¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Respira profundamente, el aire primaveral lleva a ella partículas de polen que instintivamente le hacen estornudar y cubrirse con la parte interna de su brazo. Acomoda los lentes de armazón oscuro sobre su puente nasal, mientras bebe por la pajita plástica la bebida frutal que lleva en el vaso con el logo de su cafetería favorita. En la mano contraria carca una carpeta llena de papeleo, y un boligrafo, justamente fue a terminar el trámite de sus vacaciones intersemestrales, tiene un mes de descanso (afortunadamente) porque la universidad comienza a comerse rápidamente su cerebro.
Ha tomado el camino a casa largo, quiere disfrutar de una buena caminata (que bien le hace falta a sus entumidas piernas), además la tarde está preciosa, y el clima es ideal. Sus jeans desgastados, la camisa de franela, y una camiseta negra bajo ella, está bien, no es un maravilloso vestuario opacador, pero es una universitaria cansada, en una carrera difícil, la moda no es su prioridad en esos momentos.
Gracias a la calle vacía y silenciosa, es que puede percibir las fuertes y veloces pisadas que se arrastran a sus espaldas, un segundo antes de que Laia quisiera mirar detrás suya, una fornida anatomía le pasó rozando, bajo su vista periférica puede notar que aquella figura busca escondite y se refugia dentro del oscuro callejón que está frente a ella. Como su sentido de humanidad, solidaridad, y amabilidad le exigen, con pasos cautelosos, y ajustándose los lentes con el meñique, camina levemente hasta poder mirar dentro del callejón, gracias a las micas que mejoran su visión puede reconocer borrosamente al agitado hombre recargado en la pared.
