14 de febrero en Hogwarts. Es decir, San Valentín. Es decir, el día en que la enfermería se colmaba de casos de Amortentia, tantos que Madame Pomfrey había tenido a Snape una semana preparando antídoto para asegurarse que habría suficiente para todas las intoxicaciones (y los casos de sobredosis. Ya que querían drogar a alguien con una poción, por lo menos que comprobasen la dosis para no matarlo).
Había días específicos del año en los que Harry Potter vivía a la carrera, como Navidad o Halloween, para evitar ser perseguido por todo Hogwarts. Y San Valentín se llevaba la palma sin duda alguna. Podía contar con los dedos de una mano las veces que había recibido un chocolate sin amortentia (todos de parte de Luna Lovegood. Gracias Luna), pero si intentaba recordar cuántos sí contenían la poción, perdía la cuenta en segundo año.
No queriendo arriesgarse a una intoxicación en el almuerzo, ni siquiera se planteó ir al Gran Comedor. Pasó por las cocinas y cogió un sandwich y un poco de chocolate (¿qué? De tanto verlo se le había antojado).
Se comió su sandwich de camino a los jardines frente al lago negro. Cogió el chocolate de su bolsillo, pensando. El alimento estaba en una bolsita de plástico, atada con un lazo rosa. Lo pasó de una mano a otra, indeciso y se detuvo justo donde acababan los adoquines del camino para dar paso a una inmensidad de pasto verde. Sabía que Ron y Hermione estaban por ahí, como cualquier pareja en San Valentín, y sabía que ellos no se molestarían si él iba a hacerles compañía, pero no le apetecía estar de sujeta-velas, muchas gracias.
Se sentó bajo uno de los robles que había cerca del lago, en la parte donde daba el sol (hacía un frío de narices, quizá debería haberse quedado en las cocinas). Suspiró cuando cayó y apoyó su espalda en la cálida madera, sacando el chocolate de su bolsillo antes de que fuese vilmente aplastado por su trasero.
Tiró del lazo, soltándolo con facilidad, y después batalló fieramente con el nudo que parecía no querer separarse del envoltorio. Levantó la cabeza, creyendo haber escuchado un ruido de páginas, y detuvo su actividad, escuchando atentamente. Cuando no volvió a oír nada, volvió a su ardua pelea con la cinta.
Escuchó un estornudo al otro lado del árbol. Vale, definitivamente había alguien allí. Se incorporó y miró al otro lado del tronco. Frente a él, se encontraba Draco Malfoy, con múltiples papeles extendidos a su alrededor y una pluma en la mano. Su nariz, adorablemente sonrojada, lo incriminó como el responsable del estornudo. Harry soltó una risita, ganándose una mirada enojada del rubio que se frotaba la nariz con una elegancia impecable.
El Slytherin bajó su mano hasta su regazo, donde una manzana verde mordida reposaba sobre su túnica y volvió a recogerla, acercándola a su boca para tomar otro bocado. Harry observó el suceso atentamente, ya no sintiéndose tan divertido, sin poder apartar la vista. Miró sus labios, sonrojados por el roce de la manzana, las casi imperceptibles pecas de su nariz, la ceja rubia alzada.
Con el corazón resonándole en el pecho, se arrastró hasta quedar sentado cerca de Draco, estremeciéndose por el frío que sintió al apartarse de los suaves rayos del sol.
Retiró por completo el lazo del paquete de chocolates (que parecía haber decidido cooperar, vaya, muchas gracias), antes de extenderlo hacia el rubio.
–¿Quieres? –le preguntó con una confianza que no sentía. Joder, confesar tus sentimientos en secreto era igual de malo que decirlos en voz alta, porque aunque esa persona puede entenderte o no, tú sentías el momento con total vividez
Era un gesto completamente inocente, que cualquier otro día hubiese pasado desapercibido. Harry esperaba que su Slytherin interno se pusiese en sintonía con el de Malfoy y que este entendiese aquello que quería decirle y no se atrevía (que le jodan a eso de que los Gryffindor son valientes, Harry no estaba para esas mierdas).
Toda la respuesta que obtuvo fue la tentativa mano de Draco dentro de la bolsa de chocolates. Harry observó con tomaba uno de los chocolates que tenía forma de estrella y le daba un mordisco a una de las esquinas. Sabiéndose observado, los ojos grises se dirigieron a los de Harry y su dueño alzó una ceja en pregunta muda. Nervioso, el moreno bajó la vista a los chocolates, tomando uno y comiéndoselo.
Obviamente, el chocolate no duró mucho. Harry esperaba ser echado cuando estese acabase o ser interrogado. En su lugar, simplemente miró como Draco lamía las puntas de sus dedos manchadas de chocolate y retomaba la manzana que yacía olvidada en su regazo y había empezado a oxidante.
Malfoy continuó con aquello que estaba escribiendo antes de que Potter llegase, ignorándolo.
Cuando el sol cayó, el rubio realizó un hechizo sin levantar la cabeza, conjurando unas esferas luminosas que flotaban a su alrededor como luciérnagas. Y cuando empezó a hacer arte la hora de la cena, el príncipe de Slytherin recogió sus papeles y se marchó, despidiéndose con un escueto 'Nos vemos, Potter'.
Harry se quedó allí, acompañado por las estrellas y las luces flotantes de Malfoy. Cuando se levantó, las luces desaparecieron y Harry no pudo evitar que se le encogiera el corazón en el pecho, parece que su Slytherin interno y el de Draco no estaban en sincronía.