Segunda Parte

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Era cinco de noviembre, el reloj marcaba las cuatro de la tarde y la lluvia caía como si el mundo fuese a acabarse. La cafetería estaba casi vacía y él llego empapado de pies a cabeza, jadeando y con un portafolios bajo el brazo. Se dirigió a mi compañera y le pidió un café con leche, sentándose a continuación en una de las mesas al lado de la ventana.
Me quedé observándolo durante unos segundos, y fue entonces cuando mis ojos rozaron los suyos, quedándose prendidos a estos en milésimas de segundos. No sabría cómo explicarlo, pero era como si todo a mí alrededor hubiera desaparecido. El tiempo pasaba más lento y mi respiración se hacía más dificultosa a medida que me perdía en aquellos dos lagos.
− …bén… ¡Rubén! −Pegué un respingo y mi corazón se aceleró por el susto− Lleva este café a la mesa veintidós, por favor − Me entregó la taza y yo la puse en una bandeja plateada para transportarla. Recorrí la sala con la mirada, y me di cuenta de que aquél chico estaba sentado en la mesa 22. Me cago en todo.
Me acerqué con rapidez y dejé el pedido, pensando en salir allí cuanto antes. Pero mi error fue levantar la vista de mis manos y derretirme en aquella hermosa sonrisa.
− Gracias −Su voz fue suave y un poco fina, pero acarició mis oídos con harmonía.
− D-de nada… −Mis palabras fueron tan insonoras y atropelladas que seguramente no las escuchó. Me marché de ahí como un rayo, escondiéndome en la cocina y decidido a no salir de ese lugar en toda la tarde.

Pensé que nunca más iba a volver a verle, y realmente me avergoncé de mi mismo por haberme puesto tan nervioso. Quiero decir, era un completo desconocido, ¿por qué mi corazón se aceleraba tanto cuando pensaba en él? ¿Por qué no podía quitármelo de la cabeza?
Al día siguiente, entró con parsimonia y me miró por un segundo, caminando luego hacia mi compañera para pedir un café con leche. Ella me dejó a mí llevarlo y me acerqué respirando hondo e intentando tranquilizarme. Se lo dejé en la mesa, sonriendo como un loco, esperando toparme con sus ojos de nuevo, pero él no me hizo ni caso. No levantó la vista de la mesa ni un segundo, y eso hizo que mi corazón se estremeciera un poco. Quise decir algo, pero la valentía no llamó a mi puerta, por lo que me marché y me escondí en la cocina de nuevo.
Quizás había tenido un mal día. Un mal examen, una clase aburrida, una discusión… ¿con su pareja? ¿Y si ya estaba con alguien?
Pero bueno, ¿a mí eso qué me importaba? No era como si me gustase o algo así… ¿no?

Los días fueron pasando y poco a poco fui descubriendo cosas de él. A veces venía con libros y se ponía a leer mientras tomaba su café con leche. Otros días parecía estar estudiando, ¿iría a la universidad? Lo vi poniéndose los auriculares en los oídos y cerrando los ojos en algunas ocasiones, seguramente escuchando música.
Un día descubrí que se llamaba Miguel al ver su nombre en uno de sus apuntes. Estuve pensando toda la tarde en lo hermoso que sonaba ese nombre.
No sé qué tipo de música le gustaba, pero parecía muy relajado cuando la escuchaba, como si entrara en otro mundo. Cuando lo veía así me moría por acurrucarme a su lado y perderme en las notas al igual que él lo hacía.

Pasaron meses, él seguía viniendo sin falta a las cuatro de la tarde a tomar café con leche. Siempre se iba a las nueve, cuando casi estábamos por cerrar. Quise seguirle algunas veces para saber donde vivía, pero detuve mis impulsos, pues eso resultaba extraño hasta para mí.
Nunca alguien había calado tan hondo en mi corazón y era raro, porque casi no habíamos tenido contacto. Eso era lo peor de todo, no nos decíamos absolutamente nada. No sabía si él estaba molesto conmigo, pero siempre giraba la cara cuando yo le miraba. Eso hizo que me sintiera muy mal, como si me odiara, aunque realmente no había hecho nada malo.

Fue entonces cuando un solo instante hizo que todo cambiara.
Era un día como otro cualquiera, uno aburrido en el que casi no había clientela. Mi compañera había pedido ese día libre para poder visitar a su madre en Valencia, pues la pobre mujer había estado enferma esas últimas semanas. Yo era la única persona que atendía esa tarde.
Estaba acomodando las estanterías, limpiando los botes de café y las cajitas que contenían los sobres de té. En ese instante me giré y mi corazón se heló en un segundo.
Él estaba ahí de nuevo, mirándome fijamente como nunca antes lo había hecho. Dentro de mi pecho, mi corazón empezó a latir de nuevo, cálido y fuerte. Ninguno de los dos nos movíamos, nuestras bocas no se movían. Entonces, reuní todo el valor del que disponía y le saludé.
− ¡Bienvenido! –Pensé que había sonado demasiado entusiasmado. Joder, ¡se me iba a acabar notando! Vale, tenía que tranquilizarme. Respiré hondo e intenté concentrarme en mi trabajo y no en esos labios entreabiertos que… que… ¡Mierda! ¡Céntrate, Rubén!− ¿Qué desea? −Sonreí nervioso, intentando disimular todos los sentimientos que viajaban furiosamente por mi cuerpo.
− A ti.

Coffee Love (Two Shot, Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora