Capítulo I: Zorras malditas.

97 4 1
                                    

Siete años después...


  — Por favor, levántate Abby. Vas a llegar tarde—la voz de mi madre llegó a través de las sábanas, haciendo que me tensara por el susto— . Queda pocos para las vacaciones, cariño. No me hagas llamar a tu hermano.

— No exageres, ma. Dame unos cinco minutos más... o unos diez.

Hubo un suspiro y luego escuché la puerta cerrarse. Volví a cerrar los ojos y me relajé. Faltaban unos días para que terminara penúltimo de secundaria. El plan era finalizar el siguiente e ir directo a una prestigiosa universidad con una beca de deportes, además tengo calificaciones excelentes y un expediente impecable. Lo difícil era decidir la carrera: arquitectura, criminología o actuación. Aún queda tiempo para decidir, pero amo todas, son muy diferentes para compararlas. 

George, mi hermano, está en último año de medicina, en la Universidad de New York. Sinceramente, me impresiona que haya entrado. Es un idiota con suerte. Ni siquiera tenía variadas opciones, siempre quiso ser doctor como papá. Pero es mi momento de elegir, y si hay algo que quiero es estudiar fuera del país.

Ya me imagino en Inglaterra, Canadá, Japón, España o incluso en latinoámerica. Aprendiendo el idioma con mayor profundidad, haciendo amigos, conociendo una nueva cultura...

  — ¡¿Qué diablos?!  —   grité al caer de la cama, o más bien al ser empujada de ella.

  — Arriba... ¡No! ¡Zack, era una broma! ¡Detente!— rogaba mi hermano. Sonreí y me levanté. Zack estaba sobre él mordiendo y rasguñándole— Hermana preciosa, ayúdame.

  — Mmm... por ser tú— hice la sonrisa psicótica que asusta a mis compañeros cuando jugamos quemados— . Dejaré que jueguen un poco más. Porque, mira como se divierte mi bebé, como decirle que no juegue con su tío favorito.

— Hermanita...

— Te escucho.

  — No seas...

— Esa boca George Foster— Le reprendí.

— Mira quién lo dice, maldices como camionero.

Fruncí el ceño fingiendo sentirme insultada.  ¿A quién engaño? Es verdad. Volví a sonreír.

—No, no, no— dijo asustado porque sonreí— .Te hago el desayuno. 

Zack comenzó a morder sus zapatos.

—   Y...

  — ¡Por favor! Son nuevos.

— Quiero una malteada de chocolate, un sándwich de  tocino con salchichas y una manzana.

  — Lo que quieras.

Ya vestida con mis típicos jeans rotos en la rodilla, mi camisa con diseño escocés favorita y una sudadera de súperman me dispuse a salir de casa con mi sándwich— o lo que quedaba de él—en mano. Abrí la puerta y vi a una de mis mejores amigas esperándome afuera.

  — Hola, Fran. Espera, que me despido — retrocedí un paso y grité—¡Adiós! ¡Vamos Zack!

  — No, no se van— sentí una mano en mi hombro— . Primero me devuelves mi sudadera, y estoy seguro que llevas mi camisa roja.

  — Vamos, no seas gruñón, eres un doctor, de nada te servirá una sudadera de Súperman, salvarás vidas de todos modos,  además esta camisa la usaste una vez, hace cinco meses. Piensa que no me gusta comprar ropa, me estarías mandando directo al centro comercial— a pesar de todo no parecía convencido, así que usé mi último recurso—. A Marilyn no le gusta la camisa. Lo dijo el otro día en la cena.

Wish to the MoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora