II: diez

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La profesora jefe había entrado a la sala hace unos minutos y yo ya estaba triste. No porque no quisiera clases, al contrario, me gustaban las clases.

Había enviado a los chicos a jugar al patio y el grupo de chicas del salón se había tenido que quedar.

La mujer nos hablaba sobre las experiencias con el primer amor, dijo que no haríamos clases teóricas ni en el patio, porque quería que seamos todas más cercanas entre nosotras. 

Mientras escuchaba el ruido de su voz a lo lejos, me dedicaba a dibujar cosas a alzar en mi cuaderno, pensando en cuanto estaría gastando de mi vida al respirar el mismo aire que alguien que no me enseñaba lo suficiente para hacerme dormir menos de lo que quería.

El silencio me puso los pelos de punta luego de unos segundos y aumentó cuando sentí la mirada de las personas presentes, en mí. Alcé el rostro algo extrañada mientras entendía que me habían hablado y no había respondido.

– ¿Me repite la pregunta, profe?

- ¿Te gusta alguien del curso, Charlotte? – respondió la mujer con una sonrisa de gato de Alicia.

– No, nadie – negué a la par que respondía extrañada.

- ¿Cómo no te va a gustar nadie, Charly? Eres una chica muy linda, debes gustar de los chicos- sonrío la profesora, haciendo que el horrible lunar en su mejilla se moviese conjunto a su sonrisa.

¿Quién decía que debía gustarme alguien? si no me interesan las cosas románticas está bien. Además no era de su maldito interés. Debería preocuparse por enseñar, no por parlotear con niñas como cincuenta años menor que ella. 

– No me interesa nadie de esa forma, profesora – respondí con voz tosca y evidentemente molesta.

Me sentía humillada por el tono que había empleado a mi respuesta, además no se trata de belleza.

– Bueno – pausó unos segundos antes de hablar –  Ya pueden salir a jugar, llamaré a sus compañeros y luego les contaré lo que me dijeron ¿sí?  – aplaudió con una sonrisa.

Me levante rápidamente de mi asiento y caminé al patio, en el camino encontré a Thomi. 

Nos colocaron en el mismo colegio luego de que nuestros padres se hicieran amigos y decidieran que así podíamos caminar a casa juntos cuando seamos adolecentes.

– ¡Lotti! ¿Juguemos? – preguntó sonriendo con un balón en las manos, lo pasaba de lado a lado haciendo caras graciosas mientras me invitaba.

– No podemos – exageré el drama en mi rostro, haciendo un puchero – Deben entrar, la profe quiere que entren los niños.

– ¿No era hora libre? – frunció el ceño.

– Nos han mentido, Thomi.– negué dramaticamente – Nos han mentido.

– Ya, no importa. Jugamos en casa ¿va? – sonrió y luego guiñó. 

Thomas quería verse mayor, se había hecho amigo de mi primo, por lo que en algunos recreos se juntaba con él y sus amigos. Ellos le enseñaban a coquetear con chicas y se la pasaban hablando de eso. Aún así, Thomas seguía jugando conmigo y diciendo que siempre me protegería de tipos como ellos.

–¿Tienes un tic en el ojo? o ¿te entró basura? – sonreí molestándole.

– ¡Sabes que no es un tic! – lanzó la pelota hacia mí mientras fruncía el ceño. 

– ¡McQuoid, entra! – gritó la profesora desde el salón. ya todos estaban ahí.

Thomas caminó pasando por mi lado, tomé su brazo con firmeza antes de que se fuera.

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