Aún recuerdo el día en que me fui de ese asqueroso lugar, eran entre las 2 o 3 de la tarde cuando empecé a hacer mis maletas con las pocas cosas que tenía, era tan solo una niña de 14 años que había tenido que aguantar durante mucho tiempo una vida de ratas.
Mi madre solía ser una mujer normal, con un gran esposo y una niña como todas las demás, vivíamos en un vecindario muy poblado, yo solía jugar con los niños y niñas cercanos a casa, y amaba cantar con mi padre, él siempre quizo ser cantante pero no pudo cumplir su sueño gracias a los pocos recursos a los que tenía acceso, nuestra vida era bastante normal, como la de cualquier otra familia, hasta que un día papá murió de un ataque cardíaco. Desde ese momento, nuestra vida no volvió a ser igual. El era el motor de nuestra familia, todos eramos una pieza del mecanismo que trabajaban para juntos funcionar a la perfección, sin una de las piezas, ya nada funcionaba, todo estaba roto.
Mamá se resignaba a pensar que papá se había ido, ella insistía en que aún no llegaba del trabajo. Después de un tiempo mamá empezó a tener problemas con el alcohol y casi nunca estaba en casa, cuando llegaba ebria a las 5 de la mañana simplemente se derrumbaba en el umbral de la puerta apenas pudiendo sostener su propio peso y se dormía ahí hasta que fuera hora para ir al bar nuevamente.
Amanda, la vecina de al lado, siempre había sido una buena amiga de la familia y en ocasiones se compadecía de mí y me daba comida mientras mamá estaba seguramente bebiendo en el antro más repugnante de la ciudad olvidando que tenía una hija a quien cuidar; luego la situación se puso difícil y Amanda no pudo seguir alimentando otra boca más, no la culpo, yo no era su obligación...tendría que buscar una solución yo misma.
Salía de vez en cuando con mi mochila al hombro caminando entre los restaurantes más cercanos pidiendo lo que pudieran ofrecerme de comida, así caminaba durante varias horas para recoger lo suficiente para unos cuantos dias.
Un día, llegó mamá como siempre, impregnada en olor de licor y cigarros, pero ésta vez no llegó sola. El hombre era alto, tenía el cabello blanco, aunque no le quedaba mucho en su cabeza, tenía un jean de unas 2 tallas más grandes que la suya y una camisilla blanca sucia con manchas de licor seguramente y quien sabe que más; seguro era uno de sus grandes amigos del bar.
Me pidió que le indicara donde estaba su cama, le mostré y la recostó delicadamente sobre ella. Luego sin decir nada caminó hasta lo que se suponía era la cocina y abrió cuantas puertas vio, buscando comida; me dijo muy seriamente y con un tono de voz ligeramente fuerte: - ¿Qué en ésta casa no hay ni una maldita migaja de pan?. Yo lo miré por un largo rato con los ojos abiertos como platos mientras no podía articular ni una sola palabra. Supongo que se cansó de esperar una respuesta, así que caminó hacia el sofá mientras se quitaba sus apestosos pantalones y murmuraba algo que apenas pude entender, y se durmió profundamente sobre él.
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Decisiones de la vida
Teen FictionY ahí estaba yo...una niña de 10 años de edad con su cabello rojizo recogido en una cola de caballo muy despeinada y sus uñas con restos de esmalte destrozado por tanto mordisquearlas, en la parte trasera de un viejo auto esperando a que el hombre q...