Capítulo 1

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Sobre un planeta muerto, una luna habitada colgaba suspendida como una turquesa velada por las nubes. La mano eterna que sujetaba la cadena de su órbita había espolvoreado su telón de fondo aterciopelado de estrellas brillantes, y energías cósmicas bailaban sobre las arrugas
del espacio tiempo; cantaban su música intemporal, ajenas por completo al Imperio, la Alianza
Rebelde, o sus breves e insignificantes guerras.
Pero en aquella insignificante escala humana de la perspectiva, una flota de astronaves
giraba alrededor del planeta primario de la luna. Cicatrices de carbono estriaban los costados de varias naves. Enjambres de androides efectuaban reparaciones alrededor de otras.
Fragmentos metálicos que habían sido componentes fundamentales de naves espaciales, así como cadáveres humanos y alienígenas, giraban con las naves. La batalla para destruir la segunda Estrella de la Muerte del emperador Palpatine había costado enormes pérdidas a la Alianza Rebelde.
Luke Skywalker cruzó la rada de aterrizaje de un crucero, con los ojos enrojecidos, pero todavía emocionados por la victoria, después de la celebración de los ewoks. Cuando pasó junto a un grupo de androides, captó el olor a refrigerantes y lubricantes. Sentía todos los huesos del cuerpo doloridos, después del día más largo de su vida. Hoy (no, ayer) se había enfrentado al emperador. Ayer, casi, había pagado con su vida la fe depositada en su padre.
No obstante, un pasajero que viajaba en la lanzadera procedente del poblado Ewok, con rumbo
al crucero, ya había preguntado si Luke había matado al emperador, y a Darth Vader, con sus propias manos.
Luke aún no estaba preparado para anunciar que «Darth Vader» era, en realidad, Anakin Skywalker, su padre. De todos modos, había contestado con firmeza que Vader había matado
al emperador Palpatine. Vader le había arrojado al núcleo de la segunda Estrella de la Muerte.
Luke supuso que debería explicarlo durante semanas seguidas. De momento, sólo deseaba comprobar el estado de su caza X.
Descubrió, sorprendido, que el equipo de mantenimiento se le había adelantado. Una magnogrúa había bajado a Erredós Dedos, encajándolo en su nicho cilíndrico, detrás de la
cabina.
—¿Qué pasa? —preguntó Luke, y se detuvo para recuperar el aliento.
—Ah, señor —respondió un tripulante vestido con un uniforme caqui, mientras desenganchaba una manguera de combustible plegable—, su piloto de relevo se ha ido. El capitán Antilles regresó en la primera lanzadera y salió de patrulla al instante. Interceptó una
nave teledirigida imperial, una de esas reliquias que utilizaban para transportar mensajes antes
de las Guerras Clónicas. Llegó desde las profundidades del espacio.
Llegó. Alguien había enviado un mensaje al emperador. Luke sonrió.
—Imagino que aún no se habrán enterado. ¿Wedge quiere compañía? No estoy tan
cansado. Podría acompañarle.
El tripulante no sonrió.
—Por desgracia, el capitán Antilles accionó un mecanismo de autodestrucción mientras
intentaba extraer los mensajes codificados. Está bloqueando manualmente una brecha
peligrosa...
—Olvídese del piloto de relevo —exclamó Luke.
Era amigo de Wedge Antilles desde los días de la primera Estrella de la Muerte, cuando
habían volado juntos en el ataque final. Sin esperar a oír más, Luke se volvió hacia el vestidor.
Un minuto más tarde, se estaba poniendo un traje presurizado naranja.
Los tripulantes se dispersaron. Subió por la escalerilla, se acomodó en su asiento acolchado, se colocó el casco y accionó el generador de fusión de la nave. Un conocido zumbido de alta energía se elevó a su alrededor.
El hombre con quien había hablado subió tras él.
—Pero, señor, creo que el almirante Ackbar quería oír su informe.
—Volveré enseguida.
Luke cerró la cubierta corrediza de la cabina y efectuó una rápida inspección de sus sistemas e instrumentos. Nada llamó su atención. Conectó el comunicador.
—Jefe Rogue, preparado para despegar.
—Compuerta abierta, señor.
Conectó el propulsor. Un segundo después, un dolor feroz recorrió su cuerpo. Todas las estrellas desplegadas ante su campo de visión se dividieron en binarias y giraron unas alrededor de otras. Las voces de los tripulantes resonaron en sus oídos. Aturdido, buscó en su
interior el centro de serenidad que el Maestro Yoda le había enseñado a tocar...
Tocar...
Ya.
Exhaló un tembloroso suspiro y ejercitó su control sobre el dolor. Las estrellas volvieron a transformarse en destellos. Fuera cual fuese la causa, ya pensaría en ella más tarde. Proyectó
la Fuerza y localizó a Wedge. Su manos se movieron sobre los controles del caza casi sin esfuerzo, mientras se desviaba hacia aquel extremo de la flota.
De camino, pudo echar un buen vistazo a los estragos de la batalla, el enjambre de mecánicos androides y naves remolcadoras. Los cruceros Estelares Mon Calamari estaban
blindados y acorazados para aguantar múltiples impactos directos, pero creyó recordar que había visto más de aquellas enormes y abultadas naves. Absorto en luchar por su vida, su
padre y su integridad en el salón del trono del emperador, ni siquiera había percibido las perturbaciones en la Fuerza provocadas por tantas muertes. Confió en que no se acostumbrara a ellas.
—Wedge, ¿me oyes? —preguntó Luke por la radio subespacial. Eligió una trayectoria entre las enormes naves de la flota. Los analizadores indicaron que el transporte pesado más próximo se estaba alejando con cautela de algo mucho más pequeño. Cuatro cazas A se colocaron detrás de Luke—. Wedge, ¿estás ahí?
—Lo siento —respondió una voz apenas audible—. Estoy casi fuera de tu alcance. He de...
—Wedge se interrumpió y gruñó—. He de mantener apartados estos dos cristales. Es una especie de artilugio autodestructivo.
—¿Cristales? —preguntó Luke, para que Wedge continuara hablando.
Había dolor en aquella voz.
—Conductores de cristal electrónicos. Reliquias de los viejos días «elegantes». El mecanismo intenta aproximarlos hasta que se juntan. Si llegan a tocarse, ¡puf! Todo el motor
de fusión.
Luke sobrevoló lentamente el resplandor azul de Endor y vio el caza X de Wedge. A su lado flotaba un cilindro de nueve metros de largo con los distintivos imperiales, tan largo como el caza y casi todo motor, un tipo de nave teledirigida que la Alianza aún no podía permitirse. Por algún motivo, la nave le produjo un siniestro presagio. El Imperio ya no utilizaba aquellas reliquias. ¿Por qué, quienes la habían enviado, no habían usado los canales imperiales
habituales?
Luke silbó.
—No, no tenemos el menor deseo de que ese motor tan grande estalle.
No era extraño que el transporte se estuviera alejando.
—Exacto.
Wedge estaba sujeto a un extremo del cilindro, con un traje presurizado que le conectaba a su caza mediante un cable de apoyo vital. Debía de haber liberado el aire de la cabina, con el fin de dirigirse hacia el control principal del cilindro en cuanto comprendió que había activado
por accidente el mecanismo de detonación. Podría sobrevivir en el vacío durante varios minutos, provistos de su traje presurizado de piloto y el casco de emergencia hermético.
—¿Desde cuándo estás ahí fuera, Wedge?
—No lo sé. Da igual. El panorama es fantástico.
Luke se acercó e invirtió los motores con cuidado. Wedge tenía una mano en el interior de un panel. Volvió la cabeza para seguir con la vista al caza de Luke, cuando éste acompasó su velocidad a la del cilindro.
—Me vendría bien otra mano. —Wedge habló con desenvoltura, pero el tono traicionó su tensión. Debía tener la mano medio aplastada—. ¿Qué hacéis aquí?
—Admirando el panorama.
Luke sopesó sus opciones. Los pilotos de los cazas A deceleraron y se rezagaron, tal vez
asumiendo que Luke sabía lo que hacía.
—Erredós —llamó—, ¿cuál es el alcance de tu brazo manipulador? Si me acerco lo bastante , ¿Podrías ayudarle?
No: 2,76 metros como mínimo, en un ángulo óptimo, apareció en la pantalla.
Luke arrugó el entrecejo. Gotas de sudor perlaron su frente. Cualquier cosa pequeña, sólida y desechable serviría de ayuda. Si no se daba prisa, su amigo moriría. La Fuerza concentrada en Wedge ya empezaba a oscilar.
Luke echó un vistazo a su espada de luz. No estaba dispuesto a desprenderse de aquello.
¿Ni para salvar la vida de Wedge? Además, podría recuperarla. Deslizó con todo cuidado la espada en el interior del tubo de alimentación de la portilla de eyección. La lanzó y extendió
una mano hacia el arma, separada por diez metros de vacío. La envió hacia Wedge. Cuando ya estaba cerca del objetivo, torció la muñeca.
La hoja blancoverdosa apareció, silenciosa en el vacío del espacio. Los grandes ojos pardos
de Wedge parpadearon detrás de su visor.
—Cuando dé la señal, salta —ordenó Luke.
—Perderé los dedos, Luke.
—Suéltate —repitió Luke—. Perderás algo más que los dedos si te quedas ahí.
—¿Existe alguna posibilidad de que me bloquees un poco los nervios con tus capacidades
Jedi? Me duele horriblemente.
La voz de Wedge sonó más débil. Encogió las piernas y se dispuso a soltarse.
En momentos como aquéllos, la granja del tío Owen en Tatooine no le parecía tan mal.
—Lo intentaré —dijo—. Enséñame los cristales. Míralos fijamente.
—De acueeerdo.
Wedge dio la vuelta para mirar al interior de la escotilla. Luke dejó que la espada derivara y buscó la presencia amiga de Wedge. Confió en que no se resistiera, en que le dejara...
A través de los ojos de Wedge, y mientras combatía el terrible dolor que sufría la mano del piloto, Luke divisó un par de joyas redondas y multifacetadas, una en su palma, mientras la otra, al extremo de un mecanismo de resorte, se clavaba en el dorso de su mano. Del tamaño de un puño, arrojaban reflejos dorados, producidos por la espada de luz, sobre el traje naranja de Wedge. Luke pensó que el guante de vuelo no bastaría para mantenerlas apartadas, de lo
contrario habría indicado a Wedge que se desprendiera de él. Una breve despresurización no afectaba demasiado a las extremidades.
Si Wedge saltaba, Luke sólo contaría con un segundo, a lo sumo, para liberar un cristal, y muy poco tiempo más antes de que Wedge se desmayara. Wedge estaba conectado al cable y seguiría respirando, pero perdería mucha sangre. La visión era borrosa en los bordes.
Luke pellizcó la percepción del dolor de Wedge.
Demasiados malabarismos. Luke empezaba a perder el control sobre su propio dolor.
—Lo tengo —gruñó.
—¿Qué? —preguntó Wedge con voz desmayada.
—El panorama. Salta cuando cuente tres. Salta con fuerza. Uno.
Wedge no puso objeciones. Luke apretó los dientes y se acercó más a la espada. Siempre que mantuviera la vista clavada en la espada, lograría mantener el control.
---Dos
Mientras contaba, experimentó la espada, los cristales y la brecha crítica, todo como partes
de la totalidad del universo.
—Tres. —No ocurrió nada—. ¡Salta, Wedge!
Wedge se soltó. Luke se zambulló en el interior. Un cristal quedó libre y reflejó un
calidoscopio verde remolineante sobre la superficie del caza X.
—Oooooh —canturreó la voz de Wedge en su oído—. Fantástico.
Giró en redondo, aferrándose la mano.
—¡Wedge, enderézate!
No hubo respuesta. Luke se mordió el labio. Estabilizó la espada y desactivó la hoja. El
cable de Wedge se tensó sobre el otro caza X. Sus extremidades oscilaron al azar.
Luke conectó la radio de emergencias.
—Jefe Rogue a Hogar Uno. Explosivos desarmados. Necesito ayuda médica. ¡Ya!
Detrás de los cazas A, alejados de la zona de peligro, apareció una nave médica.
El cuerpo de Wedge se alzaba y hundía cada vez que respiraba, mientras flotaba erguido en
el depósito de fluido bacterial cicatrizador de la flota. Luke había averiguado con gran alivio que
salvaría los dedos. El cirujano androide Dos-Unobé dispuso el tablero de control y se volvió
hacia Luke. Esbeltos miembros articulados se agitaron frente a su reluciente sección media.
—Ahora usted, señor. Póngase detrás del analizador.
—Estoy bien. —Luke apoyó su taburete contra la mampara—. Sólo cansado.
R2-D2 gorjeó con suavidad a su lado, como preocupado.
—Por favor, señor. Sólo será un momento.
Luke suspiró y arrastró los pies hacia un panel rectangular de la altura de un hombre.
—¿Vale? ¿Ya puedo marcharme?
—Un momento más —respondió la voz mecánica. A continuación, unos ruidos metálicos—.
Un momento —repitió el androide—. ¿Ha experimentado visión doble en los últimos tiempos?
—Bueno... —Luke se rascó la cabeza—. Sí, pero sólo un momento.
Aquel breve mareo no debía de ser significativo. Mientras el panel de diagnóstico se hundía en la mampara, una cama flotadora médica se proyectó desde la pared contigua a 2-1B. Luke retrocedió.
—¿Para qué es eso?
—Usted no se encuentra bien, señor.
—Sólo estoy cansado.
—Señor, mi diagnóstico es repentina y masiva calcificación de su estructura cerebral, de un tipo poco común debido a una grave exposición conductora a campos eléctricos y de otras energías.
Campos de energía. Ayer. El emperador Palpatine, que sonreía burlonamente mientras chispas blancoazuladas brotaban de sus dedos y Luke se retorcía sobre la cubierta. Luke rompió a sudar, tan reciente era el recuerdo. Pensó que iba a morir. Estaba muriendo.
—La brusca disminución de minerales en la sangre está provocando microparálisis musculares en todo su cuerpo, señor.
Por eso le dolía tanto. Hasta una hora antes, no había tenido la oportunidad de sentarse
erguido y notarlo. Miró a 2-1B, desolado.
—No se trata de daños permanentes, ¿verdad? ¿No tendrá que sustituir huesos? Se estremeció de sólo pensar en ello.
—El estado se cronificará, a menos que usted descanse y me permita tratarle —respondió
la voz mecánica—. La alternativa es inmersión bacteriana. Luke desvió la vista hacia el depósito. Otra vez no. Había notado el sabor de bacterias en su aliento durante toda la semana posterior. Se quitó las botas de mala gana y se extendió sobre la cama flotante.
Despertó, sobresaltado, un tiempo después.
La cara metálica de 2-1B apareció junto a su cama.
—¿Un sedante, señor?
Luke siempre había leído que los humanos tenían tres huesos en cada oreja. Ahora, estaba convencido. Podía contarlos.
—Me siento peor, en lugar de mejor —protestó—. ¿No han hecho nada?
—El tratamiento ha terminado, señor. Ahora, ha de descansar. ¿Me permite ofrecerle un sedante? —repitió con paciencia el androide.
—No, gracias —gruñó Luke.
Como Caballero Jedi, debía aprender a controlar las sensaciones, y cuanto antes mejor. El dolor era un riesgo del oficio.
Erredós gorjeó una pregunta.
Luke adivinó la traducción.
—Muy bien, Erredós. Puedes quedarte a vigilar. Echaré otra siesta.
Rodó sobre su costado. Poco a poco, su peso dibujó otro surco en el contorno flexible de la cama. Ésta era la parte mala de ser considerado un héroe. Había sido mucho peor cuando perdió la mano.
Pensándolo bien, la mano biónica no dolía.
Un punto a su favor.
Había llegado el momento de recrear el antiguo arte Jedi de autocurarse. Las lecciones esquemáticas de Yoda dejaban mucho a la imaginación.
—Voy a marcharme, señor. —2-1B giró en redondo—. Procure dormir, se lo ruego. Llame si necesita ayuda.
Una última pregunta impulsó a Luke a levantar la cabeza.
—¿Cómo está Wedge?
—La convalecencia va bien, señor. Le daremos el alta mañana.
Luke cerró los ojos y trató de recordar las lecciones de Yoda. Pies calzados con botas pasaron con rapidez ante la escotilla abierta. Ya concentrado en la Fuerza, percibió una presencia alarmada que corría por el pasillo. Por más que forzó el oído, no reconoció al individuo. Yoda había dicho que el discernimiento perfecto, incluso de los extraños, llegaría con el tiempo a medida que aprendiera el profundo silencio del yo que permitía a un Jedi distinguir las oscilaciones que producían los demás en la Fuerza.
Luke rodó sobre su costado, deseoso de dormir. Le habían ordenado dormir.
Pero seguía siendo Luke Skywalker, y tenía que saber lo que había alarmado a aquel soldado. Se incorporó con cautela y se puso en pie. Con el dolor localizado en un extremo de su cuerpo, podía disminuirlo fingiendo que sus pies no existían..., o algo por el estilo. La Fuerza no podía explicarse. Era algo que se utilizaba..., cuando te dejaba. Ni siquiera Yoda lo había
visto todo.
Erredós lanzó un silbido de alarma. 2-1B rodó hacia él, agitando los miembros.
—Acuéstese, señor, por favor.
—Dentro de un momento. —Asomó la cabeza al largo pasillo y gritó—: ¡Alto!
El soldado paró en seco.
—¿Ya han descodificado el mensaje de esa nave teledirigida?
—Siguen en ello, señor.
Entonces, el lugar debía ser la sala de guerra. Luke retrocedió hacia Erredós y apoyó una
mano sobre la cúpula azul del pequeño androide.
—Señor —insistió el médico androide—, acuéstese, por favor. Su estado se cronificará rápidamente, a menos que descanse.
Al imaginarse torturado por el dolor durante toda su vida, o la alternativa (otra estancia en el
tanque pegajoso), Luke se sentó en el borde de la cama flotante y se removió inquieto.
Entonces, una idea acudió a su mente.
—2-1B, apuesto a que tienes...

La Tregua de BakuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora