Capítulo 23. La invitación

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Tras un par de días de nervios, de tensión, de estrujarse la mente para poder rebuscar en el cerebro todos los párrafos que se había memorizado, por fin, Mónica acabó los exámenes. Y volvía de nuevo a 'Hoteles BDSM'. Volvía a su habitación, a su camerino particular, donde le esperaban Uno y Dues.

— ¡Cuánto tiempo, mis esclavos!

Sólo había pasado una semana, pero cuando tienes una rutina y luego la abandonas, el tiempo tiende a dilatarse.

— Venid aquí, venid aquí — les invitó a acercarse.

Los sumisos fueron hacia su dominadora de rodillas, como los perritos que eran. Para darle los buenos días, los esclavos ya sabían que debían besar sus zapatos. Uno acostumbraba a adular su pie derecho, y Dues el izquierdo.

— Ya es suficiente — sentenció Mónica.

Y los sumisos dejaron de besar sus zapatos.

— Espero que me hayáis echado de menos — dijo Mónica.

Los esclavos asintieron con la cabeza. Y tanto que le habían echado de menos. Estar bajo las órdenes de otra dominadora puede ser divertido e, incluso, morboso. Pero nada como tener a tu castigadora de siempre, a la que estás acostumbrado y a la que sabe, además, qué es lo que te gusta como sumiso o sumisa.

— Hace casi más de una semana que no hago nada de BDSM. Así que tengo que calentar — comentó Mónica, los dos sumisos se miraron entre sí. — Poneos los dos contra la pared.

Uno y Dues respondieron enseguida. Se situaron frente a la pared, dejando su espalda desnuda al descubierto. Hay que recordar que, el atuendo oficial de los sumisos en 'Hoteles BDSM', salvo que pactaran lo contrario en el contrato, estaba conformado por unos calzones de cuero o látex para tapar los genitales en hombres, y ,en el caso de las mujeres, por unas bragas de mismo material y color, pero, además, un sujetador de cuero o látex también. Esto estaba hecho así para facilitar que los dominantes pudieran fustigar fácilmente, además del componente de humillación y de jerarquía que conllevaba. Pues, en cierta manera, los dominadores tenían derecho a llevar ropa y, los más inferiores en la jerarquía, no.

Mónica abrió una de las cajoneras que había en el escritorio y sacó un látigo personal que tenía. Era de tipo monocola, fino y estruendoso a la vez. Imponente. Lo desenroscó y dejó que la cola del látigo se deslizara por el suelo, serpenteando a su paso.

— Como sabéis que me gusta ser piadosa, os voy a dejar elegir el número de latigazos que queréis — dijo Mónica con una sonrisa maquiavelica.

— Cinco — pidió Uno.

— Os he preguntado, pero no os he dado permiso para hablar — reprendió duramente Mónica, Uno tragó saliva. — Como castigo por tu desobediencia, he decidido que tu sentencia será de diez latigazos. Ahora puedes hablar si quieres para agradecer.

— Muchas gracias Ama, deseo tu castigo como nunca antes — agradeció Uno.

— Sea pues. ¿Y tú? — acompañó su pregunta dando un latigazo en el suelo cerca de Dues.

La sumisa, que ya había aprendido la lección de su compañero Uno, alzó una mano con los cinco dedos abiertos.

— ¿Cuántos dedos tienes en la otra mano? — preguntó Mónica.

Dues alzó la otra mano con los cinco dedos abiertos también.

— ¿Diez quieres pues? — hizo una breve pausa. — Sea pues tu sentencia también.

Dues sabía que la pregunta de los dedos en la otra mano era trampa, ya que, aunque Mónica les había hecho elegir, era todo una falsa actuación, pues ya les había sentenciado con diez látigos a cada uno antes, incluso, antes de preguntarles. Pero eso era lo que les gustaba de su dominadora. Manipuladora, cruel, fetichista y sabía cómo hacer buenos roleos.

— Vamos a jugar un rato — dijo Mónica.

Los dos sumisos se pusieron en tensión, intentando centrar todos sus músculos en la espalda, para mitigar el dolor. Mónica alzó el látigo y lo golpeó primero contra el suelo. Los dos sumisos se sobresaltaron. Era solo un juego de su dominadora, un aviso y una amenaza para que la piel se les erizara sin todavía haberles tocado. Entonces, ahora sí, arqueó su brazo y dirigió el primer latigazo hacia la espalda de Dues. Esta recibió el golpe con un daño agudo, pero placentero. Mónica volvió a aspear el látigo al viento y dirigió un segundo latigazo, de nuevo, a Dues. Después, alternó un tercer latigazo a Uno.

Era la manera en la que Mónica estaba dominado psicológicamente a los sumisos, pues no solo les estaba aplicando terror con el látigo, sino que, además, no sabían cuando el objeto les flagelaria en la espalda. Unas veces te tocaba, otras veces iba hacia tu compañero o compañera y otras veces hacia el suelo. Sin duda alguna, una manipulación inteligente por parte de Mónica, quien cada vez iba siendo una dominadora con más experiencia y más feroz.

Finalmente, Mónica acabó de fustigar a sus esclavos. Tenía el brazo cansado, en solo una semana ya había perdido forma. Iba a necesitar calentar todos los días con sus esclavos un poco más, hasta volver a coger forma. Después de todo, para eso estaban ahí, para servirla.

— Quiero escuchar cómo me agradecéis mi piadoso castigo que os acabo de dar. Hablad — ordenó Mónica.

— Muchísimas gracias Ama — dijo Dues, que tenía la espalda bastante roja, con líneas en variadas direcciones. Alguna con un poco de herida.

— Gracias Ama, muchas gracias. Tus castigos son un orgullo poder recibirlos — dijo Uno, que también tenía la espalda roja, aunque su piel era más resistente a las marcas y costaba que las líneas rojas se dejaran ver, aunque no estaba exento de que el látigo le hubiera arrancado algún trocito de piel.

— Así me gusta, buenos esclavos — les felicitó después de haber aguantado su caprichoso y sádico castigo.

Mónica se dirigió hacia el sofá que había en la salita y se sentó en él.

— Uno, ve a la puerta y comprueba el correo.

Todos los camerinos de los dominadores disponían de un buzón, que era el lugar por el que se hacían todas las comunicaciones oficiales. El sumiso se acercó al lugar, abrió el buzón y sacó una carta de él. Lo volvió a cerrar y se dirigió hacia su dómina. Este le ofreció la carta mirando hacia abajo. Mónica la agarró y la abrió, sacando un papel de dentro. Los dos sumisos se situaron a los pies de su ama. Uno, simplemente se apoyaba en su pierna. Dues, por su parte, le gustaba abrazarse a la pierna de su dómina, le hacía sentir bien. Mónica comenzó a leer la carta.

"Estimado/a dominador/a,
Con motivo de la celebración anual de la BDSM Weekend Party, queda invitada formalmente a asistir al evento como dominador/a de 'Hoteles BDSM'. Recuerda que puede llevar a sus esclavos.
Reciba un cordial saludo.
Atte. Alessa Lazarescu"

— Interesante. Aún no he ido nunca a un evento de BDSM. ¡Qué ganas! — dijo Mónica. Hizo una pequeña pausa y miró hacia sus sumisos. — Estáis invitados a venir bajo mi tutela. ¿Queréis venir?

Ambos sumisos asintieron enérgicamente con la cabeza.

— Así me gusta. Recordad, sois de mi propiedad y me pertenecéis. No podéis hablar con otros dominadores salvo que yo os de permiso. ¿Queda claro?

Volvieron a asentir nuevamente. A Mónica todavía le quedaban treinta minutos antes de que Laura viniera con el informe de la próxima sesión. Así que se destensó y se dejó caer en el sofá, tirando la carta hacia un lado.

— Dadme un masaje en los pies — ordenó.

Primero, los sumisos le descalzaron a su ama y, posteriormente, comenzaron con el masaje. A menudo, los masajes en los pies acababan con premios placenteros. Pero no fue el caso de ese día, pues Mónica tenía la mente en otro sitio, en el evento al que le habían invitado. ¿Cómo sería? ¿Qué se haría allí? Son preguntas que le ocupaban antes de tiempo, pero que ya tenía curiosidad por saber su respuesta.

Mistress Alessa (BDSM)(Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora