I'd Like to See Snow | os

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En sus peores días, cuando su garganta se volviera un nudo difícil de tragar, Armando rebobinaría los sentimientos experimentados bajo la nevada del atardecer en que se hubo enterado de lo mucho que amaba a Yun Kalahari.

Si ambicionaba formularlo a viva voz, sus cuerdas vocales se disipaban en la excusa de la monotonía de vivir estupendamente sin hacerlo, pues consideraba que la experiencia había sido aterradora. No contaba con una referencia de algún otro momento de su vida en que hubiera sentido el torbellino que le estrujó el tórax y habría preferido que los copos de nieve que ambientaron su primer invierno enamorado eligieran comunicarle la verdad que, en cambio y para su pesar, distinguió en aquellos ojos achinados llenos de la calidez del verano más vehemente sobre la faz de la Tierra.

Pero el día había comenzado ni tan normal, ni tan estrafalario. Algún que otro despiste de su parte por las jugarretas de los miembros más jóvenes de la organización y poco más, pero Armando suponía que pasarían demasiado tiempo con las manos metidas en temas administrativos. Hacía poco se habían mudado de sede y aún quedaban hilos pendientes de los que, en su mayoría, él debía encargarse de cortar.

—Toma, Armando —intentaba que las cajas que llevaba entre brazos no cayeran por las escaleras previas al pequeño armario de la sede cuando Juanjo le dirigió la palabra, a principios del barandal. Extendía una bufanda de color negro, como si Armando fuese capaz de cogerla—, que ya ha llegao' el frío.

Soltó una ligera risa nasal y volvió su vista al frente, torciendo su cuello en la medida de lo posible para no tropezarse con los escalones: —Que no me hace falta, macho. Ofrécesela a otro, al Chino o... Yo qué sé —había visto al susodicho bastante desatento con el clima de diciembre. El silencio del menor levantó una sospecha que Armando no quería que se creara en su cabeza—... Eh... Guárdatela o algo.

— ¿Y si te pones malito quién nos hará de comer?

—Pero... Joder —suspiró, cansado—, que ahora te tienes que cuidar tú solo —le faltaban tres escalones y podría dedicarse al recuento del inventario, haciendo caso omiso del resto.

—Eso e' velda', Nadando.

Lo que me faltaba, pensó. Con las palmas de sus manos encastradas en su cintura y su barbilla ligeramente alzada, Yun les observó desde la superioridad del tercer escalón que a Armando le restaba pisar para llegar al umbral de la puerta metálica. Llevaba el cabello desordenado y sus ojos se fundían en una línea más recta de lo usual. Había estado durmiendo allí dentro.

—Me cago en... Que no tenemos tiempo libre, chaval. Ponte a currar, anda.

— ¡Ho'tia, Juanjo, menudo tlapo! —desvió su mirada hasta las manos del menor en cuanto reprochó su falta de responsabilidad y se apresuró en descender por las escaleras, pegado al barandal.

La estrechez de las mismas llevó a que el más bajo le empujara en movimiento. El peso de las cajas se tambaleó entre sus brazos y, como pudo, Armando logró separar uno del agarre sobre éstas y estabilizar al cuerpo ajeno afianzándolo por la parte baja de su espalda. Terminaron con los rostros a centímetros y aquello fue suficiente para ver cómo los pómulos del asiático se tintaban color carmín.

— ¡Quita, quita, a'queloso, malicón! —rechazó el tacto y corrió hacia abajo con la rapidez para que Armando casi volviera a perder el equilibrio.

Intentó echar un vistazo hacia atrás. Efectivamente, Kalahari huía del enorme almacén llevándose a Juanjo a rastras consigo, mismo que le soltaba lo suficientemente audible para Armando la exageración en su comportamiento.

Volvió a suspirar. Inclusive cuando hubo ordenado las cajas en sus respectivos lugares, Armando no pudo evitar volver unos minutos al pasado y disfrutar de la cara de espanto de Yun grabada en su mente. Una pequeña sonrisa ladina se escapó de entre sus comisuras y viajó por un milisegundo a la posibilidad de aquella cercanía en una situación completamente diferente.

i'd like to see snow / yunandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora