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La lluvia empañaba incómodamente los cristales del automóvil. El traqueteo de las gotas golpeando contra la superficie, hacían un sonido agradable que solo se veía interrumpido por los truenos que resonaban de vez en cuando. Solo eran las nueve de la noche, pero ya estaba cansado de estar allí.

Kanon suspiró y volvió a mirar hacia el edifico que tenía en frente. Llevaba desde el día que agredió a Sorrento vigilando su casa. Estaba esperando que se quedase solo para volver a adentrarse en su habitación, pero no había forma. Éste llevaba desde ese día saliendo día tras día con un muchacho peli celeste, Julian, que no le agradaba para nada. Aun si era el hermano mayor de éste, no le quería cerca de él.

Estaba esperando. Aun si sabía que, probablemente, ese día no le vería —porque sus padres estaban en casa y, seguramente, con la tormenta que caía a aquél ni se le ocurriría salir— permaneció allí; a la espera que el menor hiciere como cada noche y se asomase a la ventana varios minutos antes de cerrarla y correr las cortinas para irse a dormir. Pero aun era temprano para eso. Desplazó el asiento hacia atrás para poder acomodarse mejor, y se recostó. Las calles estaban desiertas, completamente desiertas debido a la tormenta. Era una zona conflictiva, sumado a la lluvia; las nueve de la noche no era un buen momento para salir.

••••••

Sorrento salió del edificio a paso lento. No tenía dónde ir, a quién recurrir. Estaba desamparado, y por si fuere poco el aguacero no deseaba amainar. Miró al cielo y se abrazó a su mismo cuando el agua empezó a calar su ropa. Estaba desorientado, perdido; y empezó a caminar sin rumbo fijo. Quizá se le ocurría algo de camino a ninguna parte. No tenía nada aparte de su teléfono móvil, no llevaba más encima. En ese tramo no había farolas prácticamente, por lo que se encontraba completamente a oscuras. Tampoco pasaba ningún coche, estaba solo en ese lugar, sin nadie más; si alguien hubiese salido de algún callejón y le hubiese dado un navajazo, no podría haber hecho nada para impedirlo.

Kanon se quedó completamente perplejo en ver a alguien salir a la calle, más cuando reparó que, por complexión y por el largo de su cabello, ese alguien era Sorrento. Parecía psicológicamente destrozado. Ni cuando le había violado le había visto así, tan vulnerable, tan frágil; estaba roto.

Cada vez que un rayo caía, él frenaba en seco y esperaba que el sonido alcanzase sus oídos para continuar. Parecía realmente aterrado. Cerraba los ojos y lloraba amargamente porque no podía hacer nada más. Empezó a preguntarse qué se sentía al tener a alguien que verdaderamente se preocupase por él. Hasta su familia le había dado la espalda, se sentía como un auténtico desgraciado. ¿Qué se creía? ¿Que un alma caritativa saldría de la nada y le daría cobijo? Estaba siendo un iluso.

 —Estás tiritando —dijo Kanon a sus espaldas.

No solo había salido a toda prisa del automóvil en cuanto había visto al peli lila bajo la lluvia, se había acercado muy preocupado a ver cómo estaba. Incluso si no estaba en sus planes y ese muchacho salía corriendo al verle, no iba a dejarle solo. No tiene a nadie más, se dijo, y era completamente cierto.

Sorrento se detuvo en seco al oír aquello. El fuerte sonido de la lluvia le había impedido escuchar con claridad lo dicho, pero pudo distinguir la voz de Kanon a la perfección. Aun si solo le había visto una tarde hacía un mes, no iba a olvidársele tan fácilmente. Creyó que debido al frío y la desesperación, estaba empezando a delirar; pero aun así, se giró por si acaso. Se quedó perplejo en observar que aquello que había oído había sido completamente real. Allí estaba ese hombre de hebras azuladas, con su cuerpo todo empapado por el agua y persiguiéndole por una desierta calle a altas horas de la noche, cuando no había nadie más que ellos dos allí

 —¿Qué haces aquí? —espetó. No fue hasta que se dio la vuelta que Kanon se dio cuenta que el peli lila lloraba intensamente—. ¿Estás siguiéndome?

Killing You Donde viven las historias. Descúbrelo ahora