Capítulo II

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—¿Cuántos años tienes? —pregunta Agatha, remueve la tierra hasta que el agujero tiene la suficiente profundidad.

—Diez —responde lejano sin prestar atención. Sus manos igual que las de la niña, están cubiertas de tierra del jardín.

Se encontraban cavando un pequeño hoyo en el patio trasero de la vieja casa abandonada. Una cerca alta de madera los cubría de ser vistos por los vecinos. El cadáver del gato, reposaba en el suelo, su estómago abierto y pequeños órganos, removidos y esparcidos, las cuencas de sus ojos de un negro oscuro que le daban un aspecto aterrados. El cuchillo de cierra y las ramas filosas con las que los niños acababan de cometer el horrible acto, descansaban junto a Andrew que se encontraba de cuclillas en la tierra con mucho cuidado de no ensuciar más que sus manos, sus pálidas prendas seguían impecables. Unas cuantas gotitas de sangre se vislumbraban en ambos rostros y brazos.

Ambos mantenían un brillo cómplice de felicidad en la mirada. Los labios de Agatha continuaban curvados, sus mejillas calientes y la euforia seguían presentes. Miraba que el rostro de Andrew se encontraba sereno, pero la chispa estaba ahí. ¿Cómo algo tan malo podía sentirse tan bien y podía ser tan divertido? Aun podía sentir la sangre en sus dedos, la viscosidad de las entrañas del animal.

Se pusieron de pie al terminar. Andrew, toma el cuerpo y órganos, sin hacer siquiera mueca de asco, los lanza en el agujero, arrima la tierra con el pie ensuciando sus costosos zapatos. Permanecen observando el agujero (ahora cubierto) unos segundos, asimilando lo que acababan de hacer. Sus corazones aun martillan con fuerza, es regocijante hacer un poco de daño después de haber recibido tanto. Ambos se miran con intensidad. Agatha detalla gracias a la luz de los faroles de la calle, el color de los ojos de Andrew: un azul muy intenso adorna un iris, un marrón bastante oscuro adorna el otro. Y ella piensa que es lo más bonito que ha visto si lo compara con cualquier cosa.

No hay palabras solo se observan, entonces sonríen. Saben que es el inicio de algo que solo es de ellos. Un juego infantil que será secreto. Un escape de sus vidas. Agatha sabe que él no hace eso con otros niños, Andrew sabe que Agatha no tiene más amigos.

—¿Por qué son así tus ojos?

—Estoy defectuoso —susurra con un leve sonrojo. La sonrisa de Agatha se hace más grande.

—Es tarde —murmura Agatha, observando el cielo.

—Si.

—¿Te regañan si llegas tarde?

—Nadie nota cuando no estoy —se siente cierta inquina en su voz.

El silencio se vuelve a hacer presente nuevamente. La luna llena se observa majestuosa en el cielo, nubes enormes tratan de ocultarla.

—Lo que hicimos fue—

—¿Increíble? ¿Genial? —termina por ella. Hace un ademan con la mano como restándole importancia— Lo sé. Ya lo había hecho antes, tuve un gato y dos conejos. Pero fue mucho más divertido hacerlo contigo —Agatha asiente sorprendida—. Tango que irme, ya va ser mi hora de dormir —anuncia dándose la vuelta para entrar a la casa.

—Tu... ¿vendrás mañana? —inquiere siguiéndolo al interior. La temperatura se hace menos fría.

—Puede ser —recorren toda la casa atravesando los muebles viejos cubiertos por sabanas blanca, hasta llegar a la puerta principal.

—¿No vas a la escuela?

Andrew suelta una risa ligera.

—No, tengo profesores particulares.

—¡¿Eso quiere decir que ellos van a tu casa?! —exclama Agatha con ojos muy abiertos. El chico la mira confundido unos instantes, su expresión se relaja y le da una sonrisa enternecida.

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⏰ Última actualización: Apr 08 ⏰

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