la fuerte ola de jóvenes que poseían el dominio de sus propias vidas se intensificó. Una sociedad más liberal y comprensiva alcanzó ciudades de todo el mundo.

Kim Minji era una joven de 17 años, con poca experiencia y mucho que aprender. Guiada por sus opiniones e ideologías, se unió a un grupo de jóvenes que más o menos las compartía para seguir difundiéndolas.

Estas ideas no eran muy bien vistas por personas mayores o sin voluntad para cambiar. Se instauró una fuerte represión y con ayuda militar, se crearon reformatorios que albergarían a estos jovenes con "mala conducta".

Los espacios — en que chicas y chicos permanecían en establecimientos diferentes — eran comandados por monjas y curas verdugos, que los sometían a servicios obligatorios y oración constante.

Minji se mostró reacia durante muchos años. Odiaba la sensación de estar siendo observada, oprimida, apagada. Que sus padres la encerraran en uno de aquellos lugares por el simple hecho de defender sus ideas había sido una de las peores traiciones de todos los tiempos.

Era misión de las monjas crear intrigas entre las chicas para evitar acercamientos y con ello la idea de unirse para crear un manifiesto que derrumbase sus leyes y exigencias. Ninguna apoyaba ni se preocupaba por su compañera de cuarto.

Ellas solo esperaban que el tiempo pasase rápido para poder ser libres.

Las chicas no lo sabían, pero ellas nunca serían libres. La libertad con la que habían nacido había sido tirada a la basura por hombres con miedo de una fuerza mayor que sus armas: las palabras.

Minji aprendió a finjir buen comportamiento. La única persona con la que podía contar ya no le dirigía la palabra por culpa de las monjas. Kim estaba sola y por un largo tiempo permanecería así.

Ella ya había intentado pedir socorro de todas las formas posibles. De nada servían sus intentos pues en caso de que se atrevieran a contar lo que pasaba allí dentro, recibirían una noche de castigos y malos tratos.

Eran más o menos las 3 de la tarde del día 15 de diciembre. El día que la repartidora del mercado entregaba los alimentos para los próximos 15 días.

Ella siempre hacía la entrega todos los días 1 y 15. Minji solo la había visto una vez. Era muy delgada, un poco torpe, con pelo ceniza y una dulce sonrisa que solía recibir fuertes portazos en la cara.

Como estaba limpiando el alamacén, Minji escuchó como llamaban a la puerta de atrás y como pronunciaban un "¡Entrega!". Miró por la pequeña ventana y se dió la vuelta para llamar a una de las monjas y que esta la recibiera.

Antes de subir las escaleras, Minji paró y pensó que ella misma podría atenderla, aunque estuviera prohibido hablar con cualquier persona de fuera del reformatorio.

Minji cogió las llaves y escogió la mayor de todas para abrir las puertas de atrás. Abrió la puerta y atendió a la repartidora con una bella sonrisa, que fue correspondida y seguida de un susto.

— ¡Buenas tardes! — dice la chica, sacando unas bolsas de su carrito y entrando al almacén.

— Puedes dejarlo...

— Ya me sé bien donde dejarlo. ¡Las monjas ya me indicaron el lugar correcto — respondió amablemente. — Nunca ví a una de las chicas en este sitio, son siempre las mayores las que me atienden.

— Ellas estan... ocupadas ahora mismo — mintió intentando memorizar todas las características de la chica — ¿Cual es tu nombre?

— Yoohyeon, ¿y el tuyo? — ella iba y venía del carrito al reformatorio sin deshacer su sonrisa.

— Minji.

Yoohyeon acabó de dejar las bolsas dentro del almacén y se quedó en frente de Minji, con las manos en la cintura y una expresión cansada.

— ¿Puedes darme un vaso de agua, por favor?

— C-claro — dice Minji sujentando los pliegues de su larga falda y caminando hasta la parte superior, donde se encontraba el gran filtro de arcilla con agua limpia.

Minji colocó un vaso lleno y volvió a donde estaba la chica de pelo ceniza, entregandoselo y asustandose por la velocidad a la que se lo acabó.

— Esta vez realmente me cansé. Pidieron una cantidad extra de cosas. Vaya, creo que voy a tener dolores musculares.

— Al llegar a casa, toma un poco de té de manzanilla, pon hielo en el lugar y luego una compresa de sal caliente. Relájate y notarás que mejorará mucho.

— ¡Lo haré, prometido! — le entregó el vaso a Minji — Tú pareces simpática, cada vez que vengo aquí, las monjas apenas me hablan, solo dicen "ya está pagado" — hace comillas con lo dedos — y me cierran la puerta en la cara.

— ¡Ellas son muy mal educadas! — respondió Minji.

— Pero realmente, hicieron mucha compras esta quincena.

— Estamos en el ultimo mes del año, ellas suelen abastecer la cocina con muchas cosas porque saben que el comercio no vuelve a la normalidad hasta después de las fiestas de fin de año.

— Eso es verdad. Ahora que lo dices, se me ha venido una pregunta a la cabeza. Entonces, ¿como son las fiestas de fin de año aquí?

— ¿Estas de broma? — la sonrisa que se desvanecio de la cara de Yoohyeon mostró que no era bromista. — Nosotras no tenemos fiestas. Oramos en navidad, dormimos en año nuevo y seguimos como si nada de eso importase. La vida aquí es una verdadera prisión. O encajas en sus deseos, o languideces hasta morir.

— ¡No hables así!

— ¡Es la verdad! — Minji se recostó en la pared con la mirada perdida. — Hace dos años que estoy aquí, ya consiguieron quitarme toda la voluntad de vivir, de ver el sol allí fuera, de sentirme viva de verdad, ¿sabes?

— Eso no es bueno... pensé que vosotras estabais aquí por voluntad propia.

— No estamos aquí por voluntad propia Yoohyeon, estamos aquí por...

Minji fue interrumpida por un par de pisadas que descendían las escaleras hasta el suelo del gran reformatorio.

— Te tienes que ir — dice Minji dejando el vaso de Yoohyeon en el suelo y empujandola hacia fuera.

— ¿P-pero por qué?

— ¡Date prisa, vete! — susurró la rubia.

— ¿Como puedo volver a hablar contigo?

Minji miró para atrás desesperada y le entregó dos grandes bolsas a la chica de pelo ceniza, haciendola caer para atrás encima del carrito.

— Finje que te olvidaste de entregar todas las compras, vuelve aquí mañana — Minji se apoyó contra las puertas y subió corriendo por las escaleras alternativas, se escondió allí para poder seguir los pasos por donde antes había venido la monja.

Esta monja miró hacia todos lados en busca de quien posiblemente estaría allí para recibir las compras.

— ¡Pero esta repartidora cada día es más osada! — dige la monja — ¡¿Como puede creerse con derecho a entrar aquí sin nuestro permiso?! ¡Y aún encima bebe agua! ¡Y mira! Uno, dos, tres... ¡FALTAN DOS BOLSAS!

Minji aprobechó la distracción de la mujer para subir al piso de arriba y correr a su cuarto. En el camino dejó que una sonrisa se dibujase en sus labios, algo que no pasaba desde hacía unos meses.

Minji había encontrado el número exacto de la chica que atendería su emergencia.

Can you keep a secret? - JiyooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora