Untitled part

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—Nadie la vio moverse. Tanto si estaba fuera, dando de comer a los patos,como si estaba dentro, mirando por la ventana, siempre estaba inmóvil, era sólouna figura pintada al óleo. Era todo muy raro —dijo mi abuela—. Rarísimo. Y lomás raro de todo era que, a medida que pasaban los años, ella se iba haciendomay or en el cuadro. Al cabo de diez años, la niña se había convertido en unachica joven. Al cabo de treinta años, era una mujer madura. Luego, de repente,cincuenta y cuatro años después de lo sucedido, desapareció del cuadro parasiempre.—¿Quieres decir que se murió? —dije.—¿Quién sabe? —dijo mi abuela—. En el mundo de las brujas pasan cosasmuy misteriosas.—Me has hablado de dos —dije—. ¿Qué le pasó al tercero?—El tercero era la pequeña Birgit Svenson —dijo mi abuela—. Vivía justoenfrente de nosotros. Un día empezaron a salirle plumas por todo el cuerpo. Alcabo de un mes, se había convertido en una gallina grande y blanca. Sus padresla tuvieron en un corral en el jardín durante muchos años. Incluso ponía huevos.—¿De qué color eran los huevos? —pregunté.—Huevos morenos —dijo mi abuela—. Los huevos más grandes que he vistoen mi vida. Su madre hacía tortillas con ellos. Y estaban deliciosas.Me quedé mirando a la abuela, allí sentada como una reina antigua en sutrono. Sus ojos eran grises y parecían mirar algo a muchos kilómetros dedistancia. Su puro era la única cosa que parecía real en ese momento, y el humoque salía de él formaba nubes azules alrededor de su cabeza.—Pero la niña que se volvió gallina ¿no desapareció? —dije.—No, Birgit no. Siguió viviendo y poniendo huevos morenos durante muchosaños.—Tú dijiste que todos desaparecieron.—Me equivoqué —dijo ella—. Me estoy haciendo vieja. No puedorecordarlo todo.—¿Qué le pasó al cuarto niño? —pregunté.—El cuarto era un chico que se llamaba Harald —dijo mi abuela—. Unamañana se le puso toda la piel de un tono gris amarillento. Luego se le volvió duray rugosa, como una cáscara de nuez. Por la noche, el chico se había convertidoen piedra.—¿En piedra? —pregunté—. ¿Quieres decir en piedra de verdad?—En granito —dijo ella—. Te llevaré a verle, si quieres. Todavía lo tienen ensu casa. Está en el recibidor, es una pequeña estatua de piedra. Las visitas dejansus paraguas apoyados en él.Aunque yo era muy pequeño, no estaba dispuesto a creerme todo lo que mecontara mi abuela. Sin embargo, hablaba con tanta convicción, con tan absolutaseriedad, sin una sonrisa en los labios ni un destello en la mirada, que yo meencontré empezando a dudar.—Sigue, abuela —dije—. Me has dicho que hubo cinco en total. ¿Qué le pasóal último?—¿Quieres dar una calada a mi puro? —dijo ella.—Sólo tengo siete años, abuela.—Me da igual la edad que tengas —dijo—. Nunca te cogerás un catarro sifumas puros.—¿Qué le pasó al quinto, abuela?—El quinto —dijo, mascando el extremo del puro como si fuera un deliciosoespárrago— fue un caso muy interesante. Un niño de nueve años que se llamabaLeif estaba de veraneo con su familia en un fiordo, y toda la familia estabanadando y tirándose desde las rocas en una de esas islitas que hay allí. Elpequeño Leif se sumergió en el agua y su padre, que le estaba observando, notóque tardaba demasiado en salir. Cuando, por fin, salió a la superficie, y a no eraLeif.—¿Qué era, abuela?—Era una marsopa.—¡No! ¡No puede ser!—Era una marsopa joven, muy bonita y la mar de cariñosa.—Abuela —dije.—¿Sí, rico mío?—¿De verdad, de verdad se convirtió en una marsopa?—Absolutamente de verdad —dijo ella—. Yo conocía muy bien a su madre.Ella me lo contó todo. Me contó que Leif, la Marsopa, se quedó con ellos toda latarde y que llevó a sus hermanos y hermanas montados en su lomo y ellos lopasaron estupendamente. Luego les saludó agitando una aleta y se alejó nadando,y nunca más lo volvieron a ver.—Pero, abuela —dije—, ¿cómo supieron que la marsopa era Leif enrealidad?—Él les habló —dijo mi abuela—. Rió y bromeó con ellos todo el rato queestuvo paseando a sus hermanos.—Pero, ¿no se armó un jaleo espantoso cuando sucedió eso? —pregunté.—No mucho —dijo mi abuela—. Recuerda que aquí, en Noruega, estamosacostumbrados a estas cosas. Hay brujas por todas partes. Es probable que hay auna viviendo en nuestra calle en este mismo momento. Bueno, es hora de que tevay as a la cama.—No entrará una bruja por mi ventana durante la noche, ¿verdad? —pregunté, un poco tembloroso.—No —dijo mi abuela—. Una bruja nunca haría la tontería de trepar por lascañerías y entrar en casa de alguien. Estarás completamente a salvo en tu cama.Vamos. Yo te arroparé.

HISTORIA DE LA BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora