<< La mirada es el lenguaje del corazón; los ojos no mienten. >>
Sin que se dieran cuenta, siempre estaban mirándose. Por alguna u otra razón, sus ojos siempre se encontraban; a veces afligidos, otras desafiantes y en ocasiones comprensivos. Aunque fuera incómodo para una, aunque le causara indiferencia a la otra...
Siempre estaban mirándose.
Podrían llamarlo curiosidad natural, puesto que el vínculo que las unía era uno tan profundo que trascendía el tiempo e incluso la sangre. Un vínculo al que, por un sólo motivo, nunca le pudieron sacar provecho. A la larga sucedió lo inevitable, dentro de sí mismas se encontraron deseando conocerse. Sin embargo, siempre había una barrera entre ellas que ninguna tenía el valor de cruzar.
Lo único que les quedaba eran las miradas.
Las miradas dicen muchas cosas de nosotros. Nos delatan cuando falta comunicación, revelan la verdad. Te dejan expuesto. Y tales miradas, aún a la distancia, provocaban que en silencio se fueran conociendo. En los gestos, acciones y pocas palabras, muy disimuladamente aprendían de la otra.
Inuyasha, irónicamente, casi siempre era el que ocasionaba esas miradas. El intermediario. Primero él la miraba a Kikyō; Kikyō miraba a Kagome y ésta última le correspondía con angustia en los ojos, para luego mirar a Inuyasha. Y ese círculo continuaba repitiéndose como una espiral interminable.
Hasta que un día, Kikyō decidió cortarlo.
Suikotsu, el sexto de los Siete guerreros, finalmente había despertado. El generoso doctor que la sacerdotisa conoció terminó por desaparecer, dándole el paso a su otra y malvada personalidad que no escatimó en atacarla, dejándola gravemente herida tras una ardua batalla en la que Inuyasha y los demás poco pudieron hacer contra los guerreros.
Entre sueños, Kikyō la escuchó.
—Hay que llevarse a Kikyō de aquí. De lo contrario... quizás no vuelva a despertar.
Ella lo sabe.
Pensó, adormecida.
Kagome sabe que mis serpientes no pueden estar cerca del monte Hakurei... ¿Por qué me está ayudando?
El monje Miroku se ofreció a llevar a la sacerdotisa en brazos, pero Kagome refutó.
—Inuyasha es quién tiene que llevarla.
Esas palabras quedaron naufragando en la mente de Kikyō hasta que abrió los párpados, hallándose lejos del monte y recibiendo las almas en su pecho.
—Inuyasha...
Su marchito amor estaba a su lado, observándola con pesadumbre. Detrás de él, otra mirada acongojada se hacía presente: la de Kagome.
Inuyasha le explicó todo lo que había ocurrido. Desde la transformación del sexto guerrero hasta la huida de ellos. Sin embargo, Kikyō no estaba atenta al relato, sino a esos ojos castaños que hacían lo imposible para evitarla. Esta vez Kagome ni se atrevía a mirarla. En su rostro se vislumbraba cierta confusión y pesar. Parecía estar luchando contra esas emociones.
Le molestó.
Kagome la había salvado de nuevo, pero su conducta contradecía aquella acción. No quería ser salvada por compasión y tampoco por ser el primer amor de Inuyasha. Ya no le bastaban esas míseras excusas. Quería ser salvada porque Kagome así lo deseara. De pronto, se encontró buscando su atención.
Y entonces, la llamó por primera vez.
—Kagome.
La nombrada se sobresaltó. No se esperaba el llamado.
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Miradas [Kagkik]
FanfictionAnte la falta de palabras, las miradas hablan. Kagome y Kikyō, mismo alma pero diferentes personas, se hallan en una sentimental encrucijada cuando tienen un encuentro solitario. One-shot. Yuri. Kagkik. KagomexKikyō