Abrí los ojos tras un largo rato de que sonara la alarma del celular. Sabía, casi por inercia, que eran las siete de la mañana y que era momento de levantarme. Sin embargo, disfrutaba aquellos pocos segundos de amnesia cuando despertaba. Ya sabes, aquel momento en que aún te encontrabas entre dormido y despierto y no recordabas absolutamente nada de tu vida actual, pero al poco tiempo, todos tus recuerdos llegaban de nuevo.
Apagué la alarma con una sola mano y sin mirar el teléfono. Sabía que encontraría las mismas notificaciones de siempre: Mi padre, preguntándome cómo me encontraba y si ya había comido y tomado mis medicamentos, a pesar de encontrarnos en diferentes zonas horarias; Jane, mi compañera de trabajo preguntándome si había logrado dormir y cuándo regresaría a la oficina; finalmente, Hans, el jefe de redacción y edición de la compañía para la que trabajaba, dejándome saber que habían proyectos que necesitaban terminarse y, eso sólo sucedería, si daba el 110% de mí, cosa que en este momento, no era posible.
Me restregué los ojos con las manos, decidida a levantarme de la cama. Llevaba puesto un suéter de mi... esposo. Dormía con aquel suéter puesto a pesar de que mi esposo ya no estaba conmigo. Lo usaba a manera de desahogo. Era mi modo de lidiar con las cosas como estaban en estos momentos. Me miré al espejo del tocador que tenía en mi cuarto. La imagen era desastrosa: tenía unas grandes bolsas moradas de ojeras bajo los ojos, mi cabello se veía opaco y enmarañado ( la última vez que lo había desenredado había sido tres días atrás que lo había lavado después de casi una semana sin hacerlo), mi piel estaba pálida y tenía los labios secos. Me veía enferma. Lo estaba, de cierta manera, pero no en el sentido literal, y por primera vez en varias semanas, aquello me molestó. Abrí uno de los cajones y saqué un peine para desenredarlo. Muchos de los cabellos sueltos quedaron en él y no me molesté en retirarlos. Al volver a guardarlo en el cajón, noté que había un paquete viejo de cigarros guardados. Sabía que no eran míos, pero decidí fumar uno en el balcón.
El sabor amargo de aquel cigarrillo me trajo recuerdos que hicieron que se me humedecieran los ojos, pero decidí no darle importancia. Me enfoqué en el picor que dejaban en la garganta y en lo embotada que me dejaban la cabeza y, como por arte de magia, me recordaron un sentimiento que tenía guardado del sueño que había tenido en la noche. "Estoy enamorada de alguien que no existe" pensé. Por un instante, pensé que se refería a mi esposo, sin embargo, me daba la sensación de que no había sido con él con quién había soñado.
Basket, el golden retriever de mis vecinos, se acercó a mí meneando su frondosa cola en forma de saludo, sacándome de mis pensamientos. Era la hora de su comida. Siempre teníamos la misma rutina: me levantaba, me quedaba pensativa por un rato en la cama y luego, como un ente, me levantaba para darle sus croquetas. Me miraba curioso, como queriendo saber por qué había cambiado la rutina aquella mañana de jueves tan poco fuera de lo ordinario. Basket no hablaba, obviamente, pero sabía comunicarse. Había sido la mejor compañía que había tenido por estos días. No juzgaba, no te daba frases vacías de aliento, pero te daba todo el amor que necesitabas, justo lo que necesitaba.
Abrí mi computadora ubicada en la mesa del comedor que tenía en mi apartamento mientras Basket se comía sus croquetas. Me hice una cola alta en el cabello y miré los últimos diseños que había realizado. Ser ilustradora era la profesión de mis sueños. Me había mudado a Hamburgo para trabajar en la empresa en la que estaba actualmente hace tres años y no podría haber rogado por un lugar mejor. Pero en los últimos días, había sido una real tortura. Sentía que la inspiración se me había secado. Mi esposo se había ido, y con él mis ganas y talento para dibujar. Sonaba estúpido, pero así era.
"Tengo que salir de este hoyo", pensé para mis adentros mientras revisaba lo poco convincentes y llenos de nada que eran mis dibujos de los últimos días. Leí los mensajes que tenía en mi teléfono. No me había equivocado por mucho, excepto que mi jefe me pedía que lo llamara. Aquello era una novedad.
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Encuéntrame en Hamburgo
Roman d'amourUna joven ilustradora latina viviendo en Hamburgo pasa por una de las crisis más difíciles de su vida y su carrera. Cuando decide volver a enderezar su vida por el camino en que iba antes de que la tragedia llegase, el destino le prepara una sorpres...