Vidas Paralelas

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Amity

Cada mañana hago lo mismo. Despierto temprano, 5:00 al para ser exactos, hago una parada técnica en el baño, me recuesto unos minutos más, reviso las notificaciones de mi celular, me preparo un café, me ducho, me visto y desayuno... Bueno, si es que mis hermanos mayores no despiertan antes, odio desayunar con ellos, hacen cada estupidez que se les ocurra. 

— ¡Ey Manoplas! — grito Edric apareciendo debajo de la alacena 

Lo que me temía, tendría que desayunar con ellos. Puta madre. 

— Ya me iba — Dije queriendo desaparecer que allí lo antes posible

— Ah, no, no, ¡No has desayunado, Hermanita! Acompáñanos — Apareció mi hermana mayor Emira, preparando un jugo de durazno y ensalada de frutas, un desayuno de humanos, al parecer los seres que antes vivían en las Islas Hirvientes se habían acostumbrado a su estilo de vida más sutil. 

Trataron de entablar una conversación los tres, pero yo estaba en otras cosas de mi mente, era una Bligth ¿qué tiene de malo? Ugh, que no tiene de malo, sería la pregunta. Mis papás, a pesar de que yo ya tengo 21 años, siguen siendo estrictos y manipuladores sobre mi futuro, había conocido a un tal Matt, con quien estaba casi obligada a tener una relación, pero es que él era un patán, menos mal no lo he visto durante una semana entera. 

Y de la misma forma, antes de encender el auto, pienso en ella, en esa chica del café… cada mañana. 

Soy una mujer ocupada de rutinas ocupadas, me gustan las cosas de ciertas maneras y me gusta cambiarlas si no me parecen. Hace ya dos años que no la veo. Nunca regresé a esa cafetería, había conseguido un ascenso en mi empleo y no podía rechazarlo, ahora estaba en otra ciudad, extrañando el pastel de chocolate con sabor a su sonrisa. 

El trabajo como líder del aquelarre del emperador me gustaba, en realidad, me apasionaba; leía del tema incluso en mis momentos libres. Para mí, las abominaciones eran sencillas, si algo se rompía, lo reemplazaba, si algo se averiaba, lo arreglaba, conociendo la abominación, podía saber cuáles eran los posibles problemas; las cosas así no me intimidaba, a diferencia de las personas que nos visitaban como si de una entretención de feria se tratase. 

Luz 

Desperté rodeada por mucho pelo. Unos eran de un tono grisáceo oscuro y los otros rubios, mi corazón se sentía cálido al estar rodeada de mis seres amados. King, mi mejor amigo, era el dueño de los azules, y responsable de que mi pierna estuviera acalambrada, mientras Justin era dueño de la larga cabellera rubia que hacía cosquillas en la nariz y dueño del enorme brazo que rodeaba mi cintura. La alarma había sonado, era tiempo de pararme, pero el brazo de aquel rubio desgarbado no me lo permitía, así que apreté su nariz para que despertara. 

Casi al instante mi mejor amigo saltó de la cama. 

— ¡¿Qué carajos Luz?! — gruñía con aquella voz profunda que usaba para amedrentar a quienes se atrevieran a molestarme, pero conmigo no funcionaba, por lo que me doblé de risa mientras sujetaba mi abdomen.

— Me estabas aplastando ¿Qué esperabas? — él solo supo levantar una espesa ceja para después hablarle a King y decir que quería sacarlo a pasear.

Mientras lavaba mi cabello pensaba en Justin. Era un buen hombre, una bestia musculosa de casi dos metros que perfectamente podría pasar por el estereotipo de un vikingo, pero era todo un caballero. Constantemente mis compañeras de trabajo me acosaban con comentarios sobre su "según ellas obvia relación" pero la verdad era otra, Justin era como un hermano para mí, y King era algo así como mi mascota, y si bien, no estoy ciega y sé lo atractivo que era el rubio, no me llama la atención la "Y" en su genética.

Han pasado ya dos años, pero mi corazón aún echa de menos a esa extraña chica de la cafetería. Extraño sentir la caricia de sus ojos sobre mi piel, su tímida voz cuando algún piropo era más fuerte que sus temores, y sobre todo, lo que veía reflejado en el color de sus ojos, para ella era todo aquello que no creía de mí misma; y fue gracias a esa libreta y su hermoso contenido que logré salir de esa profunda depresión en la que me encontraba. Ella motivaba mis días… pero ya no está, solo hay un recuerdo de cada mañana que ella aparecía frente a mí en aquella mesa, un recuerdo que no para de hacerse más y más borroso, lo odio. 

Cada MañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora