Luis Van Houdret
Según algunas de las tantísimas religiones, caído era un término que hacía referencia a un ángel sin alas, que había sido desechado del cielo y relegado a vagar por la tierra cosechando del fruto maldito hasta el fin de los tiempos, que luego sería condenado a una eternidad en el centro ardiente del sol.
Algunas religiones creían en su existencia, otras no tanto.
Algunas personas creían en los arcángeles, en las cartas y todas esas estupideces, yo no lo hacía, tal y como otras personas tampoco lo hacían.
En ese momento, yo creía, por completo, en la existencia de los caídos y, obviamente, no era porque me ardiera la espalda y sintiera que me faltara una extremidad importante, ni porque creyera que mis hermanos allí presentes fueran víctimas de tal sufrimiento o porque yo tuviera visiones relacionadas al cielo.
No, me sentía como alguien que había caído, pero no de ese tipo que habían sido ángeles y esa madre, sino que me sentía caer, en un pozo sin fondo con muchos fogonazos de color hasta lo imposible.
Las palabras que se habían dicho en esa misma habitación, momentos antes, me habían dejado así, perdido y confuso. Liado, mentalmente liado.
Porque a causa de lo que había escuchado, muchos recuerdos, visiones del pasado y que había tenido en el pasado, muchos años antes, habían aflorado en mi mente y se habían hecho con ella mientras el silencio tenso e incómodo, que había nacido entre mis acompañantes y mi persona, lo permitía.
En su momento, ninguna de esas visiones habían tenido sentido: Una Clarissa con una corona sobre su cabeza y nosotros tres, –el príncipe, Milosh y yo–, a su alrededor; Alguna que otra escena nada aptas para ser contadas; Una versión de Clarissa donde esta era inmortal y otras varias donde ambos éramos protagonistas.
La gran mayoría de esas visiones ya tenían sentido, las palabras de Alair que yo no había escuchado, pero en las que confiaba con cada una de las partículas que hacían mi existencia posible, habían hecho que fueran una realidad y no una mera fantasía loca en mi cabeza, por mucho que todavía no hubiéramos llegado hasta ese punto.
Y, en ese efímero instante, todas y cada una de esas visiones volvieron a mi cabeza, una tras de la otra, sin pausa. Una, otra y otra más, desde la primera que había tenido eones antes de que yo supiera de la existencia de la pelinegra, hasta la más confusa que había tenido la semana anterior.
La única conclusión a la que mi mente llegó, fue única y rotunda: No era algo lindo ni mucho menos bueno, el ser compañero de Clarissa, la sangre perfecta o como gustaran referirse a ella. Nada bueno podría salir de ello, ya fuera para ella o para el resto.
Pero era mi compañera, frente a eso cualquier cosa, por muy realidad que fueran, no dejaban de ser minucias.
Estaba cegado, consciente de lo que sucedía, pero no menos cegado que alguien con una venda sobre los ojos.
Era una completa consecuencia de haber encontrado a mi compañera, siempre ignoraría el resto, por mucho daño que pudiera hacer esta.
...
Clarissa tenía la mirada perdida, carecía de enfoque y casi, solo casi, podía llegar a parecer etérea. No estaba tan loco como para decir que era o parecía un ángel o espíritu, solo etérea.
Milosh, por otro lado, solo tenía ojos para el cuello de nuestra compañera, para más exactitud, para la marca que había en el cuello de nuestra compañera y que todavía se estaba cerrando.
La gasa que había colocado para ocultarla había desaparecido, por lo que las dos pequeñas heridas estaban allí, siendo las dueñas de la completa atención del rubio. No había nada en su expresión, sus orbes, ahora rojizos, tampoco mostraban nada.
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Perfect Blood: Lo que ocultan los Caídos
VampirP-A-U-S-A-D-A Un secreto puede desequilibrar los cimientos de una familia; una mentira, independiente de lo que con ella se intente ocultar, puede joder toda la relación. Los Van Houdret's tienen secretos, cuentan mentiras y ocultan algo, algo qu...