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Me inscribí en un taller, y entré a la sala virtual con un retraso de 35 minutos. Primero fue porque mi computador decidió no funcionar, y a posterior, sucede que me llaman a tomar once. En mi familia la comida no se niega, aunque estés en pleno examen decisivo, aunque estés rindiendo la tesis, asumiendo que a este ritmo lo más probable es que la redacte y defienda desde el escritorio que es mi cama. Además, estaba en la casa de mi abuela.
El taller es sobre primeros auxilios psicológicos, porque de forma indirecta quiero saber que me pasa, pero sin asumir la responsabilidad que significa el "me pasa algo" y "debería ver a un especialista", aunque al final del día lo que más me complica es llegar a decirle a figura materna y figura paterna que porfiporfi deriven un quizás consistente porcentaje del sueldo de figura paterna para que la hija vaya al psicólogo. Y que figura paterna me diga que hay gente que está peor, y figura materna me diga que no estoy loca. Y me digan que no funciono, que por qué no rindo, que por qué no ayudo, que qué me pasa y en ese momento estoy segura de que podría estar llorando en el suelo porque se me hace imposible comunicarme con ambos al mismo tiempo y no llorar; y no llover.
Estoy ignorando a la joven del taller que está hablando muy cerca del micrófono, y escucho cómo pronuncia los fonemas fricativos, como articula su bilabialidad y cómo prepara la lengua para incidir en sus alveolos al producir sus palabras. No sé qué está hablando. Mejor silencié la página sabiendo que no me van a hacer preguntas dirigidas. Somos 181 personas en sala y al menos 15 de ellos responden a todas las dinámicas. Al menos esto que está diciendo la chiquilla va a quedar documentado; están grabando la presentación.
Lo que mejor hice, fue abrir youtube y continué viendo un capítulo que dejé a medias de una entrevista con copete de un joven venezolano que quedó atrapado en Chile por la pandemia. Es bacán porque hay un humorista que me gusta. Me gusta cómo dice hueá, cómo articula sus dudas. Me gusta cuando rescata la saliva que se escapa de su boca por entremedio de sus dientes grandes. Lo admiro en parte. Me lo comería en parte, o quizás entero. Aunque son muchos años de diferencia y figura materna si se llegase a enterar me haría largas charlas de que los potos jóvenes no pueden hacer cochinás con los potos viejos, y después probablemente me haría esa mirada juiciosa en cada reunión familiar, que nadie más que sólo nosotras dos lograríamos entender, y no como un chiste local que armamos mientras hacíamos karaoke de escobillón. Cosa que en realidad nunca ha sucedido, y lo más probable es que nunca hagamos karaoke de escobillón juntas, porque barremos la cocina en días distintos.
Es ahora de noche y afuera está lloviendo. Me gusta cuando llueve, y me gusta que el patio tiene techo nuevo así que el llanto del cielo ahora provoca un nuevo sonido.
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Esto no tiene forma.
Short StoryA veces las historias se me olvidan así que prefiero dejarlas aquí, como una especie de blog que quizás, alguien puede leer y decir "en volá, tan terrible no ha sido este día" y después se de cuenta de lo vergonzosa que puede ser la actividad de rec...