Tarde Veraniega

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La protagonista de esta historia es Laura Dun, una joven señorita de 18 años. Estudiaba en la Universidad Estatal de Ohio. Era el uno de Junio de 1982 y nuestra protagonista, se encontraba en su casa, que se situaba en el vecindario de Clancy Way, en Ohio. Era de noche y Laura estaba sentada en su salón leyendo "All my sons" de Arthur Miller, un libro que su mejor amiga Kelly le había regalado por su cumpleaños años atrás. Nunca había tenido tiempo de leerlo, pero ahora que las vacaciones de verano habían comenzado, iba a tener todo el tiempo del mundo para leer y más. Pero ese verano iba a ser muy diferente de lo que ella esperaba.

Pasó la tarde y Laura ya iba por la mitad de su libro. Ahora tenía a su lado una taza de café caliente, el cual desprendía un aroma que relajaba con simplemente olerlo. Laura se había terminado su café y había cerrado su libro cuando repente escuchó una melodía. Sonaba a que era una guitarra. Laura subió las escaleras que llevaban al segundo piso de la casa. En la pared tenía colgados marcos con fotos de su familia y de viajes, como el que realizó a Francia con sus padres y primos. En esa foto, se encontraba a los pies de la Torre Eiffel y al fondo, la gente caminando de la mano por la avenida de terrazas y árboles, con una sombra que en días calurosos daba aliento. Laura caminó por el pasillo, hasta que se detuvo y entró a su habitación, la cual era de estilo vintage. Ella abrió las cortinas de seda color beige y también abrió las puertas de madera y cristal que llevaban al balcón donde tenía dos sillas y una mesa. Ambas eran de madera y hierro y le daban al balcón, un toque coqueto. Encima de la mesa había una maceta con unas rosas de fragancia dulce y fresca. Laura salió y se detuvo un momento a mirar el cielo estrellado de la noche, el cual tenía un color azul marino y algunos toques de violeta. Ella intentó identificar de dónde venía aquel precioso sonido que le llamaba la atención y le envolvía en un estado de paz. Entonces lo localizó: era su vecino. Laura se sentó en una de las sillas, y se dispuso a observar y escuchar la melodía que él creaba con solo sus manos y un simple instrumento.

Ese chico se llamaba Bill Williams. Era un chico alto, con pecas y de ojos marrones, que si se exponían al sol, parecían que eran miel translúcida. Tenía unos labios rosados y un poco anchos, con pintas de sentirse bien al besar y tenía el cuerpo inmejorable. Era el chico perfecto que toda mujer querría tener. Bill siempre había tenido la costumbre de que todos los años, cuándo el verano empezaba, él se sentaba en su tejado a contemplar las estrellas y a tocar para él mismo la guitarra. Pero no se podría imaginar que alguien le estaba escuchando atentamente.

Cuando Bill terminó de tocar, guardó su guitarra en su funda y se metió en casa a descansar. En todo momento que él estaba tocando, Laura estaba en su balcón escuchando la melodía y sintiéndose cautiva por los sonidos que él tocaba. Ella, al igual que Bill, entró a su cuarto, cerrando las puertas y cortinas que llevaban al balcón, y se metió a la cama. Laura estaba tan relajada que se quedó completamente dormida casi al instante.

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