Capítulo 8-1

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Adrien Flighliero

Día anterior.
Palacio de la Noche, algún lugar de Italia.

Los preparativos para el viaje ya estaban listos. Saldría del país desde Milán y, sin hacer escala alguna, llegaría doce horas más tarde a los Estados Unidos de América.

Sería un viaje cansado, pero estaría preparado para ello: me alimentaria antes de salir de los terrenos de Palacio, y, por otra parte, Paolo decía que más valía prevenir que lamentar, por lo que si llevaba alguna botella de sangre sería mejor.

No le hacía caso alguno, pero sabía que él mismo se autorizaría para meter un par de botellas llenas en mi maleta, aun cuando era nada más que un empleado con un buen puesto en Palacio.

Pero eso, realmente poco me importaba.

Todo estaba perfectamente planeado y valdría cada maldito segundo de espera.

Y no habría nada por qué desconfiar ni por preocuparme, si no fuera porque había una sensación incómoda sobre mí. Quería salir corriendo y llegar ya mismo a América. Algo me llamaba, lo sentía, ardía en mi mente y en todo mi ser.

Cada segundo rememoraba lo que había vislumbrado en la mente de Arel, intentando encontrar el porqué de tal sensación molesta, pero no hallaba nada en particular.

Nada que estuviera fuera de lugar, además del hecho de que, a esa chica, por mucho que la buscara haciendo uso de mi don, no la encontraba.

No había rastro de ella en la mente de ningún inmortal, ni su esencia, esa que tan llamativa había sido dentro de recuerdos ajenos. No había rastro alguno de esa mujer, de esa humana cuya mera existencia me llamaba como si fuera un faro que alumbraba en medio de la noche.

Nada de nada, pero un recuerdo tan vívido como ese que había vislumbrado en la mente del conde, y duque al mismo tiempo, a quien por eones había llamado primo sin saber que realmente no lo éramos ni lo seríamos jamás.

No había ningún rastro de sangre que nos emparentaba como tales.

Arel me seguía con su oscura mirada en silencio, de un lado a otro, sin tan siquiera respirar y dejándose llevar por la notable flojera que le hacía revolear los párpados cada pocos segundos.

Estar consciente no era algo en lo que Arel fuera medianamente bueno pero había despertado de su más reciente y largo sueño, solo para ponerme al tanto de la existencia de un alguien que no encontraba en las memorias de nadie a lo largo y ancho del mapa.

Sólo para contarme sobre la existencia de alguien que tenía más de fantasma que de humano, porque no la encontraba en ningún lugar, en ninguna mente que no fuera la de Arel quien seguía atormentandonos a ambos con el recuerdo del olor de esa completa anónima.

Ella existía en la mente de Pereza, eso claro estaba, pero no lo hacía en ningún otro lado, según mis diversos rastreos a distancia decían.

Paolo, quien había sido mi mayordomo y figura paterna durante mucho tiempo, incluso desde antes de que mis padres fallecieran, entró en mi oficina, que en ese momento me pareció pequeña, con caminar rápido y preocupado, nervioso de todas, todas. Venía con un ritmo nada típico de su persona. Eso, aunque lo noté, no fue algo que recibiera mi atención por completo; hasta se podría decir que lo ignoré completamente, mientras seguía comiéndome la cabeza a causa de ciento un dudas que revoloteaban dentro de ella.

¿Por qué no podía verla?

¿Era verdaderamente un fantasma?

¿Arel y yo estábamos lo suficientemente locos para ver personas donde no las había?

Perfect Blood: Lo que ocultan los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora