Prefacio

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4 años antes...

Febrero 2014, Farnworth.

Prefacio

—¿Crees que las cosas mejoren? —digo con un hilo de voz mientras la veo. Está sentada en la orilla de la cama. Es la tercera vez en la semana que se queda en mi casa a dormir y aunque -no me molesta en lo absoluto- temo por lo que pueda pasar si las cosas siguen el camino en el que creo que van.

—No lo sé... —contesta tras varios segundos de silencio y la oigo suspirar. Puedo ver como limpia una lágrima rápida que se le escapa. Me acerco a ella para abrazarla y casi puedo notar con el temblor que produce el acto en ella como todas sus defensas se vienen abajo.

Amanda ha sido mi amiga desde que me mude a este pueblo hace 4 años cuando mis padres se separaron. Nos conocimos en un grupo de apoyo de mi condado en el que mi padre me alisto junto con mi hermano apenas nos mudamos para -según sus palabras- poder lidiar mejor con la separación y el gran cambio.

Un grupo de ese estilo era algo nuevo para mí y más teniendo tan poca edad y sin entender muy bien lo extraño que era el lugar. Todos aquí al menos sabían quiénes eran, mientras que yo fui por mucho tiempo "la nueva".

Para Eric, mi hermano, era un poco más fácil integrarse. No tengo muy claro si por su facilidad de ser amigos o porque nadie le cuestionaba lo que hacía. Aun así, el cambio fue muy notorio para ambos, pasamos de un lugar como Londres; una ciudad lo suficientemente grande y avanzada donde nadie -para bien o para mal- se metiera en tus decisiones, con muchas libertades de pensamiento y opciones de cómo llevar a cabo tu vida. A estar aquí, en Farnworth. Un pueblo donde todos se conocen, todos saben la vida de todos y tu forma de vestir junto con tus gustos son un tema que cualquiera se puede sentir con el derecho de opinar y debatir. Todo con la excusa un poco extraña de querer preservar valores y buenos principios que los fundadores del pueblo se encargaron de pasar a través de las generaciones para que así no fueran olvidados.

Muchas de las familias de esos fundadores eran conocidos y se denominaban "jueces del valor" sólo por llevar el apellido de personas que hace más de un siglo se creían dueños de la verdad, o al menos así lo veía.

Cuando llegamos también fuimos objetos de críticas y chismes de pasillos de diferentes teorías del porqué un hombre soltero se mudaría con dos niños a un pueblo tan pequeño como ese.

Y la verdad es que no había mucho que contar; tras el divorcio, mi padre vio la oportunidad de comprar acciones en una de las fábricas de sembrado aquí en Farnworth. Y por la indisposición de mi madre de quedarse con nosotros no dudo en traernos con él.

Entonces así, a mitad de año empacamos en busca de una nueva vida en un lugar donde nadie nos conociera y alejados de todo el caos que trajo la separación de mis padres. La idea me hacía ilusión, a decir verdad, lo que no sabíamos era lo curioso de la forma de vida en este lugar.

Con el tiempo nos fuimos acostumbrando y amoldando a vivir aquí. Gran parte gracias a el grupo de apoyo de la iglesia del pueblo, donde la idea principal no sonaba tan mal... Ayudarse unos a otros, tener a personas que se preocupen por tu bienestar y guiarte para alcanzar la mejor versión de ti.

No todo era malo. Teníamos una vida buena y comodidades gracias a que la fábrica era una de las entradas de dinero más grandes en el pueblo, pero más allá de todo eso, estábamos juntos. Y eso contrarrestaba todo lo demás.

A pesar de mis quejas al principio y de que estuve un poco renuente a la idea hoy puedo decir que no me arrepiento para nada; gracias a ese grupo conocí a Amanda, junto con las otras únicas amigas que tengo en Farnworth.

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