CAPÍTULO III - Lágrimas Inmortales

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Tras la decisión que tomé con respecto a lo que pasó la noche anterior, decidí irme a Roma durante una temporada. Así evitaría alguna de las locuras de mi hermano Nicolae.
No sé cuantas semanas habían pasado desde que fui a Roma, pero perdí la noción del tiempo. Ya que me había enfrentado a varias de esas valquirias que mataron a Catriel.
Regresé a Hungría. El tiempo que pasó, me hizo entender que aquella mujer que conocí en la ciudad se me metió tan dentro que solo sabia pensar en ella.
La muerte de mi esposa marcó mi vida inmortal y de continuar con esta me suponía un reto muy difícil. Ya que en el día a día, me enfrento a una muerte segura.
Hungría. No ha cambiado desde que me marché. Solo notaba el ambiente más cargado desde la última noche en que estuve en el país.
Notaba a lo lejos la música de violines. Había una fiesta. Eso significaba que era una oportunidad para poder alimentarme.
El viaje de Roma a Hungría ha sido pesado. Han sido dos noches y tres días en los que he estado ocultándome de la luz del sol y alimentándome de sangre de animales del bosque. En el momento en el que pisé de nuevo la cabaña en la que me ocultaba, pude respirar tranquilamente. Ya que temía ser quemado por la luz del sol.
Pisé la fiesta. Que tornaba alegre y divertida.
Logré entender que era una fiesta de matrimonio. Alguien se había casado ese día y por eso tonaba la fiesta tan viva como en esos momentos. Una fiesta que parecía no querer acabar nunca.
Me acerqué a los humanos como si fuera uno más entre ellos. Tenía tanta sed, que quería mezclar una copa de buen vino con la sangre de alguna joven. Hace años que no mezclo ese sabor. Desde que Catriel me enseñó. Pero esa fue una de las cosas que me enseño, mientras que entrenaba para poder controlar mi poder. Y a su vez controlar mi ira de neófito.
De pronto aquel aroma apareció de la nada. Conocía el olor como si fuera mi fuente de vida.
Me acerqué a ella. Sabía que me estaba arriesgando demasiado por quién era y el motivo por el cual desaparecí.
Alodia estaba bailando con aquel hombre que la acechaba en la pista de baile. Iba vestida de blanco y él vestía con un buen traje. ¿Qué es lo que estaba pasando?
Me acerqué a ambos. Lo que se me pasaba por la cabeza no era nada bueno. Eso me hacía enfurecer.
Ante ellos en segundos, la miré. Seguía siendo hermosa aunque había pasado varias semanas desde que la vi por última vez.
―Señor Brown ―dijo ella―. ¿Qué hace usted por aquí?
―Solo de pasada para disfrutar de esta fiesta de matrimonio, señorita Horváth. Está usted hermosa como siempre.
―En realidad, no sabía que mi padre le había invitado a la fiesta de mi matrimonio, señor Brown.
―¡Su matrimonio!
Me quedé en blanco como un folio. Más muerto de lo que ya parecía. Estaba claro que mi ausencia había cambiado muchas cosas. Incluso esta. Que la mujer que me deslumbró hace muchas semanas, ya había contraído matrimonio.
―Así es. A partir de ahora, señor Madame Horváth de Báthory.
―Enhorabuena a la pareja ―dije.
―Señor Brown ―dijo él―. Tómese en nuestro honor una copa del buen vino de la bodega de mis padres.
―Gracias, señor Báthory. Lo haré en su honor.
Después me aparté de ellos. Quería mantenerme al margen de esos sentimientos de los que tanto me había hablado Catriel durante mi entrenamiento.
Me marché sin ser visto de la fiesta. La noticia me había dejado sin apetito.
Llegué a la cabaña en la que me ocultaba.
La ira se apoderó de mí de tal forma, que comencé a romper todo lo que me encontraba a mi paso.
No sé por qué me fui tanto tiempo de la ciudad. Porque tuve que dejar pasar estas semanas y ahora mismo no tengo como conquistar a esa mujer que me había cautivado. Aunque ya era muy tarde para hacerlo. Se había enamorado de otro hombre y se habían casado.
―Padre nos enseñó que los sentimientos en la vida inmortal eran más difíciles que cuando un humano se enamora ―escuché.
Miré hacia la puerta de la cabaña y ahí estaba Nicolae junto con una muchacha muy joven. Supuse que era su nuevo juguete.
―¿Qué haces aquí? ―le pregunté.
―He venido a darte una buena bienvenida hermano. No he venido a matarte.
―No te creo Nicolae. Déjame a solas.
La chica vestía de fiesta. Supuse que la había capturado de aquel matrimonio.
―No lo haré y lo sabes.
Hizo una pausa.
―Te he traído este delicioso mangar de fuente de sangre virgen. Bebe y toda esa ira se calmará.
Me acerqué a ella y le pregunté en el oído:
―¿Cómo te llamas?
―Qué más da como se llame. Bebe su sangre y sáciate.
―¿Y qué será lo siguiente? Que me una a ti y te revele el secreto de padre.
―Ya me he olvidado de esa profecía hermano. Así que tómala y vive.
―Llévatela.
Prefería otra cosa que matar a esa joven. Ahora mismo mis pensamientos estaban en lo que acababa de ver en esa fiesta.
―Hermano, ese carácter es el que deberías de haber sacado en esa fiesta. El carácter de un depredador que acababa de perder a la mujer por la cual siente algo.
―Déjame en paz Nicolae. Vete con esa muchacha por dónde has venido.
―Lamentarás el rechazar la carne tan fresca que te he ofrecido como ofrenda de paz.
Noté como Nicolae se marchó de la cabaña en la que me ocultaba durante la luz del día. Pero eso no me quitó los pensamientos tan oscuros que tenía por pensar en aquel matrimonio que se estaba efectuando. Algo que mi mente se negaba a pensar y algo que no llegaba a creer.
Al descargar mi ira con todo lo que pude, salí a cazar algo de comida. No quería matar a ningún humano. No quería ser el asesino que Catriel quería que fuese. Me alimenté de la sangre de dos conejos y de un puma. Que lo único que quería era matarme. Algo que no logro. Ya que la fuerza que producía mi ira, era mejor que la de aquel puma furioso y hambriento. Antes de matar al puma, le miré a los ojos y me vi en ellos. Hubo algo que me hizo retroceder cuando estaba terminando de matar el animal. Unas breves imágenes que no sabían su eran premoniciones o simplemente era un déjà vu por haber saciado demasiado mi sed a sangre.

Valquiria - Crónicas de Días Pasado IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora