1: Carta para Ventolín

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Cerraron los baños después de darle minuciosamente con la fregona, y guardando los utensilios y líquidos en el carrito de limpieza, Natalia y Damion se dirigieron al almacén. Con el repaso de ese último piso de aquel gran edificio de oficinas en el que trabajaban, daban por finalizada una jornada más. Una jornada que como siempre, les dejaba totalmente agotados, pues los jefes de arriba no tenían ningún miramiento con exigir la mejor limpieza por una miseria.

—Estoy de este trabajo hasta el coño...—suspiró Natalia mientras se secaba el sudor de la frente, bajando por el ascensor. Allí se había unido a ellos su supervisora, María— Pidiendo que estemos al cien por cien tantas horas por un sueldo de mierd-

—Un respeto, que está tu superiora delante, Nat—el chico se quitó los guantes, sacudiéndolos. Escuchó la risa de la aludida—.

—A ver, Damion, hijo, es que tiene razón. Los jefes son unos cabrones—tenían suerte de que María, era una supervisora de confianza y bastante afín a ellos. Sabían que podían contar con ella en cualquier momento—Me cago en ellos y en sus sonrisillas de machito...

—Mari, intuyo que la charla del viernes no fue...muy productiva, ¿verdad?

La rubia negó con la cabeza, bufando pesadamente.

—Dicen que bastante bien nos tratan con el contrato que tenemos ahora. Y atenta—sonrió del puro cabreo, alzando su índice para dar atención al hecho—, que dice Gonzalo que muchas quejas hemos hecho ya. Que nos estamos jugando nuestros puestos como vea alguna más.

—Gilipollas...—le salió del corazón a la morena espetarlo con todo el odio del mundo. Echó su cabeza sobre el espejo— Joder...si no fuese por Unai y porque no hay nada mejor...me piraba de aquí sin pensarlo. Lo siento por vosotros, que sois lo único bueno.

—Lo sabemos, cariño—la puerta se abrió y con cuidado sacaron primero los carritos, y luego salieron ellos— Ya sabemos que te desvives por tu chico.

—Yo quiero ser de mayor como tú—añadió Damion para hacer sonreír a aquella agotada morena, y lo consiguió—.

Justo en ese momento, cuando organizaban las cosas en el almacén, el móvil de Natalia comenzó a sonar. Ella se sacudió las manos antes de cogerlo extrañada, pues a esa hora no esperaba ninguna llamada. Aún quedaba media hora para recoger del colegio a Unai, el tiempo necesario para cambiarse a toda prisa y llegar. Por eso se preocupó al ver que quién hacía la llamada. Era Rosa, la tutora.

Se apartó un poco para poder hablar con tranquilidad. Le había citado en su despacho al finalizar el horario de clases, a causa de un incidente en el recreo. A Natalia le resultaba raro, su chico era muy bueno, jamás se metía en líos...

Más rápido de lo normal, se cambió en los vestuarios y les pidió disculpas tres mil veces a sus compañeros por no ayudar más a adecentar el lugar. Ellos comprendían bien la carga que llevaba, y no le tomaban seriamente cosas como esta, por supuesto. De hecho, admiraban la capacidad que tenía de sacarlo todo adelante siendo madre soltera. Cierto, Natalia tenía unos padres que le ayudaban en algunas cosas, como en llevar a su nieto al colegio porque ella entraba a trabajar a las 6 de la mañana. Pero no le gustaba depender, ser una carga...y la fortaleza y voluntad que tenía para siempre llevar una sonrisa a pesar de las circunstancias, era digna de admirar.

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Con la lengua afuera, llegó al colegio. Justo estaban abriendo el cancel para que entrasen los familiares, y los pequeños se iban formando en pequeños grupos que no se separaban de los maestros hasta que viesen quién les recogería.

Un ángel para mamá // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora