Uñas rotas

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Me muerdo las uñas. No sabría explicar la razón, es probable que no la haya, que sea una especie de tic producto de algo más grande. Sé que no es algo extraño en una persona, y que muchas lo hacen.

Es una adicción y me molesta, me molesta porque no era así. Mis manos nunca fueron atractivas pero mis uñas si, eran largas, limadas y bien pintadas; ahora es pura coincidencia si llegan a tener forma similar. Están astilladas, cortas, rotas y duelen, sin embargo, no puedo parar. Ahora mismo apenas queda algo para sacar además de la sangre cada vez que muerdo más de lo que debería. Intenté arreglarlas con esmalte pero solo logro verlas cada vez peor, no se ven bonitas; se ven como lo que son: un intento de esquivar la mirada sobre lo que no controlo, y es un asco.

Y lo que estoy a punto de confesar pueden encontrarlo no tan común como lo anterior. Mis uñas ya no crecen ( o tal vez yo no las dejo crecer ), y si no crecen no las puedo morder. Uno creería que esa es la solución: no hay uñas, no hay problemas, pero las ansias siguen y siguen con cada día que pasa. Busqué e intenté otros reemplazos; el más recomendado fue el chicle, sabe bien y lo puedo masticar durante bastante tiempo. Pero no funcionó, al principio es bueno, sabe bien y uno creería que nunca se va cansar, lo cual es falso; con el paso del tiempo la consistencia del chicle deja de ser masticable y se vuelve una masa gris y pastosa, además de que cansa la mandíbula.

Masticar tabaco también fue otra. Miento si digo que lo intenté, el tabaco tiene un sabor demasiado fuerte y no puedo evitar pensar en los cigarros, me repelen. Incluso me recomendaron plantas, el pasto para ser específicos. Lo probé y no es malo, pero no soy vaca pastora. Y ni hablar de las miradas de la gente; imagina estar en una plaza leyendo un libro, probas los métodos recomendados para calmar tus instintos y, de un momento a otro, la gente se te aleja y los niños te miran; es una mirada inocente y curiosa pero sigue siendo molesta.

Podría seguir extendiendo esto y hablar sobre los otros mil y un métodos que intenté y fallaron, el miedo de que me juzguen me ha contenido de realizar muchas cosas pero de no contar esto dejaría un vacío en la historia y un pecado sin confesión.

La realidad y el propósito de toda la introducción que acabo de hacer sobre mis uñas es esta: encontré un método para calmar la ansiedad; dejé de morder mis uñas, pero no las de otros.

Probablemente quién esté leyendo esto sienta un nivel de repulsión mayor al que ya me tenían pero tengo una explicación. Luego de que los métodos tradicionales no me funcionaran llegué a una conclusión: no puedo reemplazar a las uñas, es imposible, son únicas. Descubrí algunas cosas sobre ellas y sobre mí durante este tiempo; no necesito masticar, tengo que morder, tiene que ser algo sólido pero fácil de romper ni tampoco demasiado grande, no tiene que llamar la atención porque lo voy a escupir. Lo necesito siempre a mano, claramente no hay lugar mejor que la misma mano.

Ahora se van a preguntar “¿exactamente dónde conseguía las uñas?” y yo, obviamente, tengo la respuesta; las personas no permitirían que les saquen las uñas sabiendo el dolor que conlleva, de hecho, arrancar uñas con una pinza y a la fuerza fue un método de tortura para sacarle información a secuestrados. Créanlo o no, tengo morales, y no voy a secuestrar a nadie. Sabiendo esto pensé en otras formas de conseguir mi “anillo de Tungsteno”, el mercado negro fue una opción a considerar; no me libraría de ningún crimen pero no tendría que sacarle nada a la fuerza a nadie. Descarté rápidamente esto ya que las estafas son muy comunes dentro del negocio si no se conoce a nadie de confianza, y yo soy una persona limpia, libre del mundo criminal, o al menos lo era.

La única opción viable era conseguirlas por mi cuenta. Es bien sabido que tanto las uñas como el cabello están compuestos con keratina y que, incluso después de la muerte, no se descomponen de la misma manera que el resto del cuerpo.

Mi vida nunca me requirió un exceso de fuerza física así que desenterrar cuerpos fue todo un desafío. Tengo la suerte de que mi ciudad no es la mejor en cuestión de seguridad por lo que acceder a las criptas no es nada difícil. Lo peor es el olor de la carne; si el de la comida podrida en mi refrigerador ya es horrible no puedo explicar este, vomité en repetidas ocasiones, lo que empeoraba el aroma. Es curioso ver cómo uno entierra a sus seres queridos con sus mejores galas, esperando que se mantengan así; es puro maquillaje, al igual que yo intentando arreglar mis uñas, estas personas sólo pintan la inevitable realidad: la muerte.

Tengo que admitirlo; estuve a punto de retractarme al ver esa escena, la de una mujer acostada en su ataúd de madera, donde va permanecer hasta que la tierra la termine de reclamar. Pero algo dentro de mí me superó, bajé y me encontré con las manos de la joven; estaban bien cuidadas, tenían pintura perlada a tono con como supongo era su piel. Las robé, le robé las uñas a un cadáver. Miento, no fue a uno ni a dos o tres, son tantos los muertos excluidos de uñas ahora mismo que ya perdí la cuenta.

Llevo tiempo de haber realizado el crimen y aún así todavía me quedan uñas para poder pegar sobre los dedos de la mano con la escribo esta confesión. La culpa es mayor que yo, al igual que el impulso de morderme las uñas, no tengo vuelta atrás y, si bien es imposible que me descubran, tengo una sensación que me carcome la cabeza; alguien lo va descubrir, me va descubrir, y no creo tener las agallas para soportar el peso de mis acciones.

No sé cuánto tiempo les lleve descubrir mi ausencia y mucho menos los objetos que tengo en mi posesión. Esta es mi última palabra, sepa Dios perdonar mi pecado y lo bien que me hace sentir contarle esto al mundo, imploro que los fantasmas de los muertos dejen de atormentarme en sueños y las familias encuentren la paz sabiendo que mi existencia ya no es problema para nadie.

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2020 ⏰

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