No podía pensar en otra cosa que en el frío que hacía, y en que todo era rojo. Moverme era una idea que no se me ocurría, y respirar dolía tanto que dejé de hacerlo. Dejé de contar minutos y horas, pasos y kilómetros, dejé que la somnolencia me llevara al sueño de la noche anterior, más advertencia que otra cosa, para luego encontrarme en el completo vacío de mi mente. No, no vacío; la voz de una joven mujer se podía escuchar por el lugar, resonando, su eco tan cálido y comprensivo como ella; Ashka. Solo que, entre las tonalidades de ésta, denotaba el enfado.
— ¡Keen, eres incorregible!
Encima será mi culpa que me hayan matado.
— De hecho, lo es. ¿Cómo has podido bajar la guardia así solo por tener la panza llena?
Joder, descanso unas horas al año y sale mal, no puedes culparme del todo.
Un suspiro, procedente de la misma voz. Esta vez, tristeza y miedo entremezclados en ella susurraron palabras que me helaron la sangre.
— Keen... Se me han llevado. Tuve el tiempo justo para revivirte y acelerar la curación, pero no sé cómo te encuentras ahora mismo. Por favor, por el bien de ambos, despierta.
Y eso hice entre jadeos, una tos que portaba sangre, y sujetarme el cuello con ambas manos como si se me fuera a caer en cualquier momento. Antes de siquiera mirar alrededor y saber dónde me encontraba analicé la herida con los dedos, ya cerrada del todo. Me concentré en saber cómo se encontraba internamente, y me di de porrazos con un severo dolor al respirar profundamente y tragar saliva. Intenté hablar, solo para encontrarme con más dolor y un chirrido que parecía las cuerdas de un arpa rompiéndose. No estaba sanado del todo, pero no me quedaba demasiado; estaba lo suficientemente consciente y recuperado para asimilar la sucia y mugrienta celda en la que me encontraba. Dioses, que asco de cama. Rápidamente me levanté y senté en el borde, cabeza gacha que, tras superar las pequeñas náuseas que me estaba dando ese sitio, levanté para encontrarme con un lavabo roto y un espejo igual de destrozado. No fue precisamente el cómo se encontraban esos dos muebles lo que me hizo querer gritar y enfurecer, obvio, si no lo que se reflejaba ante mí; lo que se escondía bajo la capucha. A estas alturas, debería estar acostumbrado a mí mismo, pero eso no quería decir que me gustaba lo que veía.
Era un ridículo recordatorio de mi procedencia, de los pocos que tenía que no podían ser camuflados o eliminados fácilmente por magia; cuernos de carnero decoraban los lados de mi cabeza, su principio desapareciendo en mi profunda cabellera castaña, rodeando la oreja y terminando cerca de donde empezaban. Uno de ellos portaba un aro fino dorado incrustado, mientras que el otro portaba una anilla plateada colgando del final. En un intento de acostumbrarme a ellos y hacerlos más agradables a la vista los decoré, pero no era yo a quien tenían que gustarles; era al resto del mundo. Una meta imposible, viviendo en esta realidad. Por eso los oculté de las formas que menos exhausto me dejaban; una capucha con hilo encantado que obedecía órdenes básicas y... Mis manos se alzaron hasta atrapar el lóbulo de mis orejas con mis propias manos, encontrando nada más que un agujero solitario en cada. Mierda. ¡Mierda! ¡Se los habían llevado! La rabia me llevó a levantarme, ejerciendo fuerza en el agarre que tenía en mis propias orejas, lo cual probablemente parecía una tontería, pero en mi cabeza solo hacía que reproducirse el esfuerzo, sufrimiento y dolor por el que tuve que pasar para hacerme con esos pendientes. Fueron hechos especialmente por un Rishka hace tiempo para ocultar ese tipo de partes, y funcionaban... de alguna forma. Por eso llevaba la capucha como aditivo; nunca se está demasiado seguro.
Solté mis adoloridas orejas, echando humo por éstas. Caminé de un lado al otro de la celda, más preocupado de estar expuesto al mundo tal y como era más que por estar encerrado en... Me detuve en seco, pies juntos y la mirada, puro rojo que atravesaba las tinieblas del lugar, fue directamente a los barrotes. Siguieron su estructura hacia arriba, encontrándose entonces con segmentos de frases escritas en un idioma que reconocía, aunque no sabía hablar del todo bien. No fue hasta entonces que noté los colmillos en mi boca comenzando a crecer. Definitivamente necesitaba volver a taparme, o esto iba a acabar muy mal. Agarré las varillas, colando lo poco que pude de mi cara entre ellas para analizar mejor la situación. Obviamente, lo que llevaba enganchado a la cabeza no fue de gran ayuda. Nunca lo fue. Me aparté, la frustración en mi cuerpo creciendo cada vez a peor, mezclada con la ansiedad de mi cerebro al fin reconociendo la situación; los olores del lugar eran particularmente reconocibles, los escritos anti-magia demoníaca que bordeaban la celda por las zonas donde no podría llegar a tocarlas.
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El bosque que no podía olvidar
FantastikLa perfección de un reino no promete la paz en éste. Nadia nunca ha salido de palacio más allá que para visitar la tierra vecina que algún día reinará Jasya, su mejor amiga y princesa heredera. Finalmente, en su veinteavo cumpleaños, su padre le per...