Capítulo 4.

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—Debo admitir que estoy totalmente maravillado. —Dice Wilshire, uno de los presentes. —Esta empresa tiene a una mente brillante, es muy importante. —Me sonríe.

Comida para nuestro ego.

—Muchas gracias. —Le devuelvo la sonrisa y me levanto, abro las carpetas y saco las copias que hice de todos los datos. Si aceptaban, es mi deber dejarles una copia de cada documento como en cada junta de la empresa.

Voy dejando las hojas sobre la mesa frente a cada persona. Cuando mis pies se acercan al final de la mesa, mis piernas empiezan a fallar y mi pulso se acelera más de lo que quisiera. Tomo el papel y lo pongo frente a él, cuando voy a retirar mis manos, él las toma con disimulo.

Cometo el grave error de llevar mi vista hasta él, quien no a dejado de mirarme.

Nuestros ojos se conectan y puedo escuchar mi corazón latir. Aprieto mis labios y me alejo de él.

—Have a good night. «-que tengan una feliz noche-» —Digo en inglés, dado a que la mayor parte de la conversación en la noche a sido en inglés porque algunos no logran dominar bien el español.

Me devuelven el gesto y con ello, salgo tan pronto mis pies me lo permiten de aquella sala donde unos ojos grises no dejaban de mirarme y lograr volverme un manojo de nervios.

Gruño ya estando en el ascensor. Aprieto la carpeta que me corresponde y salgo del ascensor.

Agradeciendo y ya haya llegado la hora de irme, recojo mis cosas y me despido de las chicas.

Salgo del enorme edificio sintiéndome extraña. Pego un brinco al escuchar un trueno y me quejo por el clima.

Por favor, que no llueva.

Ruego al cielo.

Hoy no fue un buen día para dejar el coche y venir caminando solo para poder organizar mi mente que en ningún momento fue organizada.

Dejo salir el aire por mi boca y busco mi celular para pedir un taxi. Cuando ya lo hago guardo el celular nuevamente, siento la presencia de alguién más y su olor varonil entra a mis fosas nasales. Aprieto mis manos con fuerza y mi pecho vuelve a subir y bajar con rapidez.

—¿Después de tres años aún quieres huír de mi? —Su voz, esa voz que antes adoraba, que amaba escuchar, ahora solo me traen malos recuerdos.

Siento su brazo rozar el mío y ese simple tacto logró volver mi cuerpo un caos. Me aparto tan rápido de él, como si tuviese una enfermedad contagiosa.

—Has cambiado tanto. —Dice, y yo solo siento mis ojos picar.

No, por favor.

—Aléjate de mi. —Mi voz salió débil, pero demandante.

Él, sin prestar atención a mis palabras da un paso hacia mi, yo retrocedo nuevamente. Por su rostro logro notar como el dolor se refleja, pero lo apartó tan pronto que dudé y haya sido cierto.

Sus ojos me miraban fríos, mi poca estatura y su gran estatura no ayudaba para poder verle del todo sin tener que leventar mi rostro.

—¿Por qué? —Inquiere cortante.

Dios.

¿Por qué, qué?

Todo este tiempo subestimé todo. Creí haberlo logrado, creí haber sacado de mi vida a Santiago Cormino. Pensé que si en algún momento le viera solo sentiría rabia por todo lo que hizo.

Joder ¿por qué apareció otra vez?

Mi vista se había nublado y vi en su rostro dudar, como si se estuviese debatiendo algo en su cabeza. Un auto estacionó frente a nosotros. Santiago levanta su mano y tomó mi mejilla. Aquello me hizo temblar, mi estómago se retorció y mi pecho dolió... Dolió demasiado. Las grietas en mi corazón duelen quebrándose cada vez más.

MadissonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora