III.

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La noche del jueves, KyungSoo despertó aturdido por unos constantes ruidos. Estaba oscuro y solo gracias a unos refusilos supo que sus ojos estaban abiertos, la tormenta había vuelto a caer en la ciudad.

Notó que no se encontraba en sus aposentos, más bien estaba dormido en su oficina.

El trabajo lo estaba consumiendo pero tampoco era para perder el conocimiento. El agotamiento no era más que familiar para él, por ende, no tenía sentido haber caído desmayado en el escritorio.

Un trueno hizo que mirara a su derecha hacia el exterior, al temporal que caía del cielo. Los truenos daban pie a temblores en el suelo y en las paredes, el cristal de los ventanales trepidaba como si se fuese a quebrar en cualquier momento. Los edificios que alcanzó a ver tampoco tenían luz, la ciudad completa estaba en penumbra.

KyungSoo arrugó el ceño, en el día no había visto una mísera nube que presagiara la lluvia y, teniendo en cuenta el clima similar anteayer, había comprobado varios pronósticos. Todos dictaban lo mismo: cielo despejado con poca probabilidad de lluvia.

A su vez, KyungSoo tampoco comprendía por qué nadie se había tomado la molestia de despertarlo. Remarcando las razones por las cuales el sistema de seguridad de la agencia era nefasto, sintió un susurro.

El destello de una luz amarillenta llamó su atención, apenas perceptible, venía de un pasillo en la esquina de la oficina. Dejando su asiento, siguió la luz. Los refusilos ocasionalmente alumbraban el camino. La luz venia de un cuarto al final del pasillo, pudo decir que eran velas por la coloración y forma en que titilaban.

Dentro del cuarto había... una cama.

KyungSoo parpadeó mareado al suponer quién era la persona parada allí. No le tenía miedo, pero tampoco quería volver a estar a solas con ese hombre nunca más, sabía que le vendría con el cuento de que merecía retribución por lo que había hecho por él.

Pausadamente, sus pies se detuvieron al cruzar la puerta.

La silueta de un hombre le daba la espalda, con las manos en los bolsillos de los pantalones negros, concentrado en el paisaje. Un nuevo relámpago y pudo ver el torso desnudo del hombre. Sus vellos al crisparse le causaron hasta dolor y el bombeo de su sangre era tan escandaloso que no le sorprendería que fuese perceptible para el hombre de igual manera.

Dios, aquella pulida piel morena se veía sublime con las luces incandescentes de las velas.

JongIn giró la cabeza.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó con toda la calma del mundo.

Sus ojos estaban dorados y un mechón de cabello color ceniza oscilaba en su frente. En algún momento, KyungSoo redujo la distancia entre ellos.

—No lo sé.

JongIn, presuntamente, esperaba otra respuesta.

—¿Estás seguro?

Ya no podía estar seguro de nada, no estaba seguro siquiera de estar despierto o soñando, porque no había nada racional en ese momento.

Asintió y supo que el hombre espléndido y medio desnudo enfrente experimentó molestia cuando los músculos de su cuello se hincharon.

—De acuerdo. Ahora, vete.

KyungSoo vio el chaparrón y luego a JongIn con una clara expresión de no-seas-idiota.

Los labios de JongIn hicieron una mueca.

—Puedes irte si es lo que quieres, KyungSoo.

Machacó sus dientes cansado de las porquerías de JongIn. No había forma en el mundo en que llegara de una pieza a su auto, los ascensores que bajaban al estacionamiento, lógicamente, no funcionaban y era peligroso tomar las escaleras en la oscuridad.

Confession | KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora