"Arma virumque cano..."
Esa noche Egil había salido con los soldados después del entrenamiento. La taberna era... bueno, era una taberna de Ritterburgo. Sin ser gran cosa, las mesas luchaban por aguantar el peso de más de cuatro hombres -o mujeres-, y soldados y ratas bebían por igual al calor que el fuego les otorgaba. Ellos lo veían acogedor, y Egil no era quién para negárselo.
-"Troiae qui primus ab oris Italiam,-"
-Sí, vale, muy bien, ¿pero qué significa?- Preguntó un soldado Angrieff sentado frente a Egil.
- Habla sobre un hombre que huyó de su patria, arrasada por un ejército invasor, y que luego fundó los cimientos de un gran imperio.
-¿Y peleó él en la guerra?-Preguntó otro, sentado a su lado. Los tres Angrieffs, jarra en mano, escuchaban a Egil.
-No que yo recuerde- Mintió él, mirando la mesa a través del casco, el cual olvidaba a veces que seguía llevando.
-Pues qué aburrimiento enton-
-Eh, muchachos mirad la moza que viene entrando por la izquierda- Interrumpió el tercero, que no había escuchado a Egil en ningún momento.
Los tres se levantaron y se apresuraron por cazar a su nueva presa. Egil se quedó sentado, sin mucho más que hacer, a punto de levantarse y volver a casa.
-"...fato profugus, Laviniaque venit litora, multum ille et terris iactatus et alto..."- Un hombre se dirigía a Egil desde la mesa de atrás.-"Vi superum saevae memorem Iunonis ob iram."
Dejó el vaso en la mesa y se levantó, la coraza brillante reflejaba las llamas. Se sentó con Egil.
-Siempre consideré la Eneida una de vuestras obras más aburridas, y eso que la hice yo. Os habéis vuelto un poco ignorantes últimamente, así que me sorprende que sepas algo.
Egil alzó la mirada para descubrir un rostro de rasgos marcados y expresivos. Los ojos de aquél hombre brillaban en la tenue oscuridad de la estancia, reflejando las llamas. Egil permaneció en silencio, estudiándolo. Finalmente dio un trago a su vaso de agua.
-La Eneida fue escrita hace más de diez siglos.
-Tuve que desfogar mi frustración con los romanos de alguna manera, así que probé a escribir- respondió él.
-Te estás burlando de mí- se levantó, haciendo acopio de marcharse.
-Que no, de verdad, mira.
El hombre buscó dentro de su coraza, mirando y rebuscando, hasta que del cuello asomó un rollo blanco amarillento, que desplegó y observó brevemente.
-Ay, no se supone que debáis conocer esto aún.
Lo dejó caer dentro y, con más apuro esta vez, sacó la mano sujetando una pieza rectangular, en la que se podían diferenciar varias letras escritas de aquella manera. Cuando Egil consiguió descifrar un par de caracteres pudo reconocer que estaba escrito en latín, hexámetros dactílicos perfectamente construidos.
-Eso fue mi primer intento, le falta sustancia debo decir, pero la poesía no era lo mío por aquel entonces.
-Mira- dijo Egil devolviéndole la tablilla.-Tengo asuntos que atender, menesteres que urgen y esas cosas. Copias bien. Sigue así.
Se marchó abriéndose paso entre espaldas y bancos. Afuera hacía frío y Egil se arrebujó en su capa. Las calles estaban animadas, como de costumbre. Las callejuelas no favorecían ni a sobrios ni borrachos, si bien uno se perdía y el otro temía ser asaltado. La ligera pendiente curvilínea que trazaba la calle tan solo garantizaba un buen tropiezo para aquellos que estuvieran algo ciegos en cualquier sentido de la palabra.
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Crónicas de Ritterburgo
RandomPopurrí de historias varias que vivió Egil en su estancia en Ritterburgo, la ciudad mirdcense.