2: Cuando se maravilló

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     El par de ojos azules se encontraba nuevamente mirando a través del cristal de la ventana de la pequeña casa

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     El par de ojos azules se encontraba nuevamente mirando a través del cristal de la ventana de la pequeña casa. Leandro fruncía el entrecejo y se preguntaba si sería peligroso volver allí. Hacía tres días que no iba. Tres días con la cabeza aturdida con los recuerdos sobre aquel fenómeno. La intriga lo mataba por dentro. Sentía la necesidad de volver y por fin ver qué era aquello.

    Miró hacia atrás, su mamá estaba sentada en el sofá, leyendo una novela romántica. Sin pensarlo, apresó el pomo de la puerta con su mano nuevamente y lo giró.

— ¿Vas a salir? — Cuestionó Alissa con la vista aún en las páginas amarillentas de aquel libro.

— No... — Balbuceó Leandro de manera casi inaudible. — Sí. Sí voy a salir. — Se retractó.

    Abrió la puerta y en pocos segundos ya se encontraba caminando hacia los árboles de copas altas. Quería buscar al fenómeno, pero no sabía cómo hacerlo. Y es que anteriormente no lo había buscado, él solo apareció. Ahora tendría que pasar lo mismo.

    Se adentró unos dos o tres metros en el bosque, donde todavía había zonas de hierba corta y no tantos matorrales y arbustos. Observó más allá, en el sitio más profundo del bosque. En el centro. Allí era mucho más tupido y oscuro. Parecía una oscuridad algo tenebrosa, pero atrayente, cautivante, mágica a la vez. Le hubiera encantado ir hasta aquella parte, pero no tenía el coraje suficiente para hacerlo.

    Leandro estuvo ahí un largo rato. Los minutos pasaban y él continuaba recorriendo los alrededores del bosque, siempre teniendo precaución de ver la claridad y saber cómo salir de allí.

    Se había sentado en una gran roca que se situaba en medio de un claro. Desde allí observaba los pájaros, las ardillas que trepaban los árboles, algunas mariposas que revoloteaban cerca de su rostro y por momentos oía el zumbido de una que otra abeja. El atardecer comenzó a oscurecer poco a poco el cielo, que se tornaba anaranjado por la iluminación que proporcionaba el sol desde el horizonte.

    Un poco triste y decepcionado, Leandro se puso de pie y decidió volver a la casa. Se desilusionó. Pensó que no volvería a ver a la tal criatura, y llegó a creer que hasta la había imaginado. Pero después de todo, aquel bosque era hermoso y había valido la pena venir. Volteó para comenzar su viaje de vuelta y, por tercera vez, se encontró con él.

    A dos metros de Leandro, se encontraba el fenómeno. Estaba agachado sobre la hierba, apoyando una mano en el suelo y la otra descansaba sobre su rodilla. El muchacho lo observó detenidamente. Era un chico, más bajo y delgado que él. Por su contextura parecía ser de no más de trece, o quizás catorce años. Su cabello era del color blanco más brillante que Leandro había visto, casi rosaba sus hombros y estaba totalmente enmarañado y alborotado. Parecía sucio con pequeñas ramitas enredadas, pero a la vez se veía reluciente. Sus ojos eran muy peculiares, algo almendrados. El iris del izquierdo era de color celeste, y el del derecho, gris. "Heterocromía" balbuceó Leandro de manera inaudible. Su mirada era tan transparente y cristalina como el agua. Su rostro fino, sus pómulos marcados y sus labios gruesos y rosados. Tenía unas extrañas marcas, líneas horizontales sobre sus mejillas y una vertical, que comenzaba en su frente y llegaba hasta la punta de la nariz. Nuestro muchacho se preguntaba si era maquillaje o manchas propias de su piel. Sus orejas eran grandes. Su piel brillaba extrañamente, era pálida. Y, algo que llamó muchísimo la atención de Leandro, se encontraba totalmente desnudo. Sus pectorales y abdominales estaban muy suavemente marcados, y su cintura era fina y delicada. Sus piernas y brazos eran largos. Era realmente hermoso. Su mirada expectante estaba clavada atentamente en la del pelinegro.

Dentro del Bosque [ilustrado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora