"¿Qué hay dentro del bosque?" se preguntaba Leandro.
Las pesadas gotas de lluvia golpeaban con intensidad en el cristal de la ventana rodeada por finas enredaderas verdes. El cielo estaba totalmente cubierto de nubes que parecían algodones grises. El viento formaba remolinos que arrasaban haciendo girar hojas caídas de los enormes árboles que abundaban en el lugar. Las ranas croaban entre tantos charcos y tierra húmeda, mientras que los pájaros se esforzaban por volar veloces hasta sus nidos. Allí, del otro lado del vidrio, dentro de la pequeña casa, se encontraba Leandro.
Se quitó los lentes con cuidado y limpió los cristales con un pañuelo que sacó de su bolsillo. Acto seguido se los colocó nuevamente para continuar en esa entretenida tarea que acababa de descubrir: observar la lluvia cayendo sobre el bosque. Tenía diecisiete años de edad, y le aburría mucho estar allí, sin hacer nada. Él vivía en la ciudad con su mamá, Alissa. Pero hacía un tiempo que había fallecido la tía abuela de ella. Y aunque no la conocía mucho, era la única heredera de la pequeña finca. Entonces ambos fueron a pasar una temporada a aquella casita para mantenerla y ponerla en venta, ya que ninguno de los dos estaba de acuerdo en vivir allí para siempre. Y el primero en negarse a esto era Leandro. Su principal desmotivación recaía en que no podía llevarse su computadora. Se conformaba con el celular, aunque al lugar no llegaba señal de wifi, los datos móviles a veces funcionaban. Otras veces, ni siquiera captaba señal.
El muchacho de cabellos negros pasaba las tardes enteras mirando a través de aquel cristal. El aburrimiento lo invadía. Sin embargo, había algo en esa ventana que lo tenía hipnotizado. Su madre limpiaba, cocinaba, tejía, leía y siempre miraba de reojo a Leandro, extrañada porque el chico estaba horas parado o sentado en una silla frente al vidrio, con el verdor de su mirada clavado fijamente en algo. Algo que Alissa todavía no podía descifrar exactamente qué era.
A cuatrocientos metros de allí podía verse un pequeño bosque altamente tupido y frondoso. Y por alguna razón, la arboleda llamaba demasiado la atención del adolescente. Quizás era porque Leandro jamás había visto un bosque en la realidad, más allá de la televisión o las historias que a veces leía.
Poco a poco, la lluvia cesaba y ya solo caían algunas gotas finas. Leandro se paró de su silla y caminó hacia la puerta. Nunca salía de la casa. No creía encontrar otra cosa afuera que no sea más aburrimiento del que ya tenía. Pero ésta vez, algo lo impulsó a hacerlo. Solo quería pisar la hierba húmeda y respirar aire puro. Colocó la mano en el picaporte y lo giró, abriendo la puerta y quedándose parado en el marco por unos segundos.
— Mamá, saldré un momento afuera. — Habló el muchacho en voz alta para que su madre lo oyera desde la habitación.
— Está bien. — Respondió la voz de Alissa. — Ten cuidado.
Leandro puso un pie en el pasto y la brisa azotó su rostro humedeciendo sus mejillas, mientras despeinaba su cabello. Creyó que quizá debió haberse abrigado más, ya que hacía más frío del que pensaba. Aún así, metió ambas manos en los bolsillos de su jean y comenzó a caminar despacio. Ya no llovía y el cielo estaba comenzando a despejarse.
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Dentro del Bosque [ilustrado]
Fantasy¿Todos los cuentos de bosques encantados terminan bien, no? Depende de cómo se lo lea. Leandro es un chico al que nunca le había interesado nada que no fuese su celular y su computadora, hasta que se ve obligado a pasar un tiempo en la casa de s...