Capitulo 2

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Ahora bien, había pasado un año desde que Andy había dejado de llorar por las noches, no era algo de lo que estaba orgullosa, pero si la ayudaba a descargarse. Siempre era lo mismo. Esperaba a que todos estuvieran dormidos, para poder apagar todas las luces de su habitación, incluida la televisión y reproducir su lista de ''canciones deprimentes'', mientras se recostaba en su cama, escuchando a todo volumen la música, tapando así el llanto y sollozos que provocaba el recordar todos esos momentos dolorosos, por los que jamás se pudo lamentar. Nada cambiaba en esos tres interminables meses que tenía de vacaciones. Ese año, solo había salido una sola vez de su casa por una semana. La amiga de su mamá le había prestado una estancia con todo y lujos. Esa semana, solo lo empeoró mas. Nada de esa semana fue bueno. Nada, en lo absoluto.

Lo bueno es que ese año, no fue así. Andy ya estaba por cumplir dieciocho años y no había llorado en casi todo el verano. Solo una vez, cuando se decidió a hacer lo impensado. Ese año había sido su último año en la secundaria, luego tendría que ir a la universidad, elegir una carrera que seguir, terminar sus estudios, recibirse, encontrar trabajo... El solo hecho de pensar en eso, le daba dolor de cabeza y nauseas. Andy no tenía muchos amigos, en realidad tenía dos amigas, Kizuna y Rosalie. Las tres eran inseparables, aunque claro, siempre tenían sus pequeñas y estúpidas peleas. Ese verano en particular, Andy estaba sola, es decir, no sentía la necesidad de encontrarse con sus amigas o salir a pasear con ellas. Prefería estar sola. Andy estaba mas que contenta por haber terminado sus estudios en la secundaria, pero no estaba para nada feliz con empezar la universidad, le daba pánico. Pero con la decisión que había tomado a principio de año, poco le importaba ya.

 Un sábado a la mañana, sintió la necesidad de salir, despejarse y aclarar la cabeza. Había tenido una pesadilla bastante real, de lo que posiblemente pasaría en el futuro. Así que solo llamo a su papá, pidiéndole que la llevara al shopping que a ella mas le gustaba, el que tenía la cafetería de StarBucks. Amaba ese lugar, tanto como leer. Y el café, era exquisito. Una vez que su papá la dejo ahí, con la excusa de que esperaría a sus amigas, lo cual era mentira. No iba a ver a nadie, iba a estar sola por un par de horas. Pero si le decía eso a sus papas, no la dejarían ir. Si, tenía diecisiete años y con padres sobreprotectores. Eligió sentarse en un rincón de la cafetería, sola, sin mucha gente a su alrededor. Enfrente de ella tenía un pedazo de torta de chocolate, con una hermosa taza de café. Le encantaba pedir eso, cada vez que iba a ese lugar. Sacó su celular y comenzó a leer, mientras comía su pastel, concentradisima en su lectura. Luego de un largo rato, se dio cuenta de que habían pasado casi dos horas. Debía de llamar a su papá para que la viniera a buscar, o ya empezaría a sospechar de porque la tardanza. Se levantó, y tomó el plato de plástico vacío junto con la taza de cartón, para tirarlo a la basura. Todo eso, llevándolo con una sola mano, mientras que con la otra, trataba de marcar el número de su padre. Justo cuando logro marcar el ante último número, sintió un choque de algo contundente en su cabeza, para después comenzar a sentir un algo que le quemaba por todo el pecho.

 -¡¿PERO QUÉ...?!.-dijo, mientras dejaba caer el plato, la taza, pero todavía sosteniendo su celular en la otra mano. Miro fijamente su remera blanca, ahora marrón a causa del café caliente que algún estúpido o estúpida había volcado sobre ella.-¡¿POR QUÉ CARAJOS NO TE FIJAS POR DONDE CAMINAS?!.-escupió mas que enfurecida. Levanto la cabeza para poder ver a la persona que había causado semejante desgracia, llevándose todo tipo de enojo al hacerlo. -

 La persona que tenía enfrente, le llevaba casi una cabeza de alto, su piel era clara, lo que contrastaba con su... Esperen, ¿Era colorado? Y sus ojos, verdes. Un increíble verde. No sabía si lo mejor era seguir caminando y dejar que la tierra haga su magia, tragándola por completo o simplemente, seguir maldiciendo, pero esta vez por lo bajo y no tan audible. El chico no dejaba de mirarle la remera para después volver a elevar la vista y contemplar sus ojos.

VeronicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora