01| Las primeras historias

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Abrió los ojos, arrepintiéndose al instante en que se encontró con la luz del sol dándole de lleno en el rostro. Las persianas estaban abiertas, dejando que la luz natural iluminara toda la estancia. Sentándose sobre el mullido colchón individual, JiMin fue consciente por primera vez de lo que le rodeaba. Las paredes estaban mohosas, con capas de pinturas desprendidas por cualquier lado. Lo que se suponía debió de haber sido un color verde limón ahora era un grasiento verde olivo. El suelo estaba tapizado de una capa de polvo, adornado con las huellas de zapatos que guiaban de la puerta al colchón. Una mesa con una estufa eléctrica encima y un refrigerador semiabierto, eran todos los muebles que había en la habitación, aparte del colchón donde se ubicaba.

El sabor pastoso de su boca fue el primer incentivo para levantarse, dirigiéndose a una puerta que daba a lo que se suponía era un baño, dejando nuevas huellas marcadas en el piso. El agua del grifo olía a cloro en demasía, no le sorprendió encontrar que también sabía a eso. Pero era mejor, posiblemente hasta opacaba el mal aliento que tenía. Con agua escurriendo del rostro se miró al empolvado espejo que colgaba frente a él.

Tres días habían pasado desde que salió huyendo del Abismo tras su robo, tres días en que sus sueños se volvían un caos y se unían para martirizarlo. Cada sueño y frase recordada de su pasado era un pinchazo en su mente, dejándolo con una leve jaqueca que no ayudaba en nada a su estado anímico. Su cabello azulado lucía grasiento y las raíces de su color natural resaltaban entre el tinte. Bajo sus ojos, las marcas oscuras eran testigo de su cansancio, a pesar de haber dormido más de dos días seguidos.

La imagen que le brindaba el espejo era deplorable, un ángel desterrado no debería lucir así, nunca humano, nunca débil.

Dando tumbos llegó de nuevo al colchón, percatándose por primera vez de la oscura bolsa de cuero que daba la imagen de haber servido de almohada. En su interior descubrió dos mudas de ropa completas, unas gafas de sol y un pequeño botiquín de primeros auxilios, una botella de agua y un pañuelo formando un envuelto amarrado con un listón. Al girarse para mirar sobre la mesa un dolor proveniente del abdomen le hizo doblarse. Levantando su camisa fue consciente del vendaje mal hecho que llevaba, quitando la venda pudo ver la herida de espada que le daba problemas. Había comenzado a cerrarse, pero el pequeño extremo abierto estaba sangrando de nuevo. Solo quedaba limpiarla y esperar a que terminara de sanar. Las espadas de los Cuidadores del Abismo eran solo para defender, rara vez contenían impregnados los venenos mortales. Nadie estaba tan loco como para meterse en la morada de la Muerte y robar, nadie como él.

Eso lo llevó a mirar al pañuelo atado.

Con cuidado lo desató, encontrándose con tres pequeñas flores moradas. SeokJin le había explicado en un descuido las propiedades de los dones de las Siete Almas del Jardín. Azules para sanar, naranjas para relajar, amarillas para dormir, rosas para olvidar, moradas para recordar, blanco para la vida eterna y rojo para asesinar. Los siete dones del Jardín convertidas en flores brillantes, cultivadas por Azrael.

Recordaba haber bebido el tónico incoloro cuando se volvió un ángel, y recordaba levemente la bebida rosácea que lo sumió en su propio lago sin fondo.

En sus manos estaba la oportunidad de recuperar los recuerdos que decidió dejar por cuenta propia. Cincuenta años viviendo con la mente en un espacio en blanco, después de vivir seiscientos años entre la oscuridad, era momento de volver su eterna vida de un color grisáceo. Cogió los pétalos de aquellas flores y los vertió dentro de la botella que llevaba para después agitarla.

No tenía agua caliente, pero el agua de la botella estaba casi tibia. Los pétalos se deshicieron con el agua, volviéndola de un tenue color malva. Era momento.

Shadow | yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora