El sol del atardecer le pegaba en la cara, pero no tanto como para molestarlo, era cálido y acogedor. Estaba sentado en una plaza, mirando hacia la nada misma.
Se acostó de espaldas en el césped y miró hacia el cielo, extendió una mano, parecía tan cerca, que sentía que casi lo tocaba.
Ladeo su cabeza y logró ver una espalda, una espalda que posteriormente se giró, y unas miradas se encontraron. Una tan apasionada y tranquila, otra apagada y triste.
Estaban tan cerca y lejos a la vez.
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Dos días habían pasado.
Dos días y todavía no se quitaba la imagen de ese chico. Ese chico que lo miró sin expresión alguna.
Estaba dando unas indicaciones a uno de sus alumnos y a veces se quedaba en un silencio completo, donde Colombia enojado le tiraba una goma de borrar para que continuara con su explicación.
Mientras él tricolor sudamericano trabajaba, él agarró un lienzo y comenzó a bocetar a aquel muchacho, poniendo los ojos bien llamativos y haciendo un paisaje con muchos detalles.
Al terminar sintió como el italiano se deslizaba en su silla móvil hasta donde estaba él, se asomó por detrás y miró lo que era, hasta ahora, una pintura a medio hacer.
_Wow..._ exclamó
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