un cachupín, dos cachupines y la catolicidad caótica.

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Tuve un sueño húmedo y erótico lleno de heterosexualidad y un cachupín que me gustaba en básica. Muchos niños me gustaron en básica que ahora no se hacen relevantes.

Dos niñas me gustaron en básica. Y eso es muy relevante.

Sabía que no podía decirles a ellas o a mis amiguitas y mucho menos tampoco a figura materna porque el señor Don Cristo nos veía desde todos los ángulos posibles y yo me sentía dentro de un reality, en el que podía jugar a ser Pamela Díaz. Porque la escuela católica me hizo aprender los mandamientos y de pecados, y mujer contra mujer -en versión Javiera Mena- no estaba en los planes de Dios.

La primera vez que sentí la presencia del señor Don Cristo fue cuando estaba en el baño de kínder, porque había una compañerita con la que me quería dar un besito, pero en mi alucinación aparecía Jesusito con su manta, con su corazón de espinas y mis tías de kínder en el medio de nosotras dos, deteniendo el acto y diciendo que era pecaminoso.

Nunca pude darle besito, porque el señor se interponía en nuestro amor no-amor.

Otra cosa que recuerdo de básica pero ya estando más consciente de que Jesus no debería aparecer en el baño como un holograma, es que un cachupín del otro curso me escribió una carta de amors con lápiz rojo.

Sí, hueona.

Y sentí que había insultado no sólo mi formación católica, sino tan bien, mi formación valórica que aborrecía completamente la escritura de palabras -es decir, se permiten las mayúsculas, mas no palabras constituidas- en lápiz pasta rojo marca bic, así que tomé la carta, y unos fósforos que tenía en el delantal -porque inhalaba el humo de cuando uno recién enciende el fósforo- y quemé su rotería en el cubículo de baño nro. 2, que era el que tenía más penes dibujados. Que era el cubículo usado para pelar a las niñas del otro curso. Que una vez fue utilizado para pegar una toallita higiénica usada y señor Don Inspector aborreció completamente a la figura femenina del colegio. Es decir, nos odiaba a todas.

Pero más odiaba yo al Pajarón que me había escrito una carta con lápiz pasta rojo.

¿Y sabís qué? El cachupín ni siquiera era feo. Sólo le faltó el respeto a la niña de los plumones. 

Esto no tiene forma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora