Mi cita tardía

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Apoyado en uno de los pequeños pilares rectangulares de la estación de tren, esperaba pacientemente mi cita con mis manos heladas ocultas en los bolsillos de mi gabardina negra para intentar que entraran en calor, no funcionaba del todo, pero claramente era mejor que tenerlas fuera y que se entumecieran segundos después por el frío.

La última vez que revise mi reloj de muñeca para comprobar la hora fue hace probablemente 2 minutos, o así lo sentía mi cerebro. En ese entonces eran las 2:31 pm así que deberían ser las 2:33 pm según mi pobre intuición.

Para corroborar si mi intuición falló o no, saqué mis manos de su refugio, siendo atacadas inmediatamente por el frío del invierno.

Empujé la manga derecha de mi gabardina con mi mano izquierda para dejar al descubierto el reloj negro de manecillas blancas que estaba amarrada a mi muñeca.

Mi sorpresa fue efímera al ver que las manecillas blancas marcaban las 2:34 pm.

Fallé por un minuto...

Justo cuando decidí no tomarle importancia y resguardar mis manos de vuelta a mis bolsillos, pude notar que la manecilla que contaba los segundos recién estaba moviéndose por el lado derecho del reloj, pasando segundos después por la manecilla que marcaba el número 2 para luego dejarlo atrás.

Con esto podía asumir que mi intuición había sido acertada, aunque me dejó un sabor de boca agridulce, por lo que no llego a causarme algún tipo de emoción de todas maneras.

Guardando mis manos ligeramente heladas a los bolsillos de mi gabardina pude sentir que volvían a la temperatura de antes, dejando una sensación reconfortante.

— ¿Dónde está...? — Pregunté al frío aire mientras mi aliento se volvía humo y desaparecía sin dejar rastro.

Había acordado con Asada-san que nos reuniríamos a las 2:30 pm en la estación en la que yo estoy parado ahora mismo contemplando el suelo de concreto ligeramente húmedo. De vez en cuando le echaba un ojo al pasillo que conectaba con la entrada donde salían y entraban un número considerable de personas desconocidas con la esperanza de que Asada-san, quien obviamente no era una desconocida, se asomara por algún lado.

Sin embargo seguía sin aparecer y me estaba preocupando.

Dudo mucho que me haya dejado plantado, debido a que ella fue quién propuso que la invitara a un café, agregando que discutimos un poco sobre a qué hora nos juntaríamos y terminé por aceptar la hora que ella impuso firmemente.

Además, ¿Quién sería tan tonta para no aceptar ir a un café con este clima?

Esa era mi línea de pensamiento, pero sí lo pienso mejor, yo preferiría estar en casa tomando café allí mismo.

Demonios... ¿Debería llamarla?

Pude notar como mi paciencia se estaba agotando. Y no por el hecho de que Asada-san estaba ya cuatro minutos tarde, o bueno, un poco. Si no que el frío me hacía recordar que podía estar perfectamente en mi casa regocijandome bajo el kotatsu que mi tía sacó unos días antes de que la estación del año en Japón cambiara a invierno.

Con eso en mente me decidí por llamarla. Pero curiosamente mi intuición intervino y detuvo el movimiento de mi mano hacia el bolsillo derecho de mi jeans color carbón cómo si estuviera esperando que algo pasara para que haya un motivo real por el cual detenerme.

Y cómo si de una broma o sorprendente casualidad se tratara, escuché una voz femenina demasiado familiar gritar el apellido de mi familia a lo lejos.

— ¡Kirigaya-kun!

En el primer intento de voltear hacia el grito, al levantar mi mirada me golpeé en la parte trasera de mi cabeza contra el pilar, ocasionando una suave pero incómoda contusión que provoco un quejido salir de mi boca.

Kirito x SinonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora