Capítulo 3

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Debido a todas esas cosas que Raymond no vivió de pequeño le parecía tan acogedor e incluso bonito el cariño y la calidez de aquella familia, que se demostraban felices a pesar de no tener una casa en la que el techo no estuviera roto y que las ratas no se pasearan en las esquinas.

Durante esa velada, la familia de Oliver le hizo de todo tipo de preguntas a Willbur, quien con total honestidad respondió. Se sentía alivianado al no sentir la necesidad de mentir o manipular a alguien, de no tener que conseguir nada de las personas que estaban ahí porque en realidad estas personas no tenían nada material que ofrecer. A pesar de encontrarse en un sillón tan sucio y desarmado, se sintió más cómodo que sentado en su sillón de cuero negro frente al televisor.

Para Raymond Willbur esto que había hecho le parecía una de las mejores decisiones que había tomado durante todos esos años.

Emilia le ofreció dormir en la cama del más pequeño, ya que podría dormir con sus padres en su habitación y Willbur aceptó agradecido. Al subir las escaleras para llegar al cuarto los escalones rechinaban uno tras otro, un sonido desagradable que hizo que Willbur subiera más rápido solo para que el sonido acabase.

Llegó a la habitación de los niños, una habitación con un solo mueble y tres colchones sucios y deformes en el piso. El niño más grande estaba tapado con una manta de lana gruesa y sacos de arroz, la niña tenía la misma manta, pero un poco más corta y otra hecha de pedazos de otras telas (parecido al vestido de Emilia). En el colchón del más pequeño se encontraba nuevamente un saco de arroz y una manta de lana, aún más pequeña que la anterior. Dio un pequeño suspiro y se recostó, los otros niños ya se habían dormido al parecer. Con la manta de lana se tapó el torso y con el saco las piernas. El hecho de tener un cuerpo de hombre adulto no le permitía cubrirse entero, así que esa noche acostumbrado a las comodidades se su hogar pasó mucho frío. A pesar de que le costó inevitablemente cayó rendido en un profundo sueño, su cuerpo y su mente estaban agotados, todo era tan nuevo y rápido que apenas podía procesarlo bien: Hace menos de un día él era el grandioso Raymond Willbur, el empresario más poderoso e importante de la ciudad y justo ahora era un citadino desarreglado y perdido que fue acogido por la familia de un campesino muy viejo.

En su sueño despreocupado de todas estas cosas. se veía a si mismo sentado en la orilla de una playa de agua cristalina justo en frente de las olas que iban y venían. Se soñaba feliz, relajado y solo viendo el oleaje mojando sus piernas una y otra vez.

Si Raymond Willbur hubiera decidido vivir de verdad, estoy seguro de que las cosas hubieran terminado de distinta manera, aunque, a pesar de todo, no cambiaría el rumbo que tomaron las cosas en la vida de una persona que cometió un error y debió aprender de ello.

Pronto acabaría su sueño a la mañana siguiente, cuando recién comenzaba a asomarse el sol el gallo comenzó a cantar consiguiendo que todos despertaran para comenzar el día. Willbur es un poco torpe al despertar, apenas abriendo los ojos porque los siente medio hinchados, apenas prestando atención a los niños que intentaban animarlo a levantarse de la cama. Para un hombre que vivió acostumbrado a un cómodo despertar con mucamas que le llevaban el desayuno a la cama esta situación no se le hacía para nada agradable. Se levantó un poco a regañadientes, pero en el fondo no podía quejarse, al fin y al cabo, estaba en una casa ajena con una familia que le acogió por mera amabilidad y no sería muy educado de su parte esperar de ellos lo que espera de sus sirvientes por una razón que Willbur tiene claro: a sus sirvientes les pagan.

A pesar de que sonase mal, si algo aprendió Willbur en su vida es que no hay cosa que el dinero no pueda mover, o al menos así funcionaba para él. Quizá por eso su meta era llegar al punto en el que estaba, quería que el dinero no fuera un límite para hacer lo que quisiera, pero tal vez se concentró tanto en aquello que olvidó que era lo que quería en realidad. Willbur pudo haber sido cualquier otra cosa, pero no quería ser cualquier cosa.

Tomó su bolso y como los niños ya se habían ido se vistió con algunas prendas de las que había escogido. Era temprano en la mañana por lo que hacía frío y decidió que esperaría a que el sol alumbrase más fuerte para salir y tomar calor. Mientras tanto bajó a la cocina a ver si Emilia se encontraba ahí, efectivamente ahí estaba.

-Buenos días, Emilia. -Saludó Raymond.

- ¡Oh, buenos días! Lamento no poder atenderte ahora, pero tengo que ir a ver a mis niñas, digo, las gallinas. -Se rio. -En cualquier caso, hay un poco de leche y pan por si quieres servirte.

-Gracias Emilia, eres muy amable.

-No te preocupes, estoy contenta de tener un invitado después de tanto tiempo. -Sonrió.

Emilia era una mujer muy dulce sin dudarlo, siempre usaba un tono de voz suave e intentaba atender a todos de la mejor manera posible. Raymond de inmediato pensó en un empleado, pero se arrepintió, pensó que ese había sido una comparación algo grosera. En la cocina, tal y como le ofreció Emilia, se sirvió un vaso de leche y una rebanada de pan. El pan, al contrario de lo que se esperaba Raymond, sabía fresco, como si estuviese casi recién hecho y notó entonces el horno de piedra que se encontraba al costado. El pan en la ciudad no era nada comparado en sabor ni en textura, prácticamente era basura.

Ya un poco avanzada la mañana Willbur decidió salir al fin, aunque el sol no pegaba tan fuerte aún como para quitarle el frío le pareció una sensación agradable.

El grandioso Raymond WillburDonde viven las historias. Descúbrelo ahora