Martes, 24 de septiembre de 2019

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Martes, 24 de septiembre de 2019, 7:01

Desperté un poco perdida y desorientada. El dolor de cabeza es tan grande, como notorio el hecho de que pase toda la noche llorando. Siento que mi cerebro me va a estallar, de tanto pensar. De alguna manera debería pausarlo, pero todo comienza a darme vueltas de nuevo. No paro de recordar mis últimos meses, en como todo se me vino abajo y me toco continuar pese a las circunstancias.

Las conversaciones con mis padres, tanto motivacionales como de regaños. Las discusiones habituales con mi hermana menor, que no para de recriminarme que de alguna forma esto tiene que ser mi culpa. Sin contar las conversaciones con mi hermana mayor que ya no sabe que decirme, sin sonar tosca o muy deprimente. Las cargas del trabajo. Los gastos de la casa. El ingreso de Mateo al colegio de nuevo, ayudarlo con sus estudios y tratar de fingir que todo está bien, para que él no siga preguntando porque su madre no para de llorar y de estar "apagada".

Pero nada de eso se compara con anoche. Es como si todo solo hubiera sido una simple prueba para lo que estaba por venir. Nada absolutamente nada, se compara con lo que sentí al llegar a casa y volver a verla.

Fue como si la poca cordura que pude mantener todo este tiempo, se perdiera en el reflejo de sus ojos. Esos, que de alguna manera siguen teniendo ese particular brillo, ese que siempre observaba en ellos y me derretía. Ese que esta vez no me hizo sentir un cosquilleo en mi estómago, sino un nudo enorme que se formó en él.

¿Cómo algo puede cambiar tan rápidamente?

Lunes, 23 de septiembre de 2019, 20:25.

Salí tarde del trabajo por las diversas ocupaciones atrasadas que tenía. Sabía que Marta la niñera de Mateo me mataría, porque de costumbre olvide avisarle que se me hacía tarde.

Cuando llegue a casa lo primero que hice fue quitarme los zapatos en la entrada, dejar mi abrigo y todo lo que llevo en las manos, como de costumbre, exceptuando mi cartera. Comencé a caminar por el pasillo, pidiéndole una y mil veces disculpas a Marta por el retraso.

―Marta, juro que intente llegar lo antes posible, pero tenía demasiado trabajo ―Pero por más que hablaba nadie me contestaba― ¿Marta?

Al llegar al inicio de la sala, esas pequeñas manitos atrapan mis piernas y no me dejan caminar como de costumbre cada día, mientras Mateo me dice ―¡Mami Bendición!― Pero esta vez todo fue diferente, porque mi atención no estaba puesta en él, sino en su acompañante que al verme entrar se levantó del suelo donde estaba evidentemente sentada ayudando a Mateo con sus tareas.

No podía dejar de verle, todo me parecía algo irreal. Pero el berrinche de Mateo al no contestarle la bendición y no prestarle atención me hizo regresar del trance. Casi en un susurro inaudible se la respondí, al mismo tiempo que depositaba un beso en su cabello. Él sonrió y volvió a sentarse en el piso para seguir haciendo sus tareas.

De nuevo me encontraba mirando sus ojos, viéndola a ella completamente ahí parada con una sonrisa. Comenzó acercarse, pero cada paso que ella daba hacia al frente, yo daba uno hacia atrás, por lo que simplemente se frenó al notar mi distanciamiento.

Observe a Mateo, él estaba haciendo su tarea con una enorme sonrisa, estaba feliz, no podía negarse, pero yo en cambio estaba abrumada y sin entender nada. Antes que ella pudiera reaccionar, saque de la cartera un pequeño paquete de maní que había comprado para Mateo. Cumpliendo con la tradición habitual de llevarle siempre una "sorpresa" como él decía. Pero esta vez, no sabía realmente para quien había sido la sorpresa más grande. Lo deje en una mesa y salí corriendo para la habitación.

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