Cariño, ¿no ves?
Un tipo como tú debería usar una advertencia
Es peligroso, estoy cayendo
No hay escape, no puedo esperar
Necesito un golpe, nena, dame eso
Eres peligroso, me encanta
Un sabor acido, hundiéndose en su paladar con cada beso. Lento, muy lento. Pero adentro como si quisiera integrarse a él. Era tan abrumador, su cabeza daba vueltas en una licuadora sin escape. ¿Por qué no corría? Porque estaba hechizado por lo tóxico, por aquella necesidad de hundir más su cuerpo en el contrario, mientras las manos lo recorrían, buscando entre sus prendas algún lugar para entrar.
Los labios sabor a limón y sal, azúcar faltaba, pero no era indispensable. La necesidad era lo único que los recorría, una y otra vez. Por favor, detente. Pero no era así. El corazón, galopando en su pecho, golpeando, al contrario. Sus manos sudaban, mientras se dedicaban a dar una oportunidad al agarre, tomando los mechones oscuros del cabello contrario.
Estaba mal, estaba malditamente mal. Y él, estaba cayendo en aquella prohibida necesidad que le exigía detener aquel mal. ¿Por qué no podía irse, aunque su mente se lo reclamaba? Su mente era un lío, al igual que su cuerpo entero. Aquella carrera donde se perdían dentro de tiempo, sin aviso alguno.
Nene, ¿estás seguro de esto? Pensó, por un momento, que nada podía ser tan malo si estaba entre los fuertes brazos de aquel hombre. Pero lo era, y él lo vivía con aquel calor tan inhumano que lo inundaba con una paralizadora emoción. Quieto, sin poder siquiera respirar, con miedo a irrumpir aquella esfera tan armoniosa en la que el castaño cayó al tirarse encima de él.
Calma, pensó, aunque la calma no era algo que estuviera presente mientras se besaban en el sofá de aquella sala vacía, en la casa del rubio. No, debía detenerlo. ¿Y si sus padres llegaban? ¿Y si su hermana los veía? No podría esquivarlo como siempre, ya no había excusa.
Pero qué calor le daba el castaño cuando se restregaba en su cuerpo. No lo dejaba escapar, no lo dejaba respirar. Y él caía en esa necesidad de continuar con ese arriesgado juego hasta que llegara alguien a la casa, los encontrara y... ¿Y qué seguía? Sus padres podrían decir que Ray era un pederasta, aunque Henry ya tenía veintiuno, cuando el mayor nunca lo tocó siendo menor de edad. Ah, pero apenas se le dio su identidad como mayor en frente del país, esos cortejos no cesaron. Y no deseaba tampoco que cesaran. Era intenso sentir que atraía a un hombre tan obviamente heterosexual. ¿Qué podía decir? Inflaba su orgullo de hombre gay.
¿Y si se detenían? Temía que, de hacerlo, aquella situación no fuese capaz de repetirse. Eso lo aterraba. Estuvo enamorado de Ray Manchester desde que empezó a trabajar con él, y ahora, después de cinco años, este le había dado entrada, y no podía desaprovecharla.
Oh, pero que tóxico. Esos labios eran los necesarios para llevarlo a la locura. En su vida, no había sentido esa necesidad insana de tener a alguien o a algo. Y ahora, simplemente, su cuerpo se movió por sí solo, subiéndose en los muslos del castaño, mientras este colocaba las manos en la cintura y lo restregaba contra su fuerte cuerpo. Uf, que macho, pensó el chico.
Sus ojos miraron al reloj colgado en la sala, dándose cuenta que, en cualquier momento, sus padres llegarían de su viaje. Volvió a mirar a Ray, y este solo frunció el ceño, encajó los dientes en su belfo interior, y lo jaló. No, no iba a poder escapar. Tampoco quería, siendo honesto consigo mismo.
Sentía sus parpados pesados, su cuerpo liviano, era como estar con hierba encima, eso seguro. Su cabeza flotaba, su corazón palpitaba, y sus manos sudaban, agarrando el cabello contrario e invadiendo la boca del otro con su lengua. Lo necesitaba, era tan imperiosa la necesidad que estaba sumergido en eso, olvidando el estúpido reloj y la cara de: Llegarán tus padres, y correrán a Ray a las patadas.
Tal vez no sería tan malo si, al menos, hubiesen llegado a su cuarto. Pero no. Simplemente tomaron posesión del sofá. ¿Y qué mierda es eso de ni siquiera ir a la capicueva? Oh, Ray, estás loco; pensó Henry, porque estaba seguro de lo que trataba de hacer ese hombre. Quería echarlo al agua, quería que sus padres supieran que era homosexual, y, de paso, ser él quien lo consolara.
El rubio no era estúpido, pero admitía que le gustaba esa malicia que tenía el mayor para hacerlo caer y ser él su único apoyo. Completamente llevado por la necesidad de tenerlo. ¿Se calentaba por esa idea? Estaba enfermo. Le gustaba. Enfermo de amor.
Claramente, llegaron sus padres, pues estos eran puntuales en los peores momentos, encontrándolos como dos adolescentes morreando en el sofá principal. No les hizo gracia, de eso seguro. ¿Pero qué importaba? Ya estaba completamente intoxicado de ese hombre, y podía hacer cualquier cosa si este era su salvación.
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Soon we'll be found. |Henray|
Fiksi Penggemar𝘕𝘰 𝘱𝘦𝘭𝘦𝘦𝘮𝘰𝘴, 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘤𝘢𝘯𝘴𝘢𝘥𝘰 ¿𝘕𝘰 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘥𝘰𝘳𝘮𝘪𝘳 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦? 𝘋𝘢𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘵𝘢, 𝘦𝘴 𝘴ó𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦𝘥𝘢 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘢𝘲𝘶í 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳 𝘋𝘢𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘵𝘢, 𝘴é 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵�...