LA NOVENA HORA

DECISIONES

La mujer observó de reojo a su acompañante mientras tomaba el último sorbo de la botella de cerveza que tenía en la mano. Entonces tomó una decisión. Ya no le importaba nada. Las opiniones de los demás, y en especial, las de ella misma, salían sobrando. Viviría ese idilio sin culpabilidad. Era libre. No tenía que rendirle cuentas a nadie. Por ello, optó por entregarse al momento. Entonces dijo animada:

— ¡Sí! ¡Quiero la otra!

Su compañero, un hombre con actitud jovial, gritó con garbo:

— ¡Otra, man! Esta mami quiere "pasarla bien"

El dueño de la pequeña tienda del barrio los observó con cierto recelo. Pero, como había sido un día flojo, el sujeto también tomó una decisión: cerrar tarde su negocio. Ya pasaban de las diez, y aquella pareja extraña ocupaba la única mesa que se ubicaba sobre la acera frente a su negocio.

Un par de botellas de cerveza fueron ofrecidas a aquellos clientes tan inusuales. Ella se veía de aspecto fino y distinguido. Una mujer morena de facciones extranjeras, cuyas manos ostentaban alhajas costosas. Su atuendo era elegante. En resumen, su presencia en aquella tienducha parecía inverosímil.

Él por su lado, era el prototipo de "vago de barrio". Fornido y de aspecto vulgar. El tendero estaba acostumbrado a servirle cervezas en especial los viernes por la noche cuando ese tipo se reunía con un grupo de antisociales que se rumoraba manejaban el negocio de las drogas en la vecina comunidad "San Patricio"

Pero en esta ocasión el individuo departía con aquella beldad madura quien sabe con qué secretas intenciones. Romualdo, el dueño del negocio, tenía suficiente experiencia para saber dónde no meterse, por lo que decidió seguir viendo un partido de futbol mientras aquel galán de cuarta seducía a su acompañante. Regresó al interior de la tienda y se sentó en una silla desvencijada esperando el momento para volver a su casa. Ni él ni sus clientes oyeron el rumor del motor que se acercaba.

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Yadriel trataba de hilar sus ideas, pero todo parecía inútil. Estaba cometiendo el error de los escritores novatos: hablar de algo de lo que no sabía nada. Su primer libro: "Los pasillos de piedra" era una obra inspirada en sus años como universitario, era el relato de las desventuras y problemas cotidianos de un joven estudiante llamado Jacinto Uribe, y cómo superaba una ruptura amorosa mientras cursaba la carrera de Ingeniería Civil. Una editorial pequeña de la ciudad le había dado una oportunidad para publicar su novela, y la acogida del público había sido bastante tibia. Pero con la calidez suficiente para no perder la esperanza.

Así, su editora le sugirió que siguiera escribiendo, y él sin pensárselo mucho, intentó proseguir con la recomendación. Pero lo que no se esperaba era encontrarse con aquello que todo escritor teme: el bloqueo literario.

Había decidido cambiar de forma radical el tema de su siguiente novela, creía que los ambientes universitarios estaban agotados para él, necesitaba hablar de otra cosa. Siempre había soñado con escribir una novela negra por lo que pretendía iniciar una historia a partir de un crimen del que había leído en el periódico meses atrás, algo acerca del asesinato de la heredera de una fortuna a manos de su primo que había resultado ser un famoso asesino serial. La crónica periodística era fascinante, pero el hecho era que no hallaba por donde iniciar. Hizo un par de esbozos, pero sus pobres intentos de armar un relato coherente acerca de aquel suceso le parecían tan artificiales como los senos de una estríper.

Tenía que afrontar lo obvio, le faltaba información de primera mano. Necesitaba los pormenores del caso para tener algo que se escuchara verosímil, tal vez detalles escabrosos, de esos que solo conocen los policías. Pero su acceso a aquel mundo estaba vedado. Ir a preguntar directamente a la delegación que había llevado el caso le parecía una pérdida de tiempo. Así que solo quedaba él y su imaginación, la cual parecía estar de vacaciones.