—El otro día me quedé con muchas dudas, por tu noviecito. ¡No me cerraba que nunca pudiera salir con Katia, tú y yo! Por eso fui a averiguar a la facultad de Derecho, a ver si alguien lo conocía. Pero…nadie lo conoce, Kira. No hay ningún Santiago de tercer año en la facultad de Derecho. Ese Muchacho te está engañando.
Esas fueron las penosas palabras de mi amigo Jeffrey en el parque del Quijote, como ya les había contado en el capítulo anterior. Mi corazón se me quería salir del pecho. El dolor pobló todo mi cuerpo. Cuanta tristeza me trajeron las palabras de Jeffrey.
––Cálmate, mi gordi. No quiero verte triste. ––Decía mi amigo, tomando mis manos y apretándolas muy fuertes.
––Ese patán no se merece ni una sola lágrima tuya.
––Pero… ¿qué hago sino llorar, Jeffrey? Ahora mismo no sé quién es Santiago. No sé siquiera si es ese es su verdadero nombre. Estoy muy angustiada. Hace apenas unas horas estuvimos, hicimos el amor.
––¿Usaste protección? ––No, el calor del momento y la emoción me hizo olvidar eso. ––Confesé apenada. Había sido una verdadera tonta al no tener todos los cuidados debidos con Santiago. Pero ya era tarde para arrepentirse, ahora había que enfrentar con valentía el error.
––¿Qué vas a hacer? ––¿Ahora mismo? Ir al mar. Necesito que la brisa marina y su sal me traigan la calma para poder pensar.
Y al mar me fui, luego de despedirme con un abrazo casi infinito, de mi amigo. Caminé hasta el malecón y me senté en su muro, a contemplar el mar, su azul, las olas chocando contra los arrecifes, las gaviotas y los pelícanos merodeando, el sol bajando la guardia para cederle paso a luna llena. Estuve una hora allí, pensando, recordando cada detalle de mi relación con Santiago y el momento de su acercamiento.
La noche me cogió pensando. Lo llamé a su móvil para vernos, pero me dijo que estaba estudiando para una prueba. ¡Cuánto odio comencé a tomarle! Sería muy difícil arrancarle la verdad, pero ya estaba viendo una manera de desentrañar esta madeja de mentiras.
Regresé a la casa, algo alterada. Casi ni saludé a papá. Él notó extraño mi comportamiento, pero no me preguntó nada. Fui yo la que le pregunté:
––¿Y tu mujer?
––Está dándose un baño. Unas amigas de su tiempo de estudiante la invitaron a salir y para allá se va ahora.
¡Qué casualidad tan grande! Santiago no podía verme por tener una falsa prueba al otro día, y esta piraña salía con sus amigas de la universidad. Todo era demasiado rebuscado por un lado y por el otro. Las piezas del rompecabezas comenzaban a armarse y a tener sentido para mí.
Dejé a mi padre en la cocina preparándose un sándwich, y me colé en la habitación de ellos. Electra aún seguía en el baño. Yo aproveché y tomé su celular. Su contraseña me la sabia hacia años; era un patrón muy sencillo. Fui al historial de mensajes y me encontré con un número sin nombre de contacto, pero al que conocía muy bien, pues era el mismo número de Santiago. Leí un mensaje de él muy perturbador: “¿Viste Electra? No eres la única que sabe jugar rudo. Intentaste librarte de mí y yo seduje a tu hijastra, la gorda. Ayer te morías de celos al vernos. Debes haber sufrido sintiendo como en la habitación de Kira, yo terminaba con su virginidad”. Mi corazón se me oprimió y no podía dejar de llorar. Que hombre más ruin había resultado Santiago.
En otro mensaje le exigía a Electra verlo en un café en la Habana vieja. Electra le respondió con otro mensaje: “Está bien, te veré en la noche, pero ni sueñes que volveré contigo. Has demostrado no tener carácter y quiero demasiado a mi marido para echar a perder diez años de relación por un error.”
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Mi Nombre es Kira.
RomanceLas angustias, tristezas y alegrías de una estudiante de Biología, cubana , gorda y apasionada.