Barrios bajos.

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Hanna estaba expectante, seguía a Dorin con agilidad a pesar del incómodo calzado. Dorin la había obligado a coger una americana negra y unas enormes gafas de sol. Hasta que no salieran de la zona, nadie debería saber su identidad.

—¿Me tengo que cambiar el nombre? —preguntó ella preocupada, estaba acalorada y Dorin iba aún tres o cuatro pasos por delante. —¿Rafaela? ¿Daisy?

—Hanna, no hace falta. Allí a nadie le importa la élite, nadie sabrá quién eres. —dijo el girando la cabeza. Izquierda, y ahí estaba su moto. Se subió con elegantes movimientos y sacó los dos cascos. —Vamos, rubia.

Y así recorrieron la zona de la élite. Cruzaron también una larga carretera, y el vehículo se desvió hacia la derecha. Había edificios bajos, a veces solo de una planta. Carreteras algo más sucias, y pocos coches. Los pisos eran de ladrillos y colores oscuros, daban la sensación de estar realmente descuidados. Olía a porro. Olía a Dorin.

La moto giró a la izquierda en un callejón y fue hasta el final de la calle. Era una calle sin salida, cortada por tres edificios de dos pisos puestos de forma estratégica alrededor de una pequeña parcela de tierra. Derrapó haciendo soltar bastante polvo y se bajó de la moto con facilidad. Ayudó a Hanna, que parecía alucinada del lugar en el que se encontraba.

—¿Sorprendida? —preguntó Dorin con una mezcla de diversión y miedo, sabía que ella no esperaba algo tan destartalado y horrible. No tenía ni idea de lo que había tras pasar esa carretera que era la marca de frontera entre la ciudad y los barrios bajos. —Aquí vivo yo.

Señaló a la vivienda central, que estaba unida a las otras dos con una cuerda llena de pinzas, la cuerda de tender la ropa. Hanna miró un poco asqueada, tu ropa se veía públicamente y cualquiera podría robartela. Sinceramente no se imaginaba un diseño Dior o Fendi colgado en una cuerda, para eso existían las secadoras, ¿no?

 —Mucho. —murmuró Hanna. Se sentía algo desprotegida en ese lugar, daba la sensación de que cualquier podría entrar a robar, o agredir. Dorin movió como pudo la moto hasta unos barrotes anclados al suelo y la ató con cadenas y candados. Una vez hecho eso, se dirigió a la puerta y dió un par de puñetazos. 

—Tengo que avisarte, rubia, no están muy acostumbrados a chicas como tú por aquí. Puedes esperarte cualquier comentario. —murmuró mientras la cogía de la mano, ofreciéndola su seguridad y apoyo. —Les vas a volver locos.

La puerta se abrió. Y apareció un chico rubio, con cara delgada y pómulos marcados. Delgado pero fibroso, y con ojos azules claros. A Hanna enseguida le encantó ese chico, tal vez lo único que la disgustaba era el pelo. Lo llevaba rapado en ambos lados y más largo por el centro. Llevaba un porro en la mano y sus brazos estaban llenos de tatuajes.

Ella aún llevaba las gafas de sol, y el abrigo que había escogido era de la marca italiana Gucci. Era largo y llegaba hasta cubrir las rodillas. El pelo lo llevaba recogido en un moño, es decir, no estaba rompedora y tal vez por eso el chico no dijo demasiado.

—¿A esta también te la vas a follar? —dijo el chico rubio riendose demasiado, efectos del porro, y dándole una fuerte palmada en el hombro a su amigo. —Tienes suerte, creo que esta semana eres solo la número cinco. Que cabrón el Dorin.

—Venga Oliver, deja de drogarte imbécil. —respondió Dorin con una sonrisa, tal vez fuera verdad o tal vez no. Nadie podía negar que Dorin era un chico que estaba buenísimo y que sabía conquistar a las mujeres. —Ella es Hanna.

La rubia se había quedado perpleja, también molesta por al actitud ruda del chico rubio nada más abrir la puerta. Miró a Dorin a través de las gafas marrones oscuras y le siguió hasta el interior.

Somos la élite.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora