Ella Es

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-Ahí viene-

-Es raro verla por estos rumbos-

-¿Por qué la hija de los Andrew está aquí?-

Cada paso que daba estaba rodeado de murmullos, estaba cansada de ellos, no podía salir de su casa sin que comenzaran hablar a sus espaldas.

-Escuché que regresó por unos meses- bufó molesta, ella ni siquiera se había ido, mucho menos regresado.

-Señorita Andrew, buenas tardes- la saludó un valiente.

-Buenas tardes- contestó altanera, con la espalda más recta y luciendo más seria que antes siguió su camino-

-¿Quién es?- preguntó un hombre con boina y bufanda, el vendedor lo miró raro, su vestimenta no encajaba con el clima tan caluroso que había ese día.

-La Bikina-

-¿Quién?-

-Es la hija del señor Andrew, un hacendado del lugar, la llamaron así por la canción, se asemeja a la descripción-

-No le entiendo-

-Ahí como la ve, se ve hermosa, con esos rizos rubios, sus ojos verde como las esmeraldas, siempre sale sola a caminar por la tardes, hace diferentes caminos, pero todos tienen dos finales, algunos días su destino es el panteón, la zona privada, otros días es el kiosko, se recarga sobre el barandal de este y se queda observando el movimiento de la gente, muchos se reúnen ahí con el fin de acercarse, pero a todos los ignora, cuando te la encuentras en la calle y la saludas, es poco probable que te responda el saludo-

-¿Sabe por qué?-

-Porque ha vivido tantas desgracias- otra vendedora le contestó- nunca conoció a sus padres, pero el señor Andrew la adoptó cuando tenía tres años, cuando tenía doce años la familia perdió a un integrante, murió al caerse del caballo el chico, se dice que ellos eran muy unidos y nunca pudo superar su muerte y después se le vio feliz con otro joven, había recuperado su sonrisa, pero después de meses jamás se le volvió ver a él por aquí y ella no fue la misma, después de eso vinieron algunos hombres ricos a pedir el permiso de su padre para cotejarla y ella cada vez se negaba, eso la cansó y terminó siendo lo que ahora vemos-

-Una vez escuché a la abuela de ellos preocupada por la chica, iba hablando con la señora que le ayuda a la limpieza, le dijo que la señorita seguían llorando cuando estaba sola en su habitación-

-No se casa, no quiere ningún pretendiente, tal parece que no conoce el amor- dijo el vendedor.

-Con esa actitud y ese carácter nadie la va a querer, ni yo la quisiera- un cliente habló.

-Ella nunca voltearía a verte, Efrain- la vendedora se burló.

-¿Y hoy a dónde se dirige?- preguntó el hombre.

-Al kiosko-

-Gracias- dijo el hombre, tendió un billete para pagar lo que había consumido y se fue.

-¡Eh!, ¡su cambio!- le gritó el vendedor, este sólo le hizo una seña de despedida - que hombre tan raro-

-Uno más interesado en la Bikina- suspiró la vendedora.

Preguntando el camino hacia el kiosko, caminando lo más rápido que podía sin levantar sospechas, agradeciendo que ella caminara como si el tiempo y el lugar le pertenecieran, la alcanzó, guardó su distancia y la siguió, comprobó lo que decían de ella, a nadie le respondía el saludo, pasaba de largo con elegancia. Cuando llegó al centro, se quedó en una esquina, donde podía apreciar lo que sucedía, ella subía las escaleras y se colocaba en el barandal, su mirada estaba llena de nostalgia. Le dio vuelta al lugar, quería acercarse, pero sin que ella lo notara. Cuando pisó el primer escalón, todo se detuvo, era cierto, habías quienes se reunían ahí solo para observarla, los mismo que ahora parecía que contenían el aliento a cada paso que daba. Sus pasos resonaban cada vez más, una ligera ventisca movió su cabello y la bufanda de él.

-Buenas tardes- le dijo, ella no contestó, ni siquiera se dignó a voltear- ¿a mí también me vas a negar el saludo, Pecosa- agregó con burla.

Ella sintió como su su cuerpo se erizaba, volteó asustada, sorprendida y poco después molesta. Las personas ahí no podían salir de su asombro, por fin una persona podía perturbar a la Bikina.

-¿O debo llamarte Bikina?- su tono de burla seguía.

-¿Tú?-

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