Prólogo: No me pagan lo suficiente

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Algo que siempre llegué a agradecerle a la soledad es la tranquilidad que solía llegar con ésta. Aunque no siempre venía sola (qué ironía). Pensamientos, miedos, intrigas... el hambre. Llevaba todo el día escuchando mi estómago rugir como si me hubiera comido un león, y es que estaba en ese punto que tampoco le diría que no a algo así. Llevaba dos días sin encontrar una aldea cercana donde poder, al menos, comprar algo de comida. Pero, ¿qué esperaba en medio del monte? Mierda, con lo bien acostumbrado que estoy no puedo seguir viviendo a base de bayas y hierbas, que me voy a morir en unas horas.

Abracé mi estómago y solté un profundo suspiro que solo me hizo sentir más vacío de lo que ya estaba. Ajusté la gran capucha que tapaba mi cabeza y me daba sombra en la cara, protegiéndome de lo dañina que podía llegar a ser la luz del sol para mi piel. No soy alguien que me preocupe especialmente por estas cosas, pero... digamos que tengo mis razones. Preferí concentrarme en mi entorno, en la suave brisa del camino frente a mí que parecía querer descubrir mi cabeza al mundo, pero la magia que la cubría no le dejaba. Sí consiguió balancear los grandes pendientes que llevaba, pero no más allá de un suave tirón que solo provocó sacarme del peligro de la situación por un momento. Me detuve antes de llegar a la parte descendiente de la montaña, alcé la cabeza hacia el cielo y, aún así, la sombra siguió sin dejar que la luz llegara a mi cara. Posé la mano como visera sobre mi frente, como un simple acto reflejo, y mi cara volvió a su mueca de siempre; seria, profesional, con una pizca de color raro por la desnutrición.

Ser un chamán ambulante no está bien pagado, que quede claro.

No solo me dedico a hablar con espíritus, obviamente el nombre viene con más responsabilidades, pero es lo que mejor se me da. El arte de la curación y la videncia los llevo de la mano, pero no son algo que suelo ofrecer a no ser que sea extremadamente necesario. Últimamente ofrezco más remedios curativos naturales, y no tan naturales, y funcionan más. La gente ya no quiere hablar con sus seres queridos difuntos, y lo respeto más que nadie, pero empieza a ser una carga sobre mis hombros.

De manera literal.

Verás, estamos rodeados de magia. El aire que respiramos, la tierra que pisamos, el agua que bebemos y el fuego junto al que nos sentamos, y muchos elementos más. Todo está compuesto por magia, incluso nosotros mismos, por pequeña que sea, y es de las cosas más maravillosas del mundo. No solo soy un chamán, en el pack también viene la manipulación de magia de diferentes tipos: elemental, curativa, material... He estudiado diferentes tomos durante mis años mozos, y sé más de algunas cosas que de otras, pero mi especialidad es prestar mi cuerpo a la gente que ha dejado este mundo durante un corto periodo de tiempo para que puedan reencontrarse con sus seres queridos y hacer las paces o cumplir su última voluntad. Por supuesto, hay un tiempo finito para todo, ellos lo saben, y aunque no quieran respetarlo les obligo a ello. Esto... no es usual. Ni el dar mi propio cuerpo para el espíritu, ni el echarlo cuando yo quiera, y lo sé y me aprovecho de ello. Por supuesto que iba a hacerlo, soy especial y tengo hambre, cobro lo que valgo.

Qué mal ha sonado eso. Deja que me presente, mi nombre es Keen, soy un mago chamán ambulante. A cambio de mis servicios solo pido un pago equivalente a la carga de éstos: comida, un lugar donde dormir durante una noche, o dos dependiendo del pedido, y a las malas acabo recibiendo dinero. A las malas, sí, porque sé la corrupción que traen esas pequeñas monedas de diferentes colores y no me interesan en absoluto, por lo que ofreciendo diferentes tipos de pago amplío mi clientela a gente que no se puede permitir desperdiciar dinero en una persona como yo. Luego está la gente rica, que me da igual sacarles el dinero que me dé la gana porque, sinceramente, me dan un poco de asco. Sobre todo a los que se lo han dado todo masticado y yo aquí, muriéndome de hambre. Pensar en ello solo me provocó volver a la realidad y escuchar mi estómago intentar devorarse a sí mismo. Apreté mi barriga con la mano, arrugando las ropas a la vez y apoyando todo mi peso en mi cetro. Tampoco era tanto, tenía una altura algo baja para mi edad y una constitución aún más delgada de lo normal.

El bosque que no podía olvidarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora