Capítulo 2

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Pasó unas cinco horas bajo ese árbol, inevitablemente se había dormido, su cuerpo estaba agotado de haber caminado toda la noche. Sumido en su sueño estaba cuando escuchó una voz ronca que gritaba.

-¡Hey! ¡Hey compañero!

Confundido, apenas despierto lo miró. Se apuntó a sí mismo como preguntando "¿Me hablas a mí?" a lo que el campesino, que venia montado en su caballo que llevaba una carreta casi lleno de paja, dos sacos llenos y una silla vieja le preguntó:

-¿Pero qué demonios haces aquí? deben ser casi las siete de la tarde y estás aquí tirado haciendo nada...¿prentendes morir bajo este árbol o qué? ¡Ven, sube!

Willbur obedeció, apenas entendiendo lo que estaba pasando.

Se subió a la carreta y se sento algo cerca del campesino. Apestaba a heces de caballo, estaba asqueado, pero supuso que el campesino ya estaba acostumbrado, así que se calló y no le tomó importancia.

-Así que, ¿Cómo te llamas?

-Eh.-Dudó por un segundo en revelar su identidad, pero al fin y al cabo qué importaba.-Ray. Me dicen Ray.

-Bien, ¿De dónde eres?

-Yo...

-¿Cómo rayos terminaste bajo un árbol en medio de la carretera?.-Se rió.

-Bueno, en realidad escapé.

-Hmmm claro. ¿Por qué todos escapan de la ciudad? Oí en el camino de un hombre que escapó de todos sus lujos, pero que imbécil.

-¿Por qué imbécil?

-¿En serio me estás preguntando a mí, un campesino? Trabajo día y noche sembrando y cosechando, mi esposa cuida a mis hijos y cuida a las gallinas, mis hijos ordeñan a las vacas la mitad del día y la otra pasan jugando. Si tuviera tantas riquezas como aquel tipo mis hijos no tendrían que preocuparse por nada, mi esposa no vestiría arapos y yo podría por una vez en mi vida contemplar tranquilo el atardecer...

-Lo lamento.-Fue lo único que pudo decir.

-Está bien, no es tu culpa. En fin, ¿Tienes donde pasar la noche?

-No en realidad.

-Si quieres puedes pasarla en mi hogar, mi señora estará feliz de una visita.

-Muchisimas gracias, es usted muy amable.

-Ay, no seas tan formal. Llámame Oliver.

Oliver era un hombre ya viejo, se veía bastante viejo. Willbur se preguntaba cual sería su edad, aunque no quería preguntarle. Era un extraño sentimiento que jamás había experimentado antes, solía ser muy bueno para hablar sobretodo en público y con gente extraña.

Por primera vez en su vida, el gran Raymond Willbur sentía timidez.

Se preguntaba, una y otra vez durante el silencioso viaje, ¿Por qué él, el valiente y poderoso Raymond Willbur, tenía casi miedo de preguntarle a un simple campesino viejo sobre su edad? ¿Podría ofenderle? ¿Podría solo no tomarle importancia? le daba vueltas y vueltas hasta que se calmó y pensó claramente: no tenía importancia. Era irrelevante, aunque le gustaría saber. Pero quizá eran esas cosas irrelevantes las que hacían que una conversación tomara sentido y lugar.

-¿Qué edad tienes, Oliver?

-65 años.-Willbur se sorprendió.

-Eso es mucho tiempo, ¿Cuál es tu secreto?

-En realidad no lo sé. Nosotros los campesinos no somos capaces de entenderlo tampoco, y menos entendemos como ustedes los de la ciudad duran tan poco. Supongo que son los beneficios de vivir de la tierra, esa ciudad tuya...es casi imposible respirar ahí.

Willbur de inmediato pensó en la cantidad de fábricas que habían en su ciudad, se sintió culpable de poseer al menos dos o tres de las más grandes. Con tantos pensamientos en un solo día se sentía cansado hasta emocionalmente.

El campesino le anunció a Raymond que habrían llegado a la casa del mismo. Raymond observó: Unas rejillas de madera mal armadas, detrás la gran casa (era grande pero casi se caía a pedazos), al lado un granero que probablemente estaba en mejores condiciones que la misma casa. Al bajarse de la carreta, Willbur ayudó al campesino a cargar uno de los sacos que venían en la carreta, se sorprendió un poco, no pensó tener tan buena condición física.

Al entrar en la casa el campesino anunció: "Familia, tenemos visitas" y de inmediato se escucharon las voces de unos niños preguntando emocionados.

-Emilia, Emilia ven aquí.

Una señora, algo rellenita y de mejillas muy rosadas se acercó. Estaba vestida con un vestido con cuadros de distintas telas y un delantal blanco manchado encima, su cabello era rubio oscuro, su piel era bastante pálida.

-Oliver, ¿Quién es él? ¿Por qué estás tan desabrigado, querido? Adelante, pasa...h-hay un sillón ahí, ¿Te gustaría un poco de leche caliente?.-Decía algo nerviosa la señora.

-Si no es mucha molestia, señora...

-Nooo, no, no, para nada. Sientate por ahí, espéranos. ¡Niños, portense bien! ¡Tenemos visitas!

-Muchas gracias.-Dijo Willbur.

Mientras Oliver y Emilia iban a la cocina, Willbur se sentó en un sillón pequeño y algo polvoriento en la sala de estar, al lado de la chimenea. En el suelo en frente del él, se sentaron en fila sus hijos, un pequeño, una niña, otro niño. Lo miraban fijamente, analizando todo sobre él. Entonces el niño mayor preguntó:

-¿Cómo te llamas?

-Ray-...Raymond, pueden decirme Ray.

-¿De dónde vienes?.-Preguntó la niña esta vez.

-De la ciudad.- Los niños abrieron su boca con asombro.

-¿Y como ez que llegazte hazta acá? mi padre dizio una vez que un zitadino intentó vivir en el campo trez diaz y luego ze había morido.-A Willbur le causó tanta ternura el acento del pequeño niño que no pudo evitar una pequeña risilla se escapara.

-Ciertamente aquel citadino debió haber estado muy débil.

-Pero Ray, ¿Cómo es la ciudad? ¿Qué tan grande es?

-¡Sí, dinos!

Raymond otra vez experimento algo nuevo, no estaba para nada acostumbrado a hablar con niños peqeños y jamás pensó que fuera tan divertido. Le hizo recordar totalmente a esa inocencia del pasado que hace tanto había olvidado, tal vez si Raymond hubiese tenido más atención de sus padres o más amigos lo habría recordado más, pero la verdad eso jamás lo detuvo de ser un niño con gran imaginación y sueños.

-La ciudad...cumplí mis sueños allí, pero no ahora que lo pienso no estoy tan seguro de querer volver.

-¿Por qué?

-Porque la ciudad no está limpia. El aire es pesado de respirar, está llena de ruido y luces que ensordecen y ciegan. Hay gente mala ahí, que no saben nada de trabajo y roban a las personas inocentes...aún así, en la ciudad se encuentra trabajo, del trabajo ganas dinero y con el dinero puedes vivir ahí.

-¿Y zer feliz?

-Tal vez puedas ser feliz.

Emilia se acercó con una taza metálica en una bandeja, Raymond la tomó y le agradeció. La sensación agradable de sus frías manos en contacto con el calor de la taza le hizo soltar un suspiro y sonreír. Se sentía como un niño pequeño siendo mimado por su madre, a pesar de que Emilia era una completa desconocida y lo hacía por cortesía, sintió una especie de cariño ahí rodeado de esos niños tan adorables y una pareja tan unida. Como si fuera parte de aquella familia.

El grandioso Raymond WillburDonde viven las historias. Descúbrelo ahora