Condenada a la eternidad.

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Nunca nadie me conoció como yo habría querido. Nunca nadie en mi corta vida me conoció tan bien como lo hizo él luego. Nunca pensé que alguien como él se interesaría en alguien como yo, más cuando no podía verme. Si la gente me consideraba un fantasma cuando estaba viva, sus deseos ahora estaban cumplidos.

Cuando mi defunción fue real, nadie acudió a mi entierro, salvo mi padre, mi madre y mi hermano menor.

De aquella todavía él no existía, pues morí en 1915, y hasta 2015 no tuve contacto con ningún mundano.

Me llamo Lauren Roberts, o por lo menos así me llamaba la gente, la poca que sabía de mi existencia.

Cuando aquel vehículo aparatoso y sin freno me arrolló sin piedad, mi alma y yo nos negamos a desaparecer, a ser un mero recuerdo en mente de unas pocas personas.

Quise una segunda oportunidad, pero el mundo inmortal jamás permitía algo como eso. Sin embargo, fui la excepción. Y supe desde ese momento que las personas muertas y las vivas pueden ser igual de crueles.

"Una sonrisa ocupaba mi rostro como pocas veces había sucedido. Corrí a mi casa, la felicidad se expelía en cada poro de mi piel.

En contra de las reglas estrictas de mi casa, grité llena de emoción como nunca:

¡Mamá, papá, James!

Pero, nadie salió a mi encuentro. Mi gran sonrisa se fue desvaneciendo con cada segundo, de la mano de mi ilusión:

Cariño, la puerta está abierta, ve a cerrarla. escuché a mi madre decir, su voz sonaba tan melancólica, tan plagada de dolor.

No me escuchaban, no me veían, no sabían que seguía viva. Me observé en el espejo de la entrada, tratando de saber por qué me ignoraban. No tenía reflejo."

Vagué durante 100 eternos y largos años por Japón, sin casa, comida, ni frío o calor. Sin hambre, ni dolores, sin cansancio o sueño.

Un fantasma, yo era eso mismo. El corazón palpitante brillaba por su ausencia, no estaba viva, no sangraba, ni podía morir.

Sin hablar con nadie, siendo ignorada de las formas más extremas que jamás se me hubieran ocurrido. Nunca antes había envidiado tanto el derecho a vivir como cuando ya se me requisó injustamente.

Ya había perdido toda esperanza, las primeras semanas de mi vida fantasmal había intentado por todos los modos que la gente me viera, pero fue imposible. Ahora ya solo podía llorar en la soledad de la eternidad.

Pero, las lágrimas tampoco salían de mis ojos. El azul que los adornaba se mantendría joven y apagado. La tez cadavérica que me caracterizaba jamás estaría ornamentada por arrugas o heridas. Mi pelo rubio platino nunca portaría canas, nunca más crecería, se mantendría así para siempre. 

En ese mismo instante estuve muy segura de que no había cielo o infierno, inframundo o olimpo, mundo sensible o terrenal. Tan solo una pequeña barrera, que ni siquiera cambiaba a las personas. Vivos o muertos, los humanos éramos la peor creación jamás vista.

'Dear Immortal' © 2015-2017 | Xavier FosterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora